La hora Conspiranoica
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La humanidad ha protagonizado episodios muy bochornosos, como la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, los Juicios de Salem y la Era de la Prohibición
La cantidad y magnitud de los ridículos a la que nos ha orillado la presente situación global no tiene precedente en los anales de la historia.
En efecto, la humanidad ha protagonizado episodios muy bochornosos, como la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, los Juicios de Salem y la Era de la Prohibición. ¡Ah, sí! También el Holocausto parece que estuvo feo.
Pero me atrevo a creer que nunca antes, a nivel global, cedimos tan dócilmente ante el absurdo.
Mire:
Vamos a dar como un hecho que la letalidad del virus sea todo lo que nos dijeron y más. Dejemos de lado incluso el debate sobre la efectividad o inefectividad de los cubrebocas como medida de contención, y concedamos (siempre hipotéticamente) que son cruciales en esta guerra planetaria contra el COVID-19 y que hacen toda la diferencia entre una sociedad con un problema manejable y otra totalmente devastada. (Sólo supongamos, porque yo insisto que son tan útiles como traer un “detente” en la cartera).
¡Aún más! Hagámonos soberanamente majes y, para efectos de la argumentación, digamos que todos los cubrebocas están hechos de un material de mediana a muy alta eficacia y que toda la población conoce y practica el correcto uso, manejo y disposición de esta prenda sanitaria hoy imprescindible en el guardarropa del caballero neurótico y de la dama psicótica.
Aun si todas las condiciones antes señaladas se cumpliesen a cabalidad, quisiera que el lector me explicara:
¿Y para qué chingados sirve que alguien se ponga su mascarilla N95, con filtro electrostático y válvula termo reguladora “cool flow” exclusiva de 3M (M.R.)… ¡Mientras viaja en su propio automóvil!? ¡Su propio automóvil!
¡Sí! ¿Por qué se obliga al ciudadano a viajar encapuchado mientras circula en su propio y muy particular vehículo? ¿Es que podría autocontagiarse o contagiar a otros habitantes de la misma casa en que vive?
¿Usted lo entiende? ¡Mándeme sus teorías más delirantes (Inbox)!
Pero qué bueno fuera que allí parasen las incoherencias. Esto es sólo una pequeña muestra del sinsentido al que peligrosamente nos comenzamos a acostumbrar.
O acláreme, si me hace el favor: ¿cómo puede ser un requisito indispensable el uso del cubrebocas para acceder a un bar o restaurante (¡ya abrimos!), si finalmente nos lo tenemos que quitar para empacar y para empanzarnos las viandas y beberecuas que allí se expenden?
Es, al final, el mismo intercambio de gérmenes de toda la pinxe vida. ¿O acaso el COVID-19 es una mutación inteligente que sabe cuando estamos comiendo y nos da un break para poder yantar y departir a gusto? (¡Eso sí, en cuanto pague la cuenta, vuélvase a colocar su trapo que trae todo el día de gazné, porque la muerte acecha luego del postre!).
Da hasta pena ver a los pobres meseros trabajando al borde de la asfixia, mientras atienden a un hato de clientes que, imagino, son inmunes. ¿Cubrebocas? Meseros sí, comensales no (el que paga manda). ¡Claro! Así se detiene una amenaza microbiológica. ¡Tiene tanto sentido!
Las ridiculeces comenzaron con imágenes de diversas partes del continente, en las que se obligaba a los usuarios del transporte a hacer filas guardando la respectiva y sana distancia antes de abordar y hacinarse como sardinas en el colectivo. Y, por alguna razón, borregos que somos, nadie protesta, nadie objeta, nadie profiere ni el consabido “¡Aynumamen!”.
El sentido común, déjeme informarle, no se recobrará pronto. Todo lo contrario, nuestra patética y bufonesca condición se agudizará una vez que entremos de lleno a esa mentada nueva normalidad (¡caray, no puedo esperar a que bauticen así a una colonia jodida y sin pavimentar de la periferia: “La Nueva Normalidad”!).
Todos los días se informa de nuevas disposiciones y protocolos con que habremos de afrontar la contingencia sanitaria en sus siguientes temporadas. Por ejemplo: las salas de cine pronto abrirán.
-¡Órale, qué buena noticia, significa que las cosas mejoran!
-¡No, chamaco pendejo! Nada más lejos de la realidad. Abrirán, pero sólo a una fracción de su capacidad; no habrá más venta de palomitas de maíz y las bebidas serán sólo embotelladas. Todo esto evitará que nos quedemos calacas por ir al cine. Ahora que si la película es con Omar Chaparro, las autoridades sanitarias no responden. Aunque quizás, sólo quizás, si ir al cine es potencialmente letal, no es tan buena idea abrirlos.
Una más: las autoridades educativas, como bien sabemos, suspendieron clases presenciales y es probable que el próximo ciclo inicie también con cursos en línea. Pero al mismo tiempo y en la misma realidad, habrá cines, muy probablemente feria y hasta temporada de LMB. O sea, asistir a la escuela es peligroso, pero no el ir a un restaurante, al cine, a la feria o al beis. ¿Usted entiende maldita la cosa? ¡Gracias, yo tampoco!
El sinsentido en los lineamientos para nuestra seguridad no es privativo de Coahuila o de México. Es un tema mundial y le garantizo que en el primer mundo lo están manejando igual, de la manera más absurda. Yo lo vi con estos ojos que parece que no se van a comer los gusanos porque nos van a cremar a todos ALV (¡Ahí La Vimos!).
Aclaro que no estoy poniendo en duda la existencia del dichoso virus. Lo que desacredito son nuestras insulsas medidas de contención. Y si lo estamos haciendo con las patas y aun así no ha habido inhumaciones masivas en fosas comunes por una cantidad desorbitante de defunciones… quizás es sólo que el COVID no es más letal que otros bichos de temporada.
No me haga caso, déjeme descansar, pensar y nos vemos aquí, la próxima semana, en La Hora Conspiranoica.