Las esencias de la Navidad

Politicón
/ 25 diciembre 2016
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“A Issa y sus homenajes a la Navidad”.

Este año decidí usar al pasado como resorte y no como sofá en el que me posaba para recordar mis tristezas, a causa de la muerte de papá en 1974, a principios de diciembre.

Ese resorte puede llevarme a los mejores escenarios de cómo disfrutar una época de camaradería, de amor filial y de pareja, en homenaje al nacimiento de una historia que envolvió a la humanidad en un acto lleno de esperanza y fe.

La tradición de acompañarnos alrededor de los símbolos navideños: el pino y sus innumerables esferas, los olores del musgo, la serenidad del heno, la chimenea de la casa llena de tarjetas de felicitación –hoy sustituidas por lo virtual–, el aroma del ponche, el sabor de las encaneladas, los cuernitos de nuez, buñuelos resplandecientes de miel de piloncillo, el pavo, la fritada, el bacalao, la pierna adobada, el puré de papa, los panes y los abrazos, entre buenos deseos refieren esa esencia.

Partiendo de la fe que profeso, la Natividad segregó al mundo anterior y nos dotó de uno nuevo a partir del sacrificio, para que todos fuéramos felices y no fracasáramos en el intento. A ello, las palabras del Papa Ratzinger: “Sin embargo, quien se adentra en el misterio de la divina economía, que aparece sobre todo en los escritos del Antiguo y el Nuevo Pacto, que entiende cada vez más claramente que hay un doble signo de Dios. En primer lugar, el signo de la creación, que a través su grandeza y gloria nos hace prever Aquél, que es aún más grande y más magnífica. Pero, al lado de este signo, surge cada vez con mayor fuerza de la otra, el signo de lo que es insignificante en el mundo, con el cual Dios se manifiesta al mundo como ‘totalmente otro’, para hacernos saber por lo que no se mide, de acuerdo con los criterios de este mundo, que va más allá de cualquier orden de magnitud. Tal vez no hay nada mejor –para comprender esta oposición singular de los dos signos en los que Dios se manifiesta a sí mismo, y para comprender la naturaleza de esta última señal, la señal de humildad– que ver la oposición entre la predicación mesiánica de Juan Bautista y la realidad mesiánica de Jesús. Juan había descrito al que había de venir, de acuerdo con el concepto del Antiguo Testamento, como el que pone el hacha a la raíz de la humanidad, como Vocal Titular de la santa ira y el poder divino. ¡Cuán diferente era su aspecto cuando vino! Jesús es el Mesías que no grita y no hacen ruido en la plaza, que no se rompe la caña cascada ni apagará la llama de la mecha del exilio (Is 42:2). Juan sabía que iba a ser mayor que él, pero no sabía qué nuevo tipo de magnitud sería: consiste en la humildad, amor, cruz, en los valores de la ocultación y el silencio, que Jesús se eleva a la grandeza suprema en el mundo. La verdadera grandeza no radica, en última instancia, en la magnitud del tamaño de la naturaleza física, sino en lo que ya no se puede medir. En verdad, lo que en las mediciones físicas es grande, es sólo una forma muy temporal de la grandeza. Los verdaderos valores supremos en este mundo están bajo el signo de la humildad, de la ocultación, del silencio. Lo que en el mundo es grande, aquello de lo que depende en gran medida de su destino y de su historia, es lo que parece pequeño en nuestros ojos. En Belén, Dios, que había elegido como su pueblo la gente pequeña, olvidados de Israel, ha puesto definitivamente el signo de la pequeñez como una señal decisiva de su presencia en este mundo. Ésta es la decisión de la Santa Noche –fe–, la decisión de darle la bienvenida en este signo, y confiamos en Él sin quejarse. Recibidle, es decir, para ponerse bajo este signo, en la verdad y el amor, que son los más altos valores, y más como Dios, y, al mismo tiempo, los más olvidados y más tranquilos”.

El espíritu del sosiego debería apoderarse de nosotros no sólo en estas fechas, sino durante todo el año para que pudiéramos reflexionar acerca del diario acontecer, algo que estoy seguro quiere Dios para todos.

Una feliz Navidad, llena de fe, de unidad y gratificante esperanza les deseo a los lectores que pacientemente digieren esta pluma incómoda.

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