Los huertos de traspatio; las cosas están cambiando, volvamos a esta práctica
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El hambre de los pueblos no se va a contener si las familias siembran hortalizas en sus patios, pero sí se podría aliviar
Siempre ha sido un recuerdo recurrente el momento en el que en mi niñez mi madre sacó papas del subsuelo de un traspatio que había en la casa. Fue grande el asombro de mi hermano ante la realidad de ver que algo podía ofrecer la tierra. Antes habíamos visto cómo había sembrado una sola papa y ahora veíamos que había por lo menos una docena de ellas.
Fue hasta mi juventud que recorriendo municipios rurales observé como en las plazas las amas de casa intercambiaban el producto de sus huertos: jitomate por calabaza; cilantro por albahaca; zanahoria por betabel. Mujeres risueñas en la sintonía de la Madre Tierra, cocineras en casa de alimentos para sus hijos, ligadas a lo más sagrado del Universo.
El ejercicio del trueque de legumbres es algo que puede retomarse de una manera sencilla y orgánica, pues simplemente los productos de los huertos de traspatio son disfrutados por los consumidores de comunidades rurales con las bondades que esto entraña: comer legumbres recién cosechadas. Legumbres no refrigeradas por meses, y con la garantía de no haber usado pesticidas ni químicos para su producción.
En las ciudades mexicanas, no sólo en el campo, aún a principios del siglo 20 las familias sembraban verduras y hierbas medicinales en el terreno de sus casas, así como también plantaban árboles frutales para el autoconsumo. Pero se fue perdiendo esa costumbre, seguramente heredada de familiares del área rural por la oleada de “bondades” del comercio en tiendas, lo que hizo más sencillo y cómodo tener legumbres al alcance.
Las divertidas y aleccionadoras jornadas diarias del regado y cuidado de los huertos de traspatio fueron desapareciendo al encementar los fragmentos de tierra del terreno de las casas urbanas, dejando pequeños nichos para árboles de ornato. Las ciudades fueron expandiéndose con un efecto inversamente proporcional al de los cultivos en casas.
Para evitar los efectos del coronavirus conozco personas en mi familia que lavan con agua y cal afuera de sus hogares las verduras que compran en las tiendas de conveniencia, y luego ya que están dentro de casa, las vuelven a lavar con agua jabonosa. Muy diferente sería que sacaran de su patio algunas de las legumbres para lavarlas sólo con agua y consumirlas.
El hambre de los pueblos no se va a contener si las familias siembran hortalizas en sus patios, pero sí se podría aliviar. Claro que los detalles cuentan para aquellas casas que no tengan un espacio libre de terreno, aunque deberían estar prohibidas las construcciones de viviendas que no consideren una porción de terreno.
También está la situación de los multifamiliares en los que las unidades de vivienda no poseen tierra firme, pero si en Japón en las estrechas casas citadinas sus habitantes se dan la oportunidad de sembrar en macetas y dentro del sistema de condóminos se autoriza la presencia de un compostero, cuyo producto enriquece la tierra de los costados de los edificios y allí se siembran legumbres; ¿por qué no en un país como México en el que muchas casas tienen amplias azoteas y donde de acuerdo a la meteorología las superficie del territorio nacional tiene insolación durante casi todo el año?
Mi esposa en presencia de mi pequeña nieta sembró en el traspatio de la casa semillas de cilantro, zanahorias y betabel. La semana entrante propondré agrandar el espacio para las hortalizas. En el Pueblo Mágico de Bustamante, un grupo de amigos cercanos están pensando trabajar juntos para producir hortalizas para venta, intercambio y autoconsumo. Las cosas están cambiando, volvamos a tener huertos de traspatio.