Los pechos perfectos como guías del pueblo
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Sensual, descalza, convencida, con ropajes que dejan al descubierto sus dos pechos perfectos, portando un gorro frigio (símbolo de la libertad), cargando con una mano una escopeta con bayoneta incluida y en la otra una bandera tricolor, liderando a una masa social heterogénea, jóvenes y adultos, pobres y ricos, animosos y derrotados, así fue como Eugène Delacroix plasmó a la libertad guiando al pueblo francés durante la revolución burguesa de 1830 en Francia.
La obra titulada La Liberté guidant le peuple que forma parte de la colección permanente del museo parisino Louvre, y que dentro de la cultura pop es identificada por ser la portada del album Viva la Vida or Death and All his Friends de la agrupación musical inglesa Coldplay, es tan sólo una muestra de entre miles de obras más que vincula estrechamente a los derechos humanos con el arte.
Resulta innegable que a lo largo de la historia de la humanidad los derechos humanos han estado presentes en las diversas manifestaciones del arte.
Las injusticias, las revueltas, las crisis, las problemáticas sociales pero también las libertades, los triunfos sociales, los avances científicos, la memoria histórica han sido la musa más inspiradora y atractiva de muchos artistas que han tenido la necesidad de reflejar la actuación humana, positiva y negativa, a través de sus obras.
El arte, en sus diversas manifestaciones, también se ha utilizado como denuncia, evidencia o freno de violaciones a los derechos humanos, anhelando transformar la realidad que se vive y convirtiéndose además en juez de aquello que los agrede, que los vulnera.
Las obras de arte existen para ser admiradas por siglos y siglos; para que el ser humano conozca la Historia, para que la juzgue: aplaudiéndola o reprobándola.
En efecto, la finalidad de numerosas obras de arte ha sido crear conciencia de la importancia del reconocimiento y garantía de los derechos humanos.
Muestra de esto es la justicia que reclaman, por ejemplo, las mujeres de la obra Guernica de Picasso durante la Guerra Civil española; obra majestuosa que evidencia que los derechos humanos fueron, son y lamentablemente seguirán siendo bombardeados despiadadamente y con brutalidad y descontrol desmedidos.
Volviendo a La Liberté guidant le peuple, Delacroix nos presenta a Marianne –y sus pechos– convirtiendo su rebeldía en la lucha que reivindicará los muchos derechos humanos que han perdido los caídos y los que peligran de los sobrevivientes.
Este cuadro se manifiesta de manera ejemplar sobre cómo el arte y los artistas, a través de los tiempos, han sido juez de las injusticias humanas vinculándolo entrañablemente con el derecho y más específicamente con los derechos humanos.
Las obras de arte (por supuesto, no todas) como manifestaciones de la libertad de expresión pueden ser enjuiciadoras de atrocidades y bondades; es entonces que las manifestaciones culturales hechas a través de la pintura, la música, la danza, la escultura, el teatro, el cine o cualquier otra forma de arte pueden reconocer el lado más humano de los derechos humanos y crear una relación simbiótica entre ambos elementos.
Ese vínculo entre arte y derechos humanos quedó revelado (aunque su finalidad inicial no necesariamente era crear obras de arte) desde la realización del Código de Hammurabi (1750 a.C.) cuando en Mesopotamia se reconocía la presunción de inocencia a partir de la Ley del Talión, iniciando una postura legislativa con la escultura como testimonio del progreso humano.
Desde entonces, quizá antes y hasta ahora, los derechos humanos han estado presentes en las manifestaciones artísticas críticas y enjuiciadoras. Por ejemplo, en la música también se ha explotado la posibilidad de expresar, exigir, destapar y celebrar los derechos civiles; estas nos pueden hacer “imaginar” a toda la gente compartiendo con todo el mundo (John Lennon); cantar orgullosamente “en nombre del amor” (U2), o bien, exigir “solo un poquito de respeto” hacia la mujer cuando el hombre vuelve a casa (Aretha Franklin).
Tales manifestaciones artísticas no sólo deberían generar sentimientos en las víctimas de violaciones de derechos humanos, sino en la humanidad en general; idealmente, esas expresiones artísticas tendrían que hacer posible la empatía humanitaria en la sociedad y propiciar mecanismos de denuncia que, ante las violaciones de los derechos humanos, exigen a gritos la garantía de no repetición.
La compasión que inyecta cada manifestación artística denunciante sensibiliza a las personas en materia de derechos humanos y, en este sentido, concientiza sobre el respeto, dignidad, protección, tolerancia e igualdad que se debe tener como valores fundamentales en sociedades que pretenden dignificar al ser humano.
@giselagarciaga4
giselagarciagarza@hotmail.com
La autora es auxiliar de investigación del Centro de Posgrado y Capacitación de la
Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH