#MeToo, síntoma y no enfermedad
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#MeToo, el movimiento surgido principalmente en redes sociales a partir de octubre de 2017, ha incentivado a muchas mujeres que no se habían atrevido a evidenciar algún tipo de acoso sexual del que han sido víctimas y se ha convertido en el medio por el cual las mujeres han decidido alzar la voz y hacerles ver a otras que no están solas.
Así, quienes han ocultado o callado dichas conductas por pena, miedo a represalias o simplemente porque de alguna manera han minimizado e interiorizado las actitudes misóginas como algo “normal”, han encontrado en éste una forma de demostrar que hay más mujeres que también han pasado por la misma situación y que pueden encontrar respaldo y compañía de sus pares.
Sin embargo, la contribución más importante del movimiento es que ha puesto sobre la mesa la verdadera visualización y magnitud del problema. Y es así como ha contribuido a la opinión pública mediante la difusión de las discusiones sobre la efectividad del movimiento, sus pros y contras.
A pesar de lo anterior, no se han creado mecanismos para evitar que surjan más situaciones de violencia hacia las mujeres. Por tanto, el movimiento debe entenderse como la manifestación al problema y no como el problema en sí mismo. La enfermedad real, en cambio, es de naturaleza cultural y multifactorial. Es decir, el verdadero problema es el conjunto de padrones socioculturales que hemos arraigado en nuestra sociedad y que han contribuido a la concepción de la mujer como un ser inferior.
Esto quiere decir que tanto mujeres como hombres hemos normalizado las conductas sexistas –perpetuando en ocasiones– inconscientemente mediante comentarios despectivos hacia el género femenino, a través de la incorporación de la misoginia como algo común en nuestra comunidad, lo que fomenta las prácticas culturales de índole negativo.
De esta forma, muchas veces, somos nosotras las mujeres las que hemos tenido pensamientos y actitudes misóginas. Esto sucede en gran parte a que hemos interiorizado a lo largo del tiempo estas ideas y actitudes, las cuales han llegado a formar parte de manera negativa de nuestra sociedad y cultura.
En este sentido, cabe recordar que la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), señala que Estados tiene la obligación internacional de lograr la igualdad de género y eliminar todo tipo de discriminación hacia la mujer.
Este objetivo implica que se deben eliminar los patrones socioculturales que permiten dichas actitudes. Así el Estado mexicano, al formar parte de la Convención, tiene la obligación de coadyuvar en la modificación de los estereotipos negativos para “eliminar los prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres”.
Como se ha señalado, la proliferación de denuncias de acoso sexual por diversos medios sociales y de comunicación han incentivado a más mujeres a denunciar situaciones de acoso y abuso sexual, gracias al resurgimiento del movimiento #MeToo. Sin embargo, pese a los avances que, se asegura, se han registrado en México en cumplimiento de las obligaciones internacionales contraídas al suscribir la CEDAW, no se han logrado cambios significativos en términos de un aspecto más importante: los cambios culturales.
En definitiva, reconocer que el movimiento #MeToo ha tenido un gran impacto en la sociedad implica también hacer un llamado de atención para revalorar lo que se ha dicho y centrar los esfuerzos en la transformación cultural, pues indudablemente allí es donde radica el verdadero problema. Aunque la existencia de actos de acoso sexual abre el debate para discutir cómo se va a castigar a los acosadores y abusadores sexuales, es prioridad añadirlo a la agenda pública y replantear cómo vamos a evitar que existan a través de los medios culturales a nuestro alcance.
La autora es auxiliar de investigación del Centro de Derechos Civiles y Políticos de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH