Todos queremos un cambio, ¿o no?

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En la jerga cotidiana se dice que los cambios siempre son buenos. Hay una filosofía del cambio, ahí ésta Heráclito y su “todo cambia”. Profetas y agoreros en los libros de autoayuda que pululan por todas partes y se venden como pan caliente. Pero… una cosa es querer el cambio y otra querer cambiar.
Al mexicano se le atribuyen una serie de linduras que muchos generalizan, pero otras son “porque cuando el río suena, agua lleva”. Queremos que México cambie, pero la conceptualización de “México” es en abstracto; sólo para precisar, el País no puede cambiar y no va a cambiar si no cambiamos quienes lo conformamos. Lo demás está en la dimensión de la falacia y de la autoilusión complaciente.
Difícil que cambie la dinámica social si todos los días nos levantamos con el mismo mapa de ruta: muertes, desaparecidos, extorsión, violencia de género, robos, sobornos, evasión de impuestos, delincuencia, corrupción, impunidad, pobreza y desigualdad han adquirido tarjeta de ciudadanía en el escenario nacional. Y quienes producen todas estas acciones no son los marcianos, somos los mismos mexicanos. ¿Así cómo?
El malinchismo, la fanfarronería, la anarquía, la impuntualidad, el miedo, la envidia, los chistes discriminativos y de género, la grilla, el bullying, el contrabando o la fayuca, los fraudes al fisco, los mordelones, la explotación de los trabajadores, el incumplimiento laboral de los lunes, la prensa, la radio y la televisión ad hoc al sistema en turno, la asistencia al estadio, la adicción a las telenovelas, la resistencia al estudio, la copia en las aulas, la transa y la anorexia ciudadana son algunas de las características de cómo se sigue moviendo y pensando el mexicano. No pues ésta difícil. Otra vez, ¿así cómo?.
En lo político seguimos aferrados al influyentismo, al clientelismo, al paternalismo, al abstencionismo, al tráfico de influencias, a la colusión del poder político con el poder económico, al nepotismo, al gozo de privilegios y canonjías, a la existencia y sumisión a los líderes charros, a la venta de puestos y plazas en los gobiernos y en el magisterio, a gozar de grandes sueldos por poco trabajo. Tan simple como que el origen de algunas protestas, en últimas fechas, lo determina la pérdida de privilegios económicos de algunos grupos venidos a menos.
Bajemos todo esto a la cotidianidad ¿Qué tanto respeta usted el estado de derecho? Es decir, ¿qué tanto cumple las leyes?, cualquier tipo de leyes. ¿Qué tan democrático es?, es decir, ¿qué tanto practica el respeto, el diálogo, la pluralidad, la tolerancia y fomenta la participación en la construcción de lo público? ¿Qué tanto exige a los gobiernos que sean transparentes y que rindan cuentas? ¿Por cierto, ya pagó sus impuestos? ¿Es respetuoso y tolerante con quienes piensan, creen o actúan diferente a usted? ¿Se asocia y reúne con otras personas para perseguir causas comunes? ¿Conversa sobre temas públicos y respeta el derecho de pensar y de expresarse de los demás? ¿Está atento a la cosa pública o sus opiniones siguen partiendo desde la visceralidad, el sentimiento o la emotividad? ¿Es usted un ciudadano activo, solidario, participativo o sigue pensando que la construcción de la comunidad sólo depende de los políticos profesionales?
Estoy de acuerdo, todos queremos ver un México distinto, pero para que esto ocurra necesitamos cambiar primero cada uno de los mexicanos. No sólo se requiere un cambio de hábitos como ciudadanos. Se requiere un cambio de mentalidad.
Seamos honestos, este País no va a cambiar si quienes lo conformamos no cambiamos. Hoy se requieren ciudadanos racionales, reflexivos, vigilantes de la agenda pública y del quehacer de quienes nos gobiernan; en fin, de ciudadanos activos que tengan claro que los cambios no sólo dependen de los gobiernos, sino de cada uno de los que conformamos este maravilloso País. Todos queremos un cambio, ¿o no?
fjesusb@tec.mx