Uso del lenguaje inclusivo: herramienta de visibilización de las mujeres

Politicón
/ 12 abril 2020

El lenguaje nos permite, entre otras cosas, comunicarnos y expresar criterios, experiencias y pensamientos. Sin embargo, es importante reafirmarlo no como estático, sino aceptar que es el resultado de constantes cambios y transformaciones sociales: por diversos factores causantes de la evolución de nuestro lenguaje, entre ellos sociales y culturales, muchas de las palabras hoy vistas como comunes son muy distintas a las usadas en el pasado.

Todas las lenguas, de igual forma, responden a ciertas reglas. El problema relevante subyace en identificar a qué intereses responden, así como entender que muchos de ellos ni siquiera se pueden cuestionar.

En este sentido, el androcentrismo, producto del sistema patriarcal en donde el poder corresponde a los varones, nos impone a las mujeres un papel secundario y subordinado. Esto es tan claro que una de las principales reglas sociales proviene de un lenguaje supuestamente “genérico” que otorga protagonismo a la identidad masculina como modelo de lo aceptado socialmente. Y dicho lenguaje es utilizado para nombrar tanto a hombres como a mujeres.

Actualmente, la teoría feminista nos ha permitido cuestionarnos, entre otros aspectos, sobre el uso del lenguaje masculino como regla general. ¿Por qué el género masculino me debería incluir? ¿Por qué ponerles género a las palabras? ¿Cómo impacta el uso del lenguaje inclusivo?

Contrario a estos cuestionamientos, la sociedad ha demostrado un notorio rechazo a los mismos. Un ejemplo es la postura adoptada por la Real Academia Española, la cual en reiteradas ocasiones ha considerado innecesaria la inclusión del doble género (todas y todos) y el uso de formas como “x” “@” “e” para expresar la neutralidad de género, entre otras.

Estas posturas, sin embargo, no deberían sorprendernos: esta institución, a través de sus criterios, ha preservado el uso de lenguaje discriminatorio, conservador y machista. Hasta hace dos años, por ejemplo, contemplaba al español mexicano como una “deformación” del castellano. De igual forma, compartía definiciones sexistas: por ejemplo, al consultar el término de “mujer pública” hacía referencia a una prostituta, mientras que por “hombre público” entendía aquel con presencia e influjo en la vida social.

Por otro lado, el proceso de deconstrucción, si bien es lento, permite replantearnos diversas cuestiones respecto a la violencia y discriminación contra las mujeres. Una de estas es la invisibilización a través del lenguaje, que sin duda hace difícil identificar e incorporar maneras para promover relaciones de respeto e igualdad.

En este sentido, es necesaria la búsqueda de formas de lenguaje que apelen a esa inclusión. Por un lado, adoptar el uso de la “x” o el “@” puede ser una de estas. Sin embargo, dada su difícil fonética y un uso gramatical poco idóneo, es preferible limitarlo a comunicaciones totalmente informales. Frente a esto, se ha optado por el uso de la “e”, aunque sigue permeando el rechazo social, evitando un “les invitamos” como inclusivo y, además, armónicamente correcto, y continuando con el uso de “los invitamos”.

Por otro lado, es claro que el vocabulario neutro es la herramienta del lenguaje inclusivo más sencilla de incorporar. Sin embargo, requiere de un amplio vocabulario, pero una vez dominado, debemos incluir acepciones como “las personas trabajadoras” y no “los trabajadores”; esto para lograr una economía lingüística y así evitar ser monótonos a fin de transitar del uso de “las y los trabajadores”.

El lenguaje incluyente o inclusivo, podemos concluir, es una modificación no solamente a reglas gramaticales, sino a toda una ideología machista y patriarcal generadora de la prevalencia de la desigualdad entre los géneros, subordinadora de las mujeres y reforzadora de estereotipos. Así, es evidente que el lenguaje inclusivo es una herramienta para visibilizar a las mujeres, equilibrar irregularidades de género y evitar expresiones sexistas producto de subordinación y desprecio.

Nombrarnos no es un capricho ni un acto ocioso de corrección formal. La perspectiva de género quiere cambios en lo sustantivo. Por ello, es necesario reconocer y remarcar la invisibilización de las mujeres mediante el lenguaje, que constituye, sin duda, una de las tantas formas de violencia que vivimos.

En el proceso de deconstrucción es posible identificar al menos tres posturas: quienes ya están inmersas en este proceso y cuestionamiento de estereotipos, quienes se resisten a los cambios por mero desconocimiento en el tema y quienes se resisten por considerar innecesaria la adaptación, reforzando la desigualdad y el patriarcado. Ser personas conocedoras de las adaptaciones necesarias para nuestra sociedad nos permite utilizar instrumentos para solucionar problemáticas, como la notoria discriminación y violencia hacia las mujeres a través del lenguaje.

La autora es asistente de investigación del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia IDH. Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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