Por la semana santa, una reflexión sobre la fe y las obras

Opinión
/ 31 marzo 2024

En un planeta de poco más de 8 mil millones de personas, solo 3 mil millones creen en Jesucristo. De éstos, 1400 millones son católicos y 1600 se dividen en distintas denominaciones y grupos cristianos – ortodoxos, anglicanos, episcopalianos, cuáqueros, calvinistas, anglicanos, anabaptistas, bautistas, metodistas y pentecostales, entre otros – según The Global Religious Center, 2023.

Una buena pregunta sería determinar el por qué si los evangelios – que ocupan el centro de la reflexión de los cristianos – que tienen como punto neural la propuesta del Reino (vida, verdad, justicia, paz, amor) ¿el mundo sigue en franco retroceso? Probablemente parte de la respuesta se encuentre entre la diatriba que existe en el fondo de la práctica de la fe, donde en muchos de los casos, las obras pasan a segundo plano. Fe vs obras, es la constante de los cristianos en general.

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Teniendo como base la pregunta que hace el “joven rico” (Lc.18, 18-30) cuando increpa a Jesús diciendo: Maestro bueno ¿Qué he de hacer para ganar la vida eterna? Muchos no han entendido que la fe no ha sido suficiente. Aunque la respuesta es más que conocida y la ruta es más que clara, una buena cantidad de cristianos deambulan todavía tridentinamente en el área de esta discusión – la fe y las obras – mientras tanto el mundo arde.

La fe es la aceptación de verdades divinas. Dicen, que es teologal, porque es un don que Dios da y que se asume a través del conocimiento. A manera de comentario, 1200 millones de personas en el mundo no procesan estas ideas – con todo el derecho del mundo – porque son ateos y agnósticos. Sin embargo, 2 mil millones de fieles del Islam – que por cierto suman más que los católicos –, 1200 millones de personas que conforman el animismo hinduista, 500 millones de budistas y 15 millones de judíos, tienen sus propios artículos de fe.

Y como la religión es un asunto territorial y geográfico (cfr. Federico Nietzche), volvamos con los 3 mil millones de cristianos en el mundo, donde para una buena parte de ellos el tema aquel de que “solo la fe en Cristo salva”, es decir la doctrina paulina de la justificación, es más importante que la de la salvación por las obras.

Es ahí donde durante mucho tiempo, de forma acomodaticia y apegados a la Palabra, muchos se han apoltronado practicando este método que para otros; una gran parte, resulta hueco, estéril, inútil y hasta ocioso. El problema es que ni siquiera se lo cuestionan. “Solo la fe salva”, es la fe del templo, de la lectura de la Biblia, del culto dominical, del rezo del rosario, de la religiosidad popular, de las mandas, de la comunión diaria, del canto estruendoso y emotivo, pero sin conexión con la realidad; que poco tiene que ver con el compromiso, la solidaridad, la generosidad, la compasión con el otro, la afirmación de la idéntica dignidad que nos da la posibilidad de ser iguales – absolutamente todos, independientemente de filias, fobias, razas, religiones, ideologías, preferencias – que eso muchos de los que la practican, no lo degluten, no procesan, no aceptan. Ahí la diatriba.

Esa, la salvación por la fe ha sido el problema permanente en la historia de la humanidad. La que afirma verdades, pero que se ha vuelto cómplice de las injusticias, de la pobreza, del deterioro de la naturaleza y de las desigualdades que viven una buena parte de los 8 mil millones de personas en el mundo. Ahí en las alturas donde políticos, líderes mundiales, empresarios, intelectuales y otras tantas figuras de poder que fundamentados en el “in God we trust”, tienen de cabeza el planeta.

Porque ¿Usted cree qué si 3 mil millones de personas estuvieran convencidos de la fe, no se podría modificar la ruta actual que lleva la humanidad o al menos en las partes del mundo que nos ha tocado habitar? Y vayamos a México, donde el 78% de la población tiene adhesión al catolicismo – no digo que lo practique –, el 11% esta adherido a una denominación cristiana, el resto simplemente no cree, en una población de 130 millones de personas ¿Qué pasa con esa fe del 89% de la población que afirma verdades evangélicas, pero tiene ligas intimas con la cultura y el pensamiento reinante, donde el dinero, el poder, el prestigio y la fama se convirtieron en lo más importante? Más que claro, tenemos ya largo rato que se formalizo un rompimiento entre la fe y la vida. El creer y el hacer, la fe y las obras.

Por supuesto, hay millones de personas que dan la cara mostrando testimonio de esa fe que profesan, sin embargo, no son suficientes, no son la mayoría, no han marcado diferencia. Siguen presentes los pobres, los huérfanos, los enfermos, los vulnerables, lo que describe San Mateo (25,31) en la alegoría del juicio final. Se requiere bajar a la realidad lo que aporta Santiago (2,14) cuando afirma que “una fe sin obras es una fe muerta”, porque al momento, eso es lo que ha sido la fe. La fe y la vida van juntas. Hoy celebramos el día más importante del año en materia religiosa, el Domingo de Resurrección y hay una afirmación letal de San Pablo que está hecha a la medida “Si Cristo no hubiera muerto y resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Corintios 15, 14), ahí está la clave.

Ante una evidencia inobjetable – así lo muestran las condiciones que vivimos en México y en el mundo – hacer una intersección entre la fe y las obras es urgente. La fe ha sido vana cuando no ha estado acompañada por obras. Porque obras son amores y no buenas razones. Parece que ha pesado más la declaración nietzcheana del “Dios ha muerto”, porque eso parece más cercano a la realidad; donde nos hemos negado a pasar a la alegría y esperanza de la Resurrección, que es el pilar y el fundamento de la vida cristiana donde el ser humano se convierte en partner de Dios y se empeña en hacer un mundo más justo y fraterno. Felices Pascuas de Resurrección.

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