Sophrosyne y la ataraxia: Claves para la democracia en México

Opinión
/ 24 marzo 2024

En el siglo 5 a.C. surge la democracia en Grecia, un sistema en el que todos, en teoría, debían responsabilizarse de lo público. Se requería, en una sociedad en la que habían determinado poner en el centro lo que les unía y hacer a un lado lo que no abonaba, pensar en plural y no en singular.

Colocar en el espacio de todos valores como el respeto, no de palabra, sino activo; la libertad, no sólo el hecho de determinar con la voluntad los deseos, sino ejercerla de forma responsable; la solidaridad y el diálogo, en vez de la violencia, siempre fue un reto para quienes quisieron asumir un destino colectivo en contraposición con la idea del derecho divino.

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La educación en Atenas tenía un objetivo claro y definido: formar ciudadanos virtuosos –la virtud en griego se dice areté y significa excelencia–. Se trata de hacer siempre el bien y en lo operativo hacerlo todo bien, hablamos aquí de realizar todas nuestras acciones con la más alta calidad –ciudadanos interesados en la ciudad–. En Grecia había un sinnúmero de ciudades importantes, las más sobresalientes por supuesto era Atenas y Esparta, donde –en esta última – se educaba para la guerra.

Así mientras que en Esparta se educaba en la disciplina, la exigencia, la obediencia, la fuerza, la lucha, la equitación, la resistencia física y el manejo de las armas, en Atenas se formaba en la mesura y en la templanza, ambas virtudes se constituyeron en la columna vertebral de la educación ateniense.

La diosa Sophrosyne ocupaba un lugar importante en el panteón –lugar de los dioses– griego. Sophrosyne personificaba la moderación, la discreción, el autocontrol y, por supuesto, la prudencia que se constituyó en la virtud más importante del ciudadano griego.

Se entiende que la democracia griega haya sido de corta, pero de muy corta duración, al tiempo los ciudadanos prefirieron que una persona –mono/monarquía– se encargara de todo, incluso de avasallarlos e imponerles cargas muy pesadas, por supuesto, habían abandonado la virtud. El costo de haber renunciado a la construcción de lo social y lo público fue tan alto que pasaron de la isonomía –igualdad de todos ante la ley– a ser súbditos y carne de cañón para los afanes de conquista de los reyes.

Con relación a la virtud y en concreto con la prudencia, Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”, Libro VI, capítulo IV, decía que la prudencia era posesión del hombre −por estos tiempos tendríamos que decir, y de la mujer− que es capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente sobre las cosas que pueden ser buenas o útiles para él-ella, no bajo criterios particulares, sino colectivos o plurales.

Deliberar y juzgar. Tomar decisiones, pero no sólo eso, había que tomar las mejores decisiones que abonaran lo comunitario. Porque la deliberación –personal y colectiva– exige racionalidad, reflexión, argumentación, negociación, pero sobre todo el cálculo del impacto de nuestras acciones. Porque finalmente el juicio deberá de apoyarse en lo anteriormente dicho.

La deliberación es consustancial a la democracia. Para Hobbes –en el “Leviatán”– actuar políticamente significa “deliberar en común para llegar a consensos”, porque la política, según Max Weber en “La Política como Vocación”, es el arte de razonar en común, con razones públicas que orientan el curso de la interacción civil y aspiran en última instancia, a incidir sobre la acción del gobierno. Dicha deliberación debe darse en el marco de la prudencia, que es lo que en nuestro país nos ha faltado.

En una sociedad tan compleja, polarizada y ya encaminados a determinar nuestro futuro en la ruta de las elecciones de este 2024, requerimos de actitudes prudenciales, moderadas y mesuradas. Se trata de alejarnos de lo estomacal, lo emocional, lo irracional, lo romántico y lo sentimental para buscar el justo medio que se convertirá en el antídoto que nos asegure el orden y el equilibrio en los próximos seis años.

Organizaciones, empresas, gobiernos, universidades, iglesias, medios de comunicación, partidos políticos y ciudadanos en general, por estos días, por el bien de todos y por el bien del país, es importante que tengamos en la prudencia una herramienta que nos ayude a encontrar la ruta correcta para decir, hablar, hacer y actuar en tiempo, en modo y en circunstancia.

Es lamentable lo que hoy vivimos en el país. Actitudes, declaraciones y acciones imprudenciales por todas partes que ponen en riesgo la paz y la estabilidad. Por otro lado, las sociedades y los grupos fácticos en todo tiempo, cuando han buscado el poder, han actuado siempre igual. Mentiras, dobles discursos, ataques frontales, intereses personales, de grupo y de partido o lo que hoy llaman “guerra sucia”, que por supuesto lo es, es lo que puja.

Son las declaraciones del Presidente un día si y otro también, las del grupo opositor encabezado por quienes buscan el poder a como se pueda, las de quienes tuvieron la hegemonía en sus manos durante mucho tiempo, las de los medios más influyentes y sus voceros –los de siempre–, los que no permiten con sus imprudencias que vivamos en una sociedad ordenada, equilibrada, equitativa. La imprudencia no está solo de un lado. Por todas partes campea la imprudencia.

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Es evidente el discurso agresivo, insultante, necio, mentiroso, poco racional y reflexivo; vacío, con falta de valores, incoherente, alucinado, inseguro, insultante. Todos, oficialistas y opositores se quejan de la violencia en la que vivimos, sin embargo, son los principales productores de la misma y, lo peor, una buena parte de la sociedad la replicamos y hemos caído en la trampa de la confrontación.

Conectar lo que se piensa, lo que se hace, lo que se dice y tener en claro el impacto de nuestras acciones es sin lugar a dudas sinónimo de prudencia. ¿Será mucho pedir a los actores políticos de nuestro país, actuar con prudencia? Pidamos a Sophrosyne les conceda la ataraxia. Así las cosas.

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