Rito de iniciación
Un joven entra a la edad adulta el día en que logra llevar a cabo este ritual
En la sala de redacción, frente a mi cubículo, hay un dispensador de agua que hoy apareció vacío. Dos jóvenes llegaron, sacaron un garrafón e intentaron ponerse de acuerdo sobre quién lo iba a poner.
-Yo nunca he puesto uno.
-Haz el intento, yo te digo cómo.
El joven levantó el garrafón y estuvo contemplando el lugar en el que iba a introducir el pico del envase. Debía calcular sus movimientos para que éstos fueran precisos y no derramara tanta agua, a menos que quisiera traer un trapeador y ponerse a limpiar el piso, lo cual contrastaría con la tarea tan hetero-cis-patriarcal que estaba por hacer/demostrar ante todos sus compañeros de trabajo.
- No tiene que ser tan rápido- intervine, como si tuviera experiencia en algo que me es tan ajeno- el error es querer hacerlo aprisa. Toma tu tiempo y voltea el envase con firmeza -oiloooo, hablando como todo un padre de familia-.
El vato tomó aire y con un movimiento un tanto atrabancado colocó el garrafón en el dispensador. Derramó un poco de agua, pero nada para alarmarse. Me miró buscando aprobación, pero yo volteé para otro lado porque no tenía la autoridad para decirle “Te falta práctica, eres un principiante”, así que giré la cabeza y NO-TE-M@MES: todos en la redacción habían dejado de lado sus tareas (incluso algunos se quitaron los audífonos para no perder el registro acústico) y ser testigos de ese rito de iniciación hacia la recién inaugurada hombría del chamaco.
No por nada el dispensador está en el centro del espacio laboral: el acontecimiento no debe pasar desapercibido con el fin de detectar al macho alfa que coloque el garrafón sin derramar una sola gota de agua.
Supongo que es algo a lo cual se enfrenta todo hombre en algún momento de su vida. Espero que cuando me toque no haya público de por medio.