Rumayor, nuestro contemporáneo

Opinión
/ 13 noviembre 2021

El eterno debate sobre dónde empieza y termina el arte contemporáneo con respecto al arte conceptual nos ofrece una oportunidad para evocar la indispensable figura de uno de sus precursores en nuestra región

Orígenes

Hoy que casi cualquiera es susceptible de exhibirse artista sólo por fotografiar una piedra o una planta desérticas, es pertinente razonar el recurrente error de confundir lo contemporáneo con lo conceptual: mientras el primero se refiere a una temporalidad que desde las últimas cuatro décadas privilegió la figuración y la abstracción e integró nuevas disciplinas como el street art, los recursos tecnológicos o el arte digital; el arte conceptual prefiere la relevancia del concepto en la obra, es decir: un arte de las ideas.Por lo tanto, hoy podemos situar a Armando Rumayor como uno de los precursores en Coahuila en ambas corrientes. Fotógrafo, dibujante, escultor, performer, ironista. Su huella originaria se halla en la década de los ochenta y principios de los noventa; cuando expuso al público sus hallazgos en importantes galerías de aquellos años como el Centro Cultural Vanguardia (hoy Casa Purcell) y el Centro de Arte Contemporáneo de la la familia Cerecero, en la calle de Bravo, casi Castelar. Además, Rumayor muchas veces ilustró con su obra fotográfica conceptual –con sorprendentes correspondencias temáticas, metafóricas y técnicas con el hoy mundialmente conocido fotógrafo español Chema Madoz– la portada del entonces suplemento cultural Semanario, del periódico Vanguardia. A principios de los noventa, al igual que otros artistas destacados de aquella época, como Dionisio Cortés, Álvaro Orta y otros, emigró a Nueva York, donde fijó su residencia permanentemente.

Arqueología del presente

Debo al amable gesto del maestro Alejandro Cerecero, mi compañero de cubículo, la posibilidad de poder revisar algunos de los catálogos neoyorquinos de su obra, publicados a mediados de aquella década: fotografía y performance en Manifiesto (NY, Focal Point Press, 1994), El tanguero del no (2000) y El canto de Clemente RU (sin fecha), donde explora las posibilidades de la gráfica digital, logrando interesantes piezas, a pesar de las rudimentarias herramientas tecnológicas de aquella época. Eterno iconoclasta, me cuentan también que en las inmediaciones de aquella urbe instaló una galería de arte.

Hoy puedo sostener que el polifacético artista coahuilense fue precursor en más de un sentido, porque en su obra se desborda el ingenio y la ironía para articular reflexiones en torno a su tiempo, de la misma manera en que las corrientes que prefiguraron lo conceptual abordaron dichos temas: la crítica social, las reinterpretaciones de los íconos de su propia cultura, transgresiones a la noción de lo corporal, los juegos entre la gráfica y las grafías, el collage y el palimpsesto, la mezcla aleatoria pero significante de imágenes proveniente del mundo actual con manifestaciones de arte ancestral o novedosas reinterpretaciones de los objetos cotidianos –muy en en el camino y la forma de su contemporáneo, también residente neoyorquino– el fotógrafo mexicano Mauricio Alejo. Así, si a nivel nacional es indiscutible el nombre de Pedro Meyer como iniciador de la fotografía digital, prácticas que hoy nos parecen cotidianas, como las diversas manifestaciones del arte digital, tienen en Alejandro Cerecero y Armando Rumayor a sus pioneros: de ese tamaño es su importancia y su legado.

$!Rumayor, nuestro contemporáneo

Sin embargo, el ambiguo fluir de las épocas, resultado de este tiempo líquido que nos advirtió Bauman –también la distancia– me sitúan en un cuadrante de imposibilidad: cuando me dispongo a escribir apenas sobre este artista esencial, me entero también de su reciente deceso.

Descanse en paz Armando Clemente Rumayor Gulosh. Nos queda su obra.

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

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