¿Sabe por qué aquí se llama Las Coloradas? Primera de dos partes
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Desierto. Allí vamos sobre una larga línea de más de dos horas, entre piedras trituradas, polvo y un cielo con nubes escasas. Ingresamos quebrando la línea recta, justo a un lado de La Muralla. La entrada es de polvo como talco blanco. Así es entrar hacia Las Coloradas, en tierras de Ramos Arizpe.
Salen a nuestro encuentro, en menos de diez minutos, uno, luego otro y finalmente un tercer trailer, todos cargados de mineral rumbo a Monclova. Avanzamos a donde ya no hay talco blanco sobre plantas ni piedras. Allá vamos Jonathan, Erick, Javier y yo, en la camioneta de Erick. Llevo una carta escrita en cursivas por Hilda Bertha Fuentes Montemayor, profesora que diera clases de primaria en Las Coloradas. Es nuestro salvoconducto. Llegar a un pueblo casi fantasma, así como así. Donde poca gente vive y vive en paz. Pues cómo sería si no es con una carta manuscrita.
Al llegar mucho silencio. Un joven candelillero nos dice dónde vive el comisariado Gustavo Castillo y allá vamos. Es la última casa al fondo de los escasos hogares que salpican el terreno. Me presenté, le di la carta y prefirió que yo se la leyera. Por la narración contenida supo a cuáles personas del poblado refería la carta. Así nos fue dando “nortes” que nos permitieron encontrar algunos alumnos a los que la profesora, hace más de 50 años, les había dado clases en una escuela primaria de adobe que ahora está en ruinas, justo al lado de otra primaria de concreto construída luego, la que también, junto a los juegos infantiles de metal, está en abandono desde hace más de 10 años. Ya no hay niños ni profesores en Las Coloradas, el pueblo que de tener más de 150 familias, hoy no sobrepasa las 25.
Antes de ir a encontrar a las personas nombradas, Erick le pregunta al comisariado: -Oiga, ¿sabe por qué aquí se llama Las Coloradas? La respuesta: -Pues porque luego de andar tanto en el camino hasta acá en la troca o en el auto, llega uno con las sentaderas todas coloradas.
Ríe y luego aclara:
- No, la verdad es que creo que como primero fue la mina aquella y la mina se llamaba La Casa Colorada y algunos mineros decidieron quedarse a vivir aquí, pues por eso, creo que viene de allí.
Con sus indicaciones nos fuimos a buscar a Salvador Alvizo, uno de los alumnos que es hijo de Leovigildo, el comisariado referido en la carta. En la casa en donde también venden verduras, enlatados y refrescos, está su esposa Josefina Garza. Él anda en el desierto con el hato de vacas. A quien sí encontramos, fue a José Carrizales de 62 años, quien faltaba cada que podía, a las clases de Hilda Bertha. Brincaba por la ventana y adiós clases.
El cielo seguía abierto y azul. Algo de ardor mezclado con el frío. Pedimos permiso y nos fuimos a llano abierto. Acampamos no muy lejos. Manadas de coyotes cercaban con sus sonidos, las dos casas de campaña. Ya sentados, luego de haber bailado “I feel the Earth move”, de Carol King, mirábamos al pueblo. Ni una luz encendida. El cielo estaba limpio para ver el collar que es la vía láctea. Todo era serenidad. Allí estuvimos escuchando esta canción en honor a Hilda Bertha, maestra de primaria que cuando daba clases en Las Coloradas, también estudiaba inglés y escuchaba esta y otras canciones de la compositora estadounidense en un tocadiscos de pilas.
El vocablo coloradas, proviene del latín coloratus, que significa dotado de color o coloreado. Y se vincula a la raíz indoeuropea kel, que refiere a cubrir y proteger.
claudiadesierto@gmail.com