Salud emocional: no es un asunto trivial
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Uno de los efectos relevantes que ha tenido la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 ha sido el de cobrar conciencia del grave problema de salud emocional que padecen las sociedades de la “modernidad”. No es que antes no hubiéramos escuchado del tema, es que ahora se ha vuelto mucho más relevante.
Dicho en otras palabras, el impacto que la pandemia ha tenido en la sociedad globalizada nos ha obligado a revisitar nuestro propio interior y reconocer de forma explícita que somos seres cuya naturaleza implica, en gran medida, considerar los sentimientos que nos distinguen del resto de las especies animales.
Ser felices, se nos ha dicho en múltiples formas, es quizá la aspiración más importante de los seres humanos. El problema es que el mundo que habitamos no fomenta la posibilidad de alcanzar dicho estadio y, más bien al contrario, es la frustración el sentimiento con el cual nos encontramos con mayor frecuencia en la vida cotidiana.
Quizá por ello, el escritor y filósofo británico Aldous Huxley escribió, en 1932, su icónica novela “Un Mundo Feliz” en la cual la felicidad sólo podía ser alcanzada mediante el uso de una droga –Soma– que el Estado proporcionaba a los habitantes del mundo distópico que retrató en dicha obra.
Quienes vivimos en el siglo 21, sin embargo, no solamente no aspiramos a la anestesia de los sentimientos, sino que pretendemos vivir la vida potenciando las sensaciones a las cuales accedemos a través de los sentidos.
Eso supone un desafío monumental para el sistema de salud público porque ya no se trata, en nuestros días, solamente de asegurar que las personas no nos enfermemos de los males “ordinarios”, sino que además es necesario que no caigamos en las garras de esa suerte de quinto jinete del Apocalipsis que es la depresión.
De acuerdo con un estudio de los Servicios de Atención Psiquiátrica (SAP) de la Secretaría de Salud, en nuestro país hay alrededor de 3.6 millones de personas adultas que padecen depresión. Y tal vez las cifras oficiales se quedan cortas, para ya no hablar de quienes aún no son adultos y se encuentran en la misma situación.
La evidencia de que la salud emocional constituye un problema de salud pública –en México y el mundo– se acumula todos los días y claramente la respuesta que se está dando a este fenómeno es insuficiente, como lo evidencia el reporte que publicamos en esta edición, relativo a los esfuerzos que realiza la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Coahuila para atender los casos de depresión.
La iniciativa “Punto y coma, la vida continúa”, que canaliza diariamente una decena de casos de personas que manifiestan encontrarse en situación de depresión constituye una llamada de alerta respecto de esa nueva pandemia que sacó a la luz la crisis sanitaria de coronavirus: la crisis emocional que atraviesa nuestra sociedad.
No es un asunto trivial sino uno que demanda respuestas urgentes y serias para evitar que el futuro de nuestras comunidades esté dominado por la oscuridad.