Secretario de asuntos humanitarios de la ONU: los líderes mundiales nos están fallando

Opinión
/ 19 junio 2024

Están rompiendo el pacto entre la gente común y aquellos en quienes se confiere el poder

Por Martin Griffiths, The New York Times.

He pasado gran parte de mi carrera en zonas de guerra o en sus márgenes, pero nada me preparó para la amplitud y profundidad del sufrimiento humano que he presenciado durante mis tres años como secretario de asuntos humanitarios de las Naciones Unidas.

Mis primeros meses en el cargo fueron consumidos por el conflicto en la región de Tigray en Etiopía y el esfuerzo por llevar alimentos y otro tipo de ayuda a unos cinco millones de personas que habían quedado aisladas del mundo exterior por los combates brutales.

Luego, en febrero de 2022, se produjo la invasión rusa a gran escala en Ucrania: los tanques avanzando hacia Kiev; los reportes de ejecuciones sumarias y violencia sexual en ciudades y pueblos; los brutales combates en el este y sur del país que han obligado a millones de personas a abandonar sus hogares; y los incesantes ataques a edificios residenciales, escuelas, hospitales e infraestructura energética que continúan hasta el día de hoy. Las secuelas se sintieron en todo el mundo a medida que aumentaron los precios de los alimentos y se profundizaron las tensiones geopolíticas.

$!Martin Griffiths, Secretario General Adjunto de la OCHA, con los aldeanos durante una visita a la aldea de Lomoputh, en el norte de Kenia, el 12 de mayo de 2022.

Poco más de un año después, estalló el atroz conflicto en Sudán. Durante la lucha por el poder entre dos generales, miles de personas han muerto, millones han sido desplazadas y la violencia étnica ha surgido una vez más mientras la hambruna se hace inminente.

Y luego vinieron los horrendos ataques de Hamás el 7 de octubre contra Israel y el consiguiente bombardeo de Gaza, que ha convertido el enclave empobrecido por el bloqueo en un infierno. El Ministerio de Salud de Gaza afirma que más de 37.000 personas en Gaza han muerto y casi toda la población se ha visto obligada a abandonar sus hogares, muchos de ellos en múltiples ocasiones. Llevar ayuda humanitaria a una población al borde de la hambruna se ha vuelto algo casi imposible, mientras que trabajadores humanitarios y de las Naciones Unidas han sido asesinados en cantidades inconcebibles.

Millones de personas en todo el mundo sufren de la misma manera en conflictos irresolutos de larga data que ya no aparecen en los titulares de las noticias: en Siria, Yemen, Birmania, la República Democrática del Congo y el Sahel, por nombrar algunos.

Esta es precisamente la situación que el orden global moderno, creado tras la Segunda Guerra Mundial y plasmado con sincera ambición en la Carta de las Naciones Unidas, debía prevenir. El sufrimiento de millones de personas es una prueba clara de que estamos fracasando.

En el fondo, no creo que este fracaso sea culpa de las Naciones Unidas. Después de todo, este órgano solo es tan bueno como el compromiso, el esfuerzo y los recursos que aportan sus miembros. En mi opinión, este es un fracaso de los líderes mundiales: le están fallando a la humanidad al romper el pacto entre la gente común y aquellos en quienes se confiere el poder.

Esto es más evidente en los líderes que, con un cruel desprecio por las consecuencias para su propia población y los demás, recurren sin remordimientos a las armas en lugar de buscar soluciones diplomáticas. Es particularmente indignante cuando son los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, el organismo de las Naciones Unidas encargado de mantener la paz y la seguridad internacional, quienes traicionan sus deberes solemnes de esta manera. La invasión rusa a Ucrania en 2022, un acto que viola la Carta de las Naciones Unidas, es un claro ejemplo de esto.

El fracaso del liderazgo también es evidente en el apoyo casi incondicional que algunas naciones brindan a sus aliados en tiempos de guerra, a pesar de la abundante evidencia de que están facilitando un sufrimiento generalizado y posibles violaciones del derecho internacional humanitario. Esto se puede ver particularmente en Gaza, donde la infraestructura y la vida de los civiles están sufriendo daños excesivos. También se puede ver en la obstrucción y politización de la asistencia humanitaria, mientras el hambre y las enfermedades se propagan y los trabajadores humanitarios, los trabajadores de la salud y los periodistas sufren pérdidas inaceptables. Basta mirar las armas que han seguido llegando a Israel desde Estados Unidos y muchos otros países, a pesar del impacto obviamente atroz de la guerra sobre los civiles.

Es evidente en la incapacidad de los líderes para exigir responsabilidades, e incluso en los esfuerzos por socavar la rendición de cuentas, de quienes violan la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional, lo que envalentona a aquellos para quienes nuestras reglas y normas son meros obstáculos a su codicia de poder y recursos.

Y, en mi mundo, estos fracasos son particularmente evidentes porque cada año, la financiación internacional para la ayuda humanitaria no llega ni a acercarse a la cantidad necesaria, mientras que el gasto militar de las naciones individuales aumenta. En 2023, el gasto militar colectivo mundial se incrementó a 2,4 billones de dólares, mientras que las Naciones Unidas y otras organizaciones de ayuda solo lograron recolectar 24.000 millones de dólares para asistencia humanitaria, apenas el 43 por ciento de la cantidad requerida para satisfacer las necesidades más urgentes de cientos de millones de personas.

Sin embargo, todavía tengo esperanza.

A pesar de las muchas deficiencias del liderazgo mundial, también he visto amplia evidencia en los últimos tres años, y a lo largo de mi carrera, de que la humanidad, la compasión y la determinación y el deseo de las personas de ayudarse unos a otros todavía es fuerte. He visto esto en muchas crisis mundiales, en las comunidades anfitrionas que comparten lo poco que tienen con personas que huyen de conflictos y dificultades, a menudo durante meses y años; en la movilización espontánea de grupos locales y nacionales que apoyan a sus comunidades en tiempos de crisis, como las Salas de Respuesta a Emergencias dirigidas por jóvenes de Sudán que se reunieron para brindar apoyo médico, de ingeniería y de emergencia de otros tipos; y en los valientes esfuerzos de los trabajadores humanitarios en todo el mundo.

A lo largo de mis siete periodos de servicio en las Naciones Unidas, he visto la capacidad única y el espíritu proactivo de este organismo y de su personal para asumir y gestionar situaciones increíblemente complejas y exigentes, y para garantizar soluciones a problemas aparentemente intratables, cuando se les da el poder para hacerlo. Fue este espíritu el que en 2022 impulsó mis esfuerzos para asegurar la Iniciativa de Granos del Mar Negro, un acuerdo negociado por las Naciones Unidas y Turquía que permitió que finalmente se exportaran grandes cantidades de granos desde Ucrania tras meses de estar bloqueados. Esto demostró que incluso los enemigos acérrimos enzarzados en un conflicto podían acordar mitigar el impacto de la guerra en la seguridad alimentaria de millones de personas en todo el mundo.

Me guio en las difíciles negociaciones con el presidente Bashar al-Assad para permitir que llegara ayuda al noroeste de Siria tras los devastadores terremotos de febrero de 2023, y a presionar para que los generales en guerra en Sudán acordaran una Declaración de Compromiso para Proteger a los Civiles de Sudán, lo que más adelante allanaría el camino para que parte de la ayuda comenzara a entrar nuevamente al país. Todo esto muestra el poder de lo que hoy llamamos mediación humanitaria.

Si queremos tener alguna esperanza de un futuro mejor, más pacífico y más equitativo, necesitamos líderes mundiales que nos unan, en lugar de seguir buscando formas de dividirnos. Necesitamos líderes que sean capaces y estén dispuestos a recolectar nuestra humanidad colectiva, revitalizar nuestra confianza en nuestras leyes, normas e instituciones comunes y que tengan la visión e impulso para hacer realidad la inmensa esperanza y ambición de la Carta de las Naciones Unidas.

Mientras me preparo para dejar el cargo después de tres años como director de los esfuerzos humanitarios de la ONU, este es mi llamado a los líderes en nombre de la comunidad humanitaria y de todas las personas a las que servimos: dejen de lado los intereses, las divisiones y los conflictos mezquinos. Vuelvan a poner la humanidad, la cooperación y las esperanzas de las personas de un mundo mejor y más igualitario en el centro de las relaciones internacionales.

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