Sin justicia: el precio de ser una mujer de la comunidad trans, en un mundo desigual

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El día de hoy les invito a reflexionar: ¿qué estamos haciendo para construir un mundo más justo? La justicia social, nos recuerda algo que debería ser evidente, y que muchas veces olvidamos: para que exista paz y estabilidad, es necesario que todas las personas tengan acceso a las mismas oportunidades y derechos. Sin embargo, cuando hablamos de justicia social, hay un grupo que no puede quedar fuera de la conversación: las mujeres de la comunidad trans.
En México, la realidad que enfrentan las mujeres trans es dolorosa. No es una exageración decir que viven en un ciclo constante de discriminación y violencia. Este país es, de hecho, uno de los más peligrosos en América Latina para las mujeres trans. Lo más indignante es que la mayoría de estos crímenes quedan impunes, como si sus vidas no tuvieran valor, ante los ojos del Estado. Pero la violencia física es solo una parte del problema. También están la exclusión laboral, la falta de acceso a la educación, la negación de servicios médicos adecuados y la marginación en prácticamente todos los ámbitos de la vida, tanto públicos como privados.
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Imagina tener que ocultar quién eres solo para conseguir un trabajo. O que te nieguen atención médica porque el personal no sabe —o no quiere— tratar a una persona trans. Muchas mujeres trans terminan en empleos informales y precarios, como el trabajo sexual, no por elección, sino porque no tienen otra opción. Esto las expone a riesgos aún mayores. ¿Cómo podemos hablar de justicia social cuando hay personas que ni siquiera pueden decidir cómo vivir sus vidas?
Pero no todo es desesperanza. Las mujeres trans en México están luchando con una fuerza admirable. Colectivos y organizaciones liderados por ellas mismas están trabajando incansablemente para cambiar esta realidad. Han logrado avances significativos, como el reconocimiento legal de su identidad de género en varios estados, la exigencia de justicia por los transfeminicidios y la creación de espacios seguros libres de violencia y discriminación. Aunque el camino es largo y lleno de obstáculos, estos logros son un avance sólido hacia la justicia social.
La ONU afirma que la justicia social es la base para un mundo pacífico, y no podría tener más razón. Pero esa justicia no será posible si no incluye a todas las personas, sin importar su identidad de género. Las mujeres merecen vivir sin miedo, sin violencia, sin discriminación y con las mismas oportunidades que cualquier otra persona. Esto no es solo responsabilidad de los gobiernos o las organizaciones; es una tarea en la que todos podemos contribuir, desde respetar sus derechos hasta apoyar la lucha del reconocimiento y ejercicio de sus derechos.
Si realmente queremos un mundo más justo, no podemos permitir la exclusión de una parte importante de la población mexicana. Y eso incluye, sin duda, a las mujeres de la comunidad trans. Aunque la justicia social parece una idea utópica para algunos, representa una lucha diaria por otros, para lograr la dignidad de todas las personas.
México no será un país verdaderamente libre hasta que todas las mujeres, sin excepción, puedan caminar por la calle sin temor a ser asesinadas o violentadas. Esta es una realidad que no podemos seguir ignorando. Y cuando hablo de todas las mujeres, me refiero también a las mujeres trans, quienes enfrentan una discriminación interseccional, simplemente por ser quienes son.
Kenya Cuevas, una activista admirable, lo expresó con claridad: “Nosotras, las personas trans, somos visibles. Rompemos estereotipos y decidimos transformarnos. Pero también es visible que México es un país machista, que identifica a una mujer como débil, y más si es una persona que decide romper con los privilegios sociales que le daba ser hombre”. Sus palabras resuenan con una verdad desalentadora: la visibilidad de las mujeres trans las expone a un odio y una violencia que el Estado y una parte de la sociedad prefieren ignorar.
¿Por qué digo que lo ignoran? Porque no hay políticas públicas efectivas para abordar esta problemática. No hay acciones concretas para cerrar las brechas de desigualdad que afectan a las mujeres trans. No hay justicia para las víctimas de transfeminicidios, cuyos casos permanecen en la impunidad. No hay oportunidades prioritarias en educación y empleo para esta comunidad. Y lo más grave: ni siquiera existen estudios o estadísticas que nos permitan comprender a fondo los contextos en los que viven, las problemáticas que enfrentan y las soluciones urgentes que necesitan. Es como si el Estado y una parte de la sociedad dijeran: “Ustedes no importan”.
No podemos permitir que ese sea el mensaje que permee en la sociedad mexicana. Por eso, considero que la exigencia es bastante clara: justicia para las que ya no están y oportunidades para las que siguen resistiendo. Justicia para las mujeres víctimas de transfeminicidios, cuyos casos siguen impunes. Oportunidades para las que están vivas y luchan, día tras día, en un país que es hostil hacia ellas.
México no será libre hasta que todas las mujeres, sin excepción, puedan vivir sin miedo. Hasta que puedan ser quienes son, sin que eso las ponga en peligro. Hasta que el Estado y la sociedad dejen de mirar hacia otro lado y empiecen a actuar. Porque la justicia no es un privilegio; es un derecho. Y mientras no sea una realidad para todas las mujeres, este país seguirá siendo un lugar donde reine la injusticia e impunidad.
La autora es auxiliar de investigación del Centro de Estudios Constitucionales Comparados