Sola, sola, soledad, un fenómeno creciente (recargado)
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En mi anterior artículo editorial publicado en este espacio, analicé el tema de la soledad desde una perspectiva sociológica. Porque es el elefante que está en la sala y del cual nadie quiere hablar.
Hoy quiero, aunque de manera somera, proponer medidas prácticas y de bajo costo que pudieran reducir esa experiencia de abandono y de desolación, para a su vez, limitar la depresión y el suicidio resultantes de dicha experiencia.
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La soledad es elemento crucial de nuestra experiencia cotidiana en la sociedad contemporánea. con su velo de desamparo e implacable, toca a viejos, adultos y jóvenes de las distintas clases sociales, por igual.
Su origen, sociológico, ocurre en el desgarramiento -sobre todo en países avanzados- entre el individuo y la comunidad. Del cual surge, por un lado, un individuo egocéntrico con ribetes narcisistas y, por el otro, una comunidad frágil y, por tanto, incapaz de generar valores colectivos y cohesivos como la empatía, la compasión y la solidaridad, entre otros. El caso de los libros de autoayuda, surgidos en los años 80s, buscan conectar a ese individuo -consumidor y materialista- con un sentido de comunidad en riesgo de desaparecer.
La pregunta ya no es ¿cómo amo a través del otro para reencontrarme a mí mismo con la comunidad y sus valores? Si no, ¿cómo me amo a mí mismo a través de mí, para construir una mejor versión como persona? Por ello, el amor, la intimidad y el compromiso, por ejemplo, sufren para responder a esta última pregunta. La participación ciudadana y comunitaria, también.
Un botón de muestra ilustra esa tendencia a la soledad: “En Japón hay 8 millones de casas vacías. En 2065 habrá, quizá, un millar de pueblos abandonados. Uno de cada tres habitantes vive solo en un departamento pequeño. Y cada año nacen 153 mil personas menos”. No es gratuito, entonces, que Japón tenga un alto envejecimiento demográfico y altísimas tasas de suicidio, mientras galopante cabalga el capitalismo salvaje promotor exclusivo del individualismo narcisista y de una comunidad triturada.
¿De qué maneras podría, en Coahuila, combatirse este fenómeno de la soledad y, con ello, reducir la depresión y el suicidio?
El pasado 20 de enero, mi casa editorial VANGUARDIA publicó el caso de un psicólogo que ofrecía consultas gratuitas en la Alameda y en la Plaza de Armas a personas sin los recursos para acudir de manera regular con el especialista. Las consultas son cortas -15 minutos- pero es suficiente para aprender de la soledad, la angustia, la ansiedad y la depresión de las personas. Los cuales están “relacionados con los vínculos familiares, de pareja y de amistad, además de la falta de comunicación de las personas con su entorno”.
Este caso extraordinario podría replicarse de la siguiente manera. En Coahuila hay 145 bibliotecas públicas en los 38 municipios de la entidad.
¿No sería posible entrenar a psicólogos y trabajadores sociales de las distintas universidades -públicas y privadas- en técnicas de escucha activa e indagación apreciativa para que acudan 4 horas al día, a cada una de esas bibliotecas, a escuchar a los vecinos de las mismas? En un espacio, lo más privado posible.
Estos “guardianes de la escucha” darían entrevistas de 30 minutos por persona. Y tendrían la capacidad para detectar casos que requieran atención especializada y, de esta manera, canalizarlos a las instituciones pertinentes.
El desempeño de estos guardianes sería supervisado, monitoreado y evaluado por psicólogos y trabajadores sociales de mayor experiencia. El impacto preventivo de esta experiencia colectiva sería contrastado periódicamente con los índices de casos de depresión y de suicidio en cada municipio.
El costo, por cierto, sería bajo.
Esta propuesta adquiere sentido, cuando sentimos cuán sola es la soledad en estos tiempos.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.