En los 90s, cuando realizaba mis estudios de posgrado en Berkeley, California, me sorprendió leer una noticia: dos hermanos cuarentones, hombre y mujer, a raíz de la muerte de su madre, tuvieron un fuerte desacuerdo por la herencia. Después de llegar a un mal acuerdo legal, cada uno regresó a su hogar ubicado a una distancia de 90 minutos de la casa de sus padres. El padre, sobreviviente, permaneció solo en esa residencia con su perro cocker spaniel llamado “Spark”.
Pasaron dos años y medio, cuando la policía del Condado localizó a ambos hermanos para notificarles que habían encontrado el cuerpo de su padre en estado de descomposición en la casa familiar. Su padre había muerto 3 semanas antes. Los vecinos llamaron a la policía porque dejaron de verlo salir a recoger el periódico y regar el jardín. La reciente muerte de su perro “Spark”, señalaron, podría haber sido el detonante de su muerte.
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Ya en la casa familiar, los hermanos empezaron a discutir y a culparse uno al otro por el abandono en el cual había muerto su padre. Uno había pensado que el otro habría de encargarse de él, pero ninguno lo hizo o regresó a verlo, más allá de hacerle algunas llamadas telefónicas ocasionales.
El padre, entonces, murió en una profunda soledad; sin vínculos con sus hijos u otros familiares. Sin lazos fuertes con la comunidad.
En ese momento, connotados sociólogos de mi facultad, liderados por Robert Bellah, estudiaban con gran preocupación la desvinculación progresiva del individuo con su comunidad (redes afectivas, feligresía religiosa, militancia política o ciudadana, etcétera) en los Estados Unidos. Y observaban dos impactos: un individualismo radical con fuertes rasgos egocéntricos, por un lado, y una comunidad fragmentada y débil, por el otro.
30 años después de este triste suceso, pregunto: ¿qué tan replicable es para el caso mexicano, esa muerte en profunda soledad del padre abandonado por sus hijos en ese pueblo de California?
Mucho. En México, “16 por ciento de los adultos mayores de 60 años sufre rasgos de abandono y maltrato; el aislamiento de los ancianos es cada vez más patente en una sociedad cada vez más competitiva y deshumanizante”. De alguna manera, ese divorcio entre individuo y comunidad también ocurre con frecuencia en nuestro país.
Giremos el tema en una dirección distinta: ¿existe correlación entre la soledad -como un estado de ánimo que prevalece en este momento de la humanidad- y el suicidio? Definitivamente. La soledad multiplica por cinco las posibilidades de padecer depresión y cometer suicidio (Parc Sanitari Sant Joan de Déu: 2021). “En todo el mundo, alrededor de 300 millones de personas padecen depresión. En Europa, de las 60 mil personas que mueren por suicidio consumado cada año, más de la mitad estaban deprimidas”.
¿Sabemos cuántas personas padecen de soledad en México? No. Sin embargo, en Gran Bretaña alrededor de 9 millones de británicos sufren de soledad, según datos de la Organización Mundial de la Salud. En Japón, “la soledad afecta a más de 16 millones de personas, desde ancianos que se sienten abandonados hasta jóvenes solitarios que no pueden adaptarse a las presiones de la sociedad moderna”. En Estados Unidos “más del 60 % de la población en Estados Unidos afirma haberse sentido sola en algún momento” (OMS).
¿Qué dice la OMS respecto al impacto que tiene la soledad en las vidas de las personas? “Los individuos afectados por la soledad y el aislamiento social corren mayores riesgos de sufrir problemas tales como ansiedad, demencia, depresión, tendencias suicidas o ataques al corazón”.
Países como Japón y Reino Unido tienen en sus respectivos gobiernos un Ministerio de la Soledad con un doble objetivo: hacer frente a la soledad que sufren los ancianos, los cuidadores, los que han perdido a sus seres queridos, las personas (jóvenes, adultas, adultas mayores) que no tienen a nadie con quien hablar ni compartir sus pensamientos y experiencias y promover actividades que eviten el aislamiento social para proteger los lazos entre los ciudadanos.
Por lo anterior, es momento de repensar la ecuación: depresión igual a suicidio para añadir como pieza fundacional la soledad como precondición para que eso ocurra. Y abordarla mediante políticas públicas que la reduzcan para reducir la depresión y el suicidio.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.