Tango: cantarlo es muerte; bailarlo es vida

Esa danza, voluptuosa y sensual, es una elegante imitación del acto amoroso
En Radio Concierto tenemos un lema que se ha popularizado. Lo usamos para anunciar el programa “Sabadito Lindo”, de música bailable. Dice así: “Bailar es lo mejor que un hombre y una mujer pueden hacer con los zapatos puestos”.
Pues bien: cuando una pareja baila tango parece que ni él ni ella traen puestos los zapatos... ni otra prenda alguna. Esa danza, voluptuosa y sensual, es una elegante imitación del acto amoroso. Digo “elegante imitación” porque –reconozcámoslo– el acto del amor no se caracteriza precisamente por su elegancia. “La bestia de las dos espaldas” llamaban los ceñudos padres de la Iglesia al acto erótico. Afortunadamente, el mismo acto nos coloca en posición de no poder juzgarlo. A Lord Chesterfield –al fin inglés y al fin lord– el rito amoroso le parecía de mal gusto. Sentenciaba: “El placer es efímero, la posición ridícula y el gasto de energía considerable”.
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El tango volvió a estar de moda hace algún tiempo. Había caído ya en desuso. Apenas unos cuantos feligreses lo sostenían. En Monterrey había un Club de Amigos del Tango a cuyas reuniones asistía yo de vez en cuando, como acudía también a las de trova yucateca en el Centro Cultural Fátima, de San Pedro. Pertenecí igualmente al círculo llamado La Hora Bohemia, formado por cultivadores de la nostalgia. El himno de ese grupo era la canción “Clavel del Aire”. La cantábamos al principio y al final de las sesiones, puestos de pie y con la mano derecha sobre el corazón. Aquello era cosa de verse, si bien no de escucharse.
¿A quién se debió la resurrección del tango? Al cine. En la película “Perfume de Mujer” Al Pacino bailó a lo gringo un tango de Gardel: “Por una Cabeza”. Otro tango bailó Pablo Neruda, o su fantasma, en el bello film “Il Postino”. Merced a esas dos películas el tango resurgió de sus cenizas como el gato Félix, según dijo una vedette. En un reciente film, “Los Dos Papas”, uno –Francisco– da unos pasos de tango con otro –Benedicto–. ¡Haiga cosas!, como dicen en el Potrero para manifestar asombro.
Bailar el tango es muy difícil. Cuando la amada eterna y yo estábamos bailando y la orquesta rompía a tocar un tango, inmediatamente dejábamos la pista. Yo, que no me atrevería a oficiar una misa, tampoco me atrevía a bailar un tango. Misa y tango –sobre todo tango– son sólo para los consagrados.
Un cierto amigo mío, argentino, me contó una linda anécdota. Su padre era un gran aficionado al tango. Él, adolescente, desdeñaba la música tanguera. Y su papá le decía:
-No importa, hijo. El tango te está esperando.
Tenía razón: ahora mi amigo es tan devoto del género como lo fue su padre.
Alfonso Reyes dijo aquello de que “Clásico es lo que sin ser actual es actual”. Así, vistas las cosas, no cabe duda de que el tango es algo clásico. No van con este tiempo las quejas de “Ladrillo está en la cárcel”; ni las evanescencias de las mujeres flacas, fanés, descangalladas; ni los aullidos trágicos del perro que llora bajo la cama la muerte de la muchacha tísica. Y, sin embargo, el tango sobrevive. De una manera u otra a todos nos está esperando.