Traduttore, traditore
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Sammy Davis Jr., gran actor, cantante y bailarín (los oficios se enumeran en orden de importancia), fue contratado en cierta ocasión para actuar en Tokio. El teatro se llenó de japoneses ansiosos por escuchar y ver al famoso show man y a sus músicos. Con gente de raza negra en el escenario, y gente de raza amarilla en las butacas, aquello parecía el escudo del PRD.
Al principio de sus presentaciones Sammy Davis solía hacer un monólogo con chistes. El empresario llamó a un traductor japonés a fin de que tradujera las palabras del artista. Sammy habló con el intérprete y le esbozó a grandes rasgos los chistes que iba a decir.
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-No haga usted su monólogo, mister Davis -le aconsejó el traductor-. Esos chistes no van a funcionar aquí. La gente no los va a entender.
-Tú traduce -le ordenó el actor-. Te apuesto que se van a morir de risa.
-Se lo digo de veras, mister Davis -insistió el apurado japonés-. Yo haré la traducción, pero nadie se va a reír. Limítese a cantar y bailar. Así todo saldrá mejor.
-Yo voy a contar mis chistes. Tú tradúcelos -repitió con terquedad Sammy.
Ya saben ustedes cómo es esa gente (me refiero a los artistas). El pobre traductor tuvo que prometer que haría la traducción tal cual.
Salieron los dos a escena, en efecto, artista e intérprete. Sammy empezó a decir un discursito acerca de lo contento que se sentía de estar en Japón. El traductor se dirigió al público en japonés haciendo como que traducía.
-Señoras y señores -les dijo-. Mister Davis va a contar algunos chistes, y yo debo traducirlos. Él está seguro de que sus chistes son muy buenos, y piensa que ustedes se van a morir de risa, pero la verdad es que los chistes no son tan buenos, y algunos son imposibles de traducir.
La gente empezó a reír. Sammy se volvió hacia el traductor como diciéndole:
-¿Ya ves?
Y siguió hablando. Continuó el traductor dirigiéndose al público y dando la impresión de que traducía las palabras del artista:
-Si esto no funciona me van a echar la culpa a mí, y perderé mi empleo. Les ruego que me ayuden a conservarlo, y a que mister Davis también conserve su ilusión. Cuando él termine un chiste yo les avisaré a ustedes. En ese momento, por favor, ríanse mucho.
Para entonces la gente ya se estaba riendo, ante la gran satisfacción de Sammy. El traductor hablaba de otras cosas -del clima y lo demás- y luego avisaba al público cuando el actor terminaba un chiste. En ese punto todos soltaban la carcajada cómplice. El show fue un éxito.
-¿Lo viste? -le dijo Sammy al traductor, feliz, al terminar-. Te dije que se iban a morir de risa. Yo tengo experiencia en estas cosas.
Poco antes de la pandemia participé en la Ciudad de México en un congreso internacional de especialistas en producción de alimentos. Vino una nutrida delegación de rusos. Sentados frente a mí, me parecía estar viendo una película de Bondarchuk. Todos reían mis cuentos, pues se iba haciendo la traducción simultánea de la conferencia. Sus risas me animaban. Uno de ellos alzaba los brazos al final de cada chiste y luego los dejaba caer una y otra vez sobre sus rodillas al tiempo que reía regocijadamente. Pocas veces he oído a alguien reír así, con tal jocundidad. ¿Serían mis cuentos o sería el vodka? O, ahora que lo pienso ¿estaría haciendo mi traductor lo mismo que hizo el de Sammy Davis Jr.?