Traigo al de Canadá
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Todas las visitas de presidentes norteamericanos son históricas, como la reciente de Joe Biden en el marco de la cumbre de Norteamérica, a la que se suma la del primer ministro Justin Trudeau. El balance del encuentro es difícil porque lo público no se corresponde con lo que ocurre en “lo corto”, en el ámbito de lo discreto. De lo conocido puede decirse que hubo cordialidad y entendimiento, no obstante que el anfitrión fue un tanto descuidado y descortés.
La ausencia de una oficina de protocolo presidencial quedó al descubierto. Policías y ayudantes asumían tareas para las que no estaban preparados. La seguridad, incluso la perimetral, tuvo que correr a cuenta del servicio secreto que acompaña al presidente norteamericano. Queda para la anécdota la cómica expresión “traigo al de Canadá”, de un moto policía solicitando entrada al lugar donde se instalaría al primer ministro Justin Trudeau, dirigida a funcionarios norteamericanos que controlaban accesos. Así son las cosas en esta nueva realidad del país y del gobierno nacional.
La incontinencia verbal de López Obrador es otro de los rasgos del encuentro de los tres mandatarios, además de utilizar el tiempo en el autoelogio y las realizaciones imaginarias de su gobierno, sin nada qué ver con el encuentro. Presumir que no hay impunidad cuando en más de 95 por ciento de los delitos su responsable no encara a la justicia, es una mentira ofensiva.
Los medios quieren conocer los acuerdos; los presidentes se esmeran en presentar una imagen amable del evento y, de paso acreditar que velaron por los intereses de su respectivo país. Difícil para López Obrador que, ante la carencia de buenos resultados concretos mejor dedica su tiempo al reconocimiento a sí mismo.
Hay buenas noticias; las más relevantes parecen estar en el compromiso de conformar una región próspera que aprende de la adversidad y decidida a superar sus debilidades, como la dependencia de insumos de países que no aseguran calidad y oportunidad en el abasto que la economía requiere. México tiene ante sí la oportunidad de la relocalización de empresas en un proceso en el que convergen necesidades económicas, políticas y hasta de seguridad regional. Desde luego, supuesto indispensable es entender la necesidad de la transición energética; el problema, que mientras para los socios y para el mundo el proceso debe darse a través de la inversión privada, para el mexicano, mediante el monopolio público -CFE-.
Para los países y el bienestar la política importa. El encuentro presencial de los mandatarios representa una valiosa oportunidad. Pasaron 9 años para que un presidente norteamericano regresara al país; pero, el mexicano no tuvo perspectiva ni cortesía. De inicio, pretendió asumir un liderazgo regional -que nadie le reconoce-, con expresiones de infundado reproche y sin relación alguna con la naturaleza del encuentro. Después, en la conferencia de prensa abusó de su condición de anfitrión al hablar y hablar sobre temas al margen del encuentro; las cadenas televisivas extranjeras cortaron la señal debido a la intrascendencia del mensaje.
Relevante la pregunta que hiciera Sara Pablo, de Grupo Fórmula, sobre qué ocurrirá con el fentanilo después de la aprehensión de Ovidio Guzmán, y con el diferendo en materia de energía en el marco del acuerdo comercial de los tres países. El presidente mexicano tomó la palabra por casi media hora, sin responder, obligando al presidente norteamericano a lamentar no tener tiempo para responder y decir que en otro momento lo haría.
Se excluyeron de la agenda pública los temas incómodos, como los aludidos por Sara Pablo. El propósito de la larga exposición de López Obrador fue evitar que Biden se refiriera a asuntos complicados, aunque no irrelevantes. Queda para los tres gobernantes, y eso sirve a cada uno para su propia causa y agenda, la imagen de cordialidad, entendimiento y compromiso.
Sin conocer todavía términos de los encuentros y conversaciones privadas o personales, queda la impresión de una oportunidad perdida... al menos para México.