Un día feliz; reencuentro con compañeros de la Escuela Anexa a la Normal
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En este sábado último a la primavera le dio por ponerse muy primaveral: cielo color azul cielo; aire transparente; soleado Sol; clima como mandado hacer, igualito al del Saltillo de antes.
El licenciado Abraham Cepeda Izaguirre reunió en su casa a quienes fueron compañeras y compañeros suyos en la Escuela Anexa a la Normal. Tuve la buena fortuna de que también me convocara a mí, pues fui igualmente alumno de ese inolvidable plantel, como lo fui del Colegio Zaragoza, al que debo mucho de mi formación y por el que siento asimismo amor y gratitud.
Para mí la Escuela Anexa fue la gloria. El colegio lasallista era sólo para varones. Acá, en cambio, convivíamos con las niñas antes de la entrada a clases, de modo que por primera vez sentí el misterio de lo femenino. Me estrené peleándome en el recreo con Pedro, Juan y varios, y logré golpear repetidas veces con mi nariz los puños de mis rivales. Tuvimos un maestro como los de “Corazón, diario de un niño”, el profesor César González Carielo, quien a pesar de su extremada juventud fue para nosotros como un padre amoroso, pero exigente. Mis condiscípulos y yo podemos todavía decir de corrido los nombres de los ríos de Europa que el profesor César nos hizo aprender de memoria: Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero, Ebro, Garona, Loira, Sena, Rhin, Elba, Vístula, Niemen, Oder...
Fue alegre y cordialísimo el encuentro organizado por Abraham, en el cual estuvieron también, atendiendo a los invitados, su gentil esposa Lili y su hija María Bárbara, que tan brillante papel ha hecho como diputada en la Legislatura local. Disfrutamos un delicioso almuerzo saltillero servido bajo la supervisión de Lalo Cárdenas, que de su feudo, “El Chivatito”, ha hecho una catedral para disfrutar nuestro emblemático platillo: el cabrito. En el curso del grato convivio recordamos anécdotas de nuestros días en la Anexa, y al final cantamos a coro el himno que ahí nos enseñaron: “América inmortal, / sublime luz que al mundo alumbrará, / siempre serás / la salvación, América inmortal”.
Muchas cosas buenas debo a Abraham Cepeda Izaguirre, con quien tengo relación de familia, pues su papá y el mío fueron primos. Cuando la empresa en que mi padre trabajaba cerró sus puertas mi tío Abraham lo empleó como contador en su gasolinera. Pasaron los años, y Abraham hijo, en aquel tiempo jovencísimo titular de la Junta de Electrificación en el Estado, llevó la energía eléctrica a numerosas comunidades de la Sierra de Arteaga, entre ellas el Potrero de Ábrego, con lo que nos sacó de la oscuridad, nos permitió disfrutar la maravilla del radio y libró a las mujeres campesinas de la esclavitud del metate al propiciar la instalación de molinos de nixtamal. Aquello fue un milagro que a pesar de los años transcurridos le seguimos agradeciendo a Abraham.
En ese luminoso sábado que digo, los señores y las muchachas de la Anexa me entregaron una hermosa placa con el escudo de la escuela y la imagen de su majestuoso recinto, más un texto que a la letra dice: “Al Lic. Armando Fuentes Aguirre, ‘Catón’, con quien, aunque en diferente tiempo, compartimos en el señorial edificio de la Escuela Normal la mística que llevamos siempre: Labor omnia vincit. El trabajo todo lo vence. Te saludamos con afecto, Catón, amigo y maestro. Generación 56-62 de la Escuela Anexa a la Normal”.
Gracias, Abraham y Lili; gracias, María Bárbara, por la generosa hospitalidad que me brindaron. Gracias, compañeras y compañeros en distinta época, pero en las mismas aulas de ese gran plantel, la querida Anexa, cuyo recuerdo vivirá eternamente en nuestros corazones.
Encuesta Vanguardia
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