Una charla con Gabriel Boric, presidente de Chile
Gabriel Boric, presidente de Chile, es quizá la figura más relevante de la nueva generación de la izquierda latinoamericana. A los 36 años es, también, un hombre muy joven. Llegó a la presidencia de Chile en una ola de entusiasmo, esperanza y grandes expectativas de cambio acelerado que recuerda, toda proporción guardada, al fenómeno Obama en EU en 2008. Boric es, también, el primer presidente de su país nacido después del brutal golpe de Estado contra Salvador Allende, ocurrido en 1973.
Desde su llegada a la presidencia, Boric ha enfrentado desafíos importantes y ha pagado con un descenso en su popularidad los errores propios de un presidente y un equipo relativamente inexperto. A diferencia de otros líderes de izquierda, sin embargo, Boric no culpa al pasado ni elude la responsabilidad de sus tropiezos: reconoce que se ha equivocado y promete mejorar. El destino de su presidencia es importante no solo para el futuro de la izquierda chilena sino también para las perspectivas de gobiernos progresistas en el continente.
Hace unos días, previo al principio de la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, conversé largamente con Boric para el podcast diario de Univisión, Univisión Reporta. Encontré a un joven pensador capaz de redirigir la conversación hacia John Rawls para discutir el futuro ideal del proyecto progresista chileno. Cuando le pregunté si se identificaba más con el socialismo o la tradición liberal, Boric dijo asumirse como un “socialista igualitario”, concentrado en reducir la inequidad y los abusos históricos de los marginados.
Al mismo tiempo, Boric adopta posiciones quizá polémicas para un presidente joven de izquierda, sobre todo en Chile. En un momento dado, por ejemplo, le pregunté si Chile era capaz de ofrecer sustento y techo a la creciente migración venezolana. Me dijo que no. Le pregunté qué debe hacer un presidente de izquierda con el crimen y, específicamente, el narcotráfico. Me respondió, sin dudar, que la prioridad es “hacer valer la ley y el estado de derecho”.
Pero el talante moderno y versátil de Gabriel Boric, su capacidad y carácter para asumir la vanguardia de la nueva izquierda continental, encuentra un límite lamentable, aunque predecible: la dictadura cubana. Durante la charla tuvimos un intercambio contencioso cuando le pregunté si los cubanos viven bajo una dictadura, si son dueños de su propio destino, como se repite hasta el cansancio en nuestros rumbos, con aquello de la autodeterminación de los pueblos. A pesar de que Boric reconoció y criticó la falta de libertades que sufre Cuba, se resistió repetidamente a identificar sin matices al gobierno castrista como una dictadura. Repitió, en cambio, los agravios por el embargo unilateral estadounidense a pesar de que la evidencia demuestra con toda claridad que el embargo no explica, ni mucho menos justifica, la aberrante ausencia de libertades múltiples en la isla.
La reticencia de un hombre del talento y potencial de liderazgo de Boric para identificar y denunciar con todas sus letras los abusos de los gobiernos autoritarios de izquierda, empezando por la dictadura cubana, es una pena, pero sobre todo es una oportunidad perdida. Boric me dijo que identificar al gobierno cubano como una dictadura no ayuda al pueblo cubano. Esto es mentira. Basta preguntarle a quien vive de verdad ese autoritarismo cotidiano.
En muchos sentidos, el primer paso para defender los derechos humanos de los cubanos es reconocer que han vivido bajo un yugo dictatorial desde hace décadas. Ir de puntitas para no ofender al régimen castrista no solo es un despropósito, es –eso sí– una agresión al pueblo de Cuba, que es el que en el fondo ha sufrido de años de censura, persecución y terror. Después de hablar con él por un largo rato, intuyo que, en su fuero interno, Gabriel Boric lo sabe. Ojalá algún día se anime a decirlo públicamente, sin ambages.
Invito al lector a escuchar la conversación entera. Está disponible en el podcast antes mencionado.