Una Piedra en el camino de los derechos humanos
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La reelección de Rosario Piedra Ibarra como presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) es una pésima señal y una afrenta a los cientos de miles de víctimas de las violencias del Estado. Su desempeño durante su primer periodo al frente de la CNDH haría sonrojar a su señora madre, ejemplar defensora de los derechos humanos.
En 2019 su elección fue ilegítima. No cumplía los requisitos de ley, como militante de Morena, debió renunciar y no lo hizo en tiempo y forma. Además, no obtuvo los votos necesarios. Aun así, resultó impuesta mediante una votación amañada que quedará para la historia. Quizá pesó el prestigio histórico de su madre, sin duda pesó el impulso que le brindó López Obrador, pero lo cierto es que la oposición y los medios de comunicación olvidaron el tema. Dejaron pasar el agravio porque había temas más apremiantes.
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Piedra tuvo la oportunidad de legitimarse desempeñando su encargo con autonomía, pero la desaprovechó. Pesaron más los intereses fácticos, pesó más el poderío de las Fuerzas Armadas y pesó mucho su notoria incapacidad.
Pasaron cinco años de una CNDH que guardó silencio cuando debió alzar la voz, de una Comisión que le falló a miles de mexicanos agraviados. En el mejor de los casos, se trató de una gestión mediocre y, en el peor, se hizo notar por un silencio ensordecedor.
En tales condiciones, llegó el momento de renovar la presidencia de la CNDH. López Obrador fuera ya de la Presidencia de la República y con muchas señales de que la presidenta Sheinbaum tenía candidata propia.
En el proceso de evaluación de los candidatos, Piedra no obtuvo el apoyo de ninguna organización defensora de derechos humanos, por el contrario, numerosas voces de gran prestigio elevaron su voz contra ella. Resultó la candidata peor evaluada de cuantos participaron en el proceso. Reelegirla era insostenible.
En los pasillos del Senado se comentaba que en Palacio Nacional había una clara favorita: Nashieli Ramírez, quien fuera presidenta de la Comisión de Derechos Humanos en la Ciudad de México durante la jefatura de gobierno de Claudia Sheinbaum. A esas alturas ya no se trata de lograr una figura ideal, evitar la regresión era ganancia.
La terna final quedó integrada por Nashieli Ramírez, Paulina Hernández y, contra todo pronóstico, Rosario Piedra. La comentocracia supuso que se trataba de una deferencia de Morena hacia la señora Piedra. Sostenerla en la Presidencia de la CNDH era inviable. Los Senadores de Morena seguían en la línea de apoyar a Nashieli.
Pero sorpresivamente todo cambió. El pastor morenista, Adán Augusto López, modificó la señal. ¿Con qué justificación?, con la favorita de los políticos cuando no tienen justificación alguna: “por razones de Estado”. No sabemos si tales “razones” llegaron de Palacio Nacional, de las oficinas centrales de Sedena o de una finca en Palenque. Parece que la noticia no agradó a la Presidenta. Al menos así se notó en la mañanera del día siguiente.
Lo que sí sabemos es que Rosario Piedra preside nuevamente la CNDH. Se trata de un verdadero insulto a las madres buscadoras, a los padres de Ayotzinapa y a una inmensa cantidad de víctimas que, con el silencio cómplice de la señora Piedra, resultan doblemente victimizadas. Por algo la quieren ahí quienes la impusieron.