Vivir el espíritu de la Navidad
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¡Feliz Navidad! Lleno de felicidad sea este día para nosotros y para quienes comparten con nosotros la hermosa ventura −la hermosa aventura− de la vida. Más feliz aún será la Navidad si hacemos que su espíritu no sea visitante pasajero que llega, nos alegra con su regocijo y en seguida se va sin dejar huella. Quédese con nosotros, en nuestra casa y en nuestro corazón, el sentimiento de la Navidad, hecho de amor que cada día se manifiesta en actos pequeñitos: la palabra cordial; el servicio prestado con desinterés; la amable tolerancia a los defectos de los otros y el esfuerzo para vencer los propios; el perdón a nuestro prójimo a fin de merecer el suyo; el gozo dado a quienes nos rodean en vez de la tristeza o el dolor. Nuestro más bello trabajo sobre el mundo es ser felices y dar felicidad a los demás. ¿Quiénes cumplen mejor el mensaje navideño? La respuesta se halla en la misma palabra NAVIDAD: la viven mejor quienes DAN VIDA. Es decir, quienes dan amor, alegría, paz y bien a sus hermanos. Lo otro −la fama y el dinero; los éxitos mundanos; el poder− es mentirosa sombra, aire que pasa sin mover ni siquiera una brizna de hierba. Nos queda lo que damos, nada más. Al final somos lo que para los otros fuimos. Vivamos con júbilo este día, el del milagro de la divinidad que se hizo humana, pero vivámoslo todos los días en el milagro, igualmente magnífico, de nuestra humanidad que aspira a hallar a Dios en el amor y el bien... Sigue ahora una pequeña sucesión de chistes blancos, mínima contribución de esta columnejilla a una “Blanca Navidad”... En la cena de Navidad se le cae a Pepito su vaso de refresco. “¡Tiznada madre!” −exclama con disgusto−. “¡Pepito! −se consterna su mamá−. ¿Dónde aprendiste a decir eso?”. Declara Pepito: “Se lo oí anoche a Santa Claus cuando al dejar los regalos se golpeó el dedo gordo del pie en la pata de la mesa”... Hurgando en un cajón Pepito encontró un traje de Santa Claus. Va con su papá y le dice con gran solemnidad: “Lo sé todo”. “¡Shhhhh! −le impone silencio el señor lleno de alarma−. ¡Ten estos 50 pesos y no le digas nada a tu mamá!”. Pepito, desconcertado, va con su madre. “Lo sé todo” −le dice−. “¡Cállate! −se asusta la señora−. ¡Que no te oiga tu padre! ¡Toma estos 100 pesos y no le digas nada!”. Sin entender lo que pasaba, pero ansioso por compartir con alguien su secreto, va Pepito con el vecino de al lado y le dice: “Lo sé todo”. Los ojos del vecino se arrasan de lágrimas; conmovido abraza a Pepito y le dice lleno de emoción: “¡Hijo mío!”... En la tienda de departamentos la niñita se sube a las rodillas del Santa Claus. “¿A que no sabes qué tengo?”. Le pregunta el hombre con una dulce sonrisa: “¿Zapatos nuevos?”. “No”. “¿Una linda muñeca?”. “No”. “¿Un perrito?”. “No”. “Me doy por vencido. ¿Qué tienes?”. Responde con una gran sonrisa la niñita: “Sarampión”... Le dice la rana a Rudolph, the Red-Nosed Reindeer: “Así con la luz prendida no”... El sheik del petróleo y su mujer fueron a una galería de arte en Nueva York y compraron todos los cuadros que había de Van Gogh, Renoir, Monet, Picasso, Miró y Gris. “Muy bien −le dice el sheik a su señora−. Ya tenemos las tarjetas, ahora vamos a comprar los regalos”... Llega un visitante a la casa del pequeño. “Dime, buen niño −inquiere−. ¿Está tu papá?”. “No está, señor −responde el chiquitín−. No ha venido desde que mi mamá sorprendió a Santa Claus metiéndose en el cuarto de la muchacha... Con triste voz anuncia la jovencita a sus papás: “Ya no soy virgen”. “¡¿Queeeeé?!!!” −se espantan ellos−. “Sí, −confirma la chiquilla−. Ahora seré el Ángel en la pastorela del colegio”... FIN.
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