Sabiduría infantil
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Linda palabra es “piropo”. En su etimología griega significa algo así como “mirada de fuego”. No se usa ya el piropo. Si dices uno te expones a ser denunciado por acoso sexual, aunque te encuentres en tu ocaso sexual. Ciertamente había algunos piropos de mal gusto, y aun groseros, por ejemplo el que se le decía a una mujer que al caminar movía excesivamente su asiento: “Si como lo menea lo bate, ¡qué sabroso chocolate!”. O peor todavía: “No mueva tanto la cuna, porque me despierta al niño”. Otros, en cambio, eran modelo de galantería a la manera de sir Walter Raleigh o el rey Eduardo III de Inglaterra (Honi soit qui mal y pense), como el piropo que un muchacho, de gran corazón seguramente, le dedicó a una hermosa anciana cuyos blancos cabellos, buen porte, sereno rostro y mirada luminosa despertaron su admiración: “Señora: ¡quién tuviera 60 años más!”. No sé si sea piropo el que una gentil dama me dijo en la reciente FIL de Guadalajara: “Por favor, no se vaya a morir”. En todo caso sus palabras hicieron que sonriera mi alma. Es una pena que todo esto que he escrito sirva de introducción a una chocarrería de menguada altura. La guapa y frondosa pasajera de un barco se quejó con uno de los oficiales del navío: “Un marinero me dijo un piropo de subido color”. Inquirió el oficial: “¿Qué le dijo?”. Respondió la mujer: “Que tenía yo muy buena proa, pero mejor popa”. “Lo reprenderé –le aseguró el oficial–. La verdad es que de las dos partes está usted muy bien”. En este punto traigo a la memoria una de las muchas travesuras del travieso Salvador Novo. Hizo un pícaro juego de palabras a propósito del abundoso busto de doña Virginia Fábregas y el profuso caderamen de doña Prudencia Grifell, ambas eximias actrices del teatro y cine mexicanos. Hablando de las dos, y del escenario en que actuaban, comentó Novo: “Virginia tarda en entrar lo que Prudencia en salir”... Juanito le preguntó a Pepito: “¿Crees en el diablo?”. “No sé –dudó el chiquillo–. Crees en el diablo y luego resulta lo que con Santo Clos, que es tu papá”... Llega aquí Usurino Matatías, el hombre más avaro en la comarca. Por razones –sinrazones, más bien– de orden económico se había mantenido soltero a lo largo de su vida, que no era ya tan corta –“El buey solo bien se lame”, solía decir–, pero un invierno particularmente crudo lo hizo cambiar de opinión y tomó esposa en la persona de una viuda llena de carnes y de escarcela no vacía, pues el finado la había dejado bien provista de pertenencias, de modo que no tuviera que darlas por necesidad. Las pertenencias, digo. Usurino, sin embargo, hizo algo sumamente extraño: se fue solo de luna de miel. Explicó: “Ella ya ha pasado por todo eso. No tenía caso gastar doble”. Recuerdo el caso de un individuo al que por sus costumbres campiranas le decían el Charro. Consecuentemente su esposa era conocida como la Charra. Cierto día fueron a un restorán especializado en cabrito, delicia gastronómica norteña, particularmente de Coahuila y Nuevo León. El tal Charro era hombre rudo, de modo que se adelantó a pedir. Le ordenó al mesero: “Tráime a mí un tequila acompañado por una cerveza (el caballo y la potranca se llama esa combinación); y luego un principio de fritada, un machito, una cabecita, una riñonada y unos frijoles a la charra”. Al oír esto último la señora se afligió. Le dijo con dolorido acento al Charro: “Viejo, yo también quiero cabrito”... La de hoy es “La noche más venturosa”. Creyentes y no creyentes sentiremos por igual el espíritu de paz y bien. Deseo a mis cuatro lectores una feliz Nochebuena, y mañana una alegre Navidad en que nazcamos al amor. Al Amor... FIN.
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