Rock Hudson, el príncipe valiente

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Rock Hudson nos dejó hace 25 años. No sólo fue un galán clásico y elegante. Su valentía a la hora de reconocer su homosexualidad y su enfermedad le convirtieron en un símbolo de la lucha contra el sida.
Madrid, España.- Roy Harold Scherererer Jr. fue el único hijo de un mecánico y una operadora telefónica a quienes la Gran Depresión tocó de pleno y rompió su matrimonio.
Cuando este chico, a quien el mundo conocería como Rock Hudson, finalizó su paso por la Marina de EU, ejerció los más variados trabajos tanto en su pueblo natal, donde se quedó su madre, como en California donde se había instalado su padre.
No fue una época fácil para él joven, ninguna de las nuevas familias que fundaron sus padres le recibió con los brazos abiertos, pero decidió quedarse en Los Angeles porque siempre tuvo una cosa clara: Quería ser estrella de cine.
A pesar de que nunca había acudido a clases de interpretación, tenía otros dones: Una planta perfecta con su 1'93 de estatura, un rostro varonil que parecía tallado a cincel y un cuerpo escultural... Toda esa suma de factores podía llevarle a algún sitio.
Por si tenía alguna duda, ésta se despejó al conocer a un famoso agente Henry Wilson, quien conocía todos los trucos de la industria. Él lo rebautizó: Rock -por recordarle a la roca de Gibraltar- y Hudson por el río que bordea Manhattan.
Le obligó a bajar de peso, a caminar derecho, hizo que le arreglaran los dientes para poder lucir aquella encantadora sonrisa que cautivaría a medio mundo. Y, entonces se lo envió al director Raoul Wash.
Rock empezó sus clases de interpretación pocos días antes de su estreno en el cine con "Escuadrón de valor", donde tenía una única escena con una sola frase: "Hace falta una pizarra grande". Hubo que repetirla 37 veces y ante aquello, el director le cedió al joven Hudson a los estudios Universal.
En aquellos primeros años fue apareciendo en pequeños papeles de soldado o vaquero, fueron unos comienzos zafios, los de un actor en bruto, sin tallar, cuyo rostro se movía entre los otros rostros sin nada que expresar.
EL PUBLICO LO CONVIRTO EN SU ESTRELLA
Pero todo cambió con la nueva década. Los años 50 llegaron cuando Hudson ya era un intérprete pulido, conocedor de sus posibilidades ante la cámara y a quien la cámara, a su vez, quería. Fue entonces cuando reinó como el galán de moda, pero no porque lo descubriera la industria de Hollywood, sino por el fervor del público, fue el público quien lo impuso, quien le otorgó su corona.
Sucedió en 1952 con "Bend of the river" ("Tierra de esperanza"), protagonizada por dos astros: James Stewart y Julie Adams, y donde Hudson sólo tenía un pequeño papel de reparto.
La noche del estreno, que se celebró en Portland (Oregón), al finalizar la proyección, salieron a saludar los dos actores consagrados, quienes recibieron, el aplauso de rigor. Pero... cuando se asomó Rock Hudson saltó la gran sorpresa.¡ El público estalló en unos delirantes aplausos sin fin!.
La gente había reconocido en él a una estrella. Y eso es algo que nunca, en ningún caso, pasa desapercibido entre los directivos de Hollywood, que comenzaron a engrasar la maquinaria. Así, el estudio que tenía a Hudson bajo contrato, le programó seis películas para el año siguiente.
En ese momento, no importaba tanto la calidad de los filmes. Lo esencial era lucir a la estrella, que el público lo viese y hablase de él y, mientras tanto, ir preparando su carrera para lanzarlo convertido en el nuevo galán del momento.
EL REY DEL MELODRAMA... Y DE ESE MISTERIOSO SECRETO
El plan funcionó al milímetro. Los filmes estrenados se convirtieron en los favoritos de los jóvenes. Y así, en 1954, le dieron la oportunidad de oro, rodar como protagonista masculino absoluto, junto a Jane Wyman y a las órdenes de un director clave en Hollywood, el gran especialista en melodramas, Douglas Sirk.
Fue "Obsesión", su primera colaboración con Sirk, con quien volvería a trabajar en otras obras maestras del género, y en registro más dramático rodó "Gigante", dirigida por George Stevens y por la que fue candidato al Oscar.
El melodrama, género que mezcla el romance más apasionado con las lágrimas desbordantes y el tremendo drama, era el género para el que Hudson parecía haber nacido.
Tal vez porque era ese drama interno lo que marcaba la vida privada de Rock Hudson quien, como estrella del momento, desprendía la imagen de una galán cargado de virilidad, de profunda voz masculina y con una enorme carga sexual. Pero eso era una imagen, una proyección que nada tenía que ver con el Hudson homosexual que debía esconderse ante el peligro de que el público lo descubriese y en solo un instante, lo convertiese en barro.
Llovían los premios, la prensa le perseguía, se le atribuían romances con todas las femmes fatales de Hollywood, con estrellas ascendentes, con compañeras de reparto... Pero nunca había pruebas. Nadie sabía nada sobre la vida privada de la estrella del momento. Era algo más que extraño, era misterioso.
UNA BODA DE PANTOMIMA
Y comenzaron los rumores sobre ese misterio. Había que salvar la reputación del actor pues, en aquellos años, el loco Hollywood lavaba sus trapos dentro de casa. Los "pequeños secretos" de los otros se conocían pero no se contaban, era algo que sólo se trataba en "petit comité" y siempre quedaba dentro de las altas verjas de sus mansiones.
Fuera de los muros, la vida de todos los artistas era absolutamente feliz, armoniosa, pudorosa, y llena de matrimonios que se arrullaban a la luz de la luna.
La palabra homosexual estaba prohibida, era impronunciable. El americano medio asociaba inmediatamente esta tendencia sexual con vicio y enfermedad; y la industria no quería transmitir "esos valores", alejados de la familia religiosa y tradicional.
Por eso, la imagen de masculinidad como la de tantos otros -Montgomery Cliff, James Dean, Burt Lancaster, George Cuckor y un largo etcétera- se resignó a callar, a llevar por dentro la losa de una doble vida y muchos a fingir un matrimonio de conveniencia.
En el caso de Rock Hudson, la elegida fue su secretaria Phylis Gates; se casaron el 2 de julio de 1955 en una ceremonia privada en Santa Mónica, luna de miel en Jamaica y tres años perfectos de cara a la galería.
Pero, al parecer, Phylis desconocía la verdadera naturaleza de la boda. Creía firmemente en la imagen proyectada y no en la realidad de los hechos y, al descubrirlo, inmediatamente pidió el divorcio. Hudson aprendió la lección y nunca volvió a fingir otra mascarada.
Finalizaban los años 50 cuando otro filón se abrió para el actor, "Confidencias a medianoche" reunió en pantalla a Rock Hudson con Doris Day en una comedia sentimental de guerra de sexos que sentó cátedra. La química entre ambos funcionaba como un reloj y el guión daba un retoque nuevo al género. Además, la vis cómica del galán quedaba más que demostrada.
Y, aunque sólo filmaron juntos tres películas, la pareja Doris Day-Rock Hudson ha pasado a la posteridad como un clásico del cine. Además, Doris se convirtió en una amiga fiel hasta el final de sus días, como lo fue Liz Taylor, quien conoció al principio de su carrera en "Gigante".
UN MENSAJE LIBERADOR
Estas amistades serían esenciales para Rock Hudson, cuya estrella brilló con fuerza en los 50 y 60, luego se refugió con éxito en la televisión durante los 70, cerró su capítulo fílmico en 1984 y se despidió del público en la serie de éxito de mediados de los 80 "Dinastía", donde ejercía de conquistador de la protagonista, Linda Evans, y en uno de sus episodios se incluía un beso.
En esos años comenzó a manifestarse su enfermedad, el sida. Estaba en París y cayó desplomado en el hotel Ritz. Lo trasladaron al hospital y la versión oficial hablaba de cáncer.
Eran los años en que la palabra sida comenzaba a dejarse oír. Había mucho miedo y pocas certezas, sí se sabía que era mortal, pero todavía se desconocían las vías de infección y no había tratamiento fiable ni modo de parar su evolución hasta el final definitivo.
Entonces, el 15 de julio de 1985, Rock Hudson hizo pública su enfermedad mediante el último mensaje antes de su muerte, que leyó en su nombre su amigo Burt Lancaster.
En el texto decía que estaba cansado de sostener una vida que no era la suya. Así, de una forma tajante, este hombre al que habían abandonado casi todos los que se consideraban sus amigos, a quien llevó a juicio su amante de los tres últimos años por no conocer la enfermedad, gritó finalmente al mundo quien era.
"Algunas veces se nos permite ser nosotros mismos. Mi imagen fue hecha por otras personas, no por mí", había dicho Hudson. Pero ahora, a las puertas de su muerte, que acaeció el 2 de octubre de 1985, Hudson se permitió ese lujo.
Así, se convirtió en un símbolo de la lucha contra la pandemia del siglo XX. Puso rostro a una enfermedad mortal. El primer personaje en admitir que tendía VIH. Fue un Príncipe Valiente.
DESTACADOS:
- El público fue quien lo eligió como su astro, antes que la industria de Hollywood que, tras ver la reacción de la gente ante su presencia en pantalla tuvo que ponerse en marcha y a su servicio.
- Vivió bajo la losa de una doble vida, la imagen que proyectaba de sex symbol varonil y su secreta homosexualidad.
- Cuando cayó víctima del Sida, se reveló ante el mundo descubriendo su enfermedad, entonces casi desconocida y su tendencia sexual. Se convirtió así en el rostro de la lucha cntra el VIH