Con música, sarapes y recuerdos del Día de Muertos, poetas coahuilenses presentan ‘Sala de espera’ en FILC 2024
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Las poetas invitaron al recién creado Círculo de Mujeres Lectoras a recitar algunos de los poemas de la antología ‘Sala de Espera’
Melissa Medellín, Hilda Zavala y Alicia Rocha, poetas coahuilenses, presentaron su antología de poesía, “Sala de espera” entre sarapes, música y recuerdos del Día de Muertos, en la Feria Internacional del Libro Coahuila 2024.
Las ausencias nos atraviesan a todos. Estamos hechos de ellas. Estamos llenos de nuestros muertos, de nuestros abandonos. Son los hilos que nos tejen. Pero, a veces, como el 21 de septiembre, nos visitan.
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En el “Llano en llamas”, como mis compañeros de facultad bautizaron al campus de la UAdeC en Arteaga, se nos abrieron las heridas y el amor escurrió y llenó la sala Manuel Acuña, en la Feria Internacional del Libro Coahuila 2024.
La sala estaba colmada. Había gente de pie, traían sillas, no cabíamos. Tampoco había un ojo seco.
Además, estaban los que ya no están. Melissa Medellín, Hilda Zavala y Alicia Rocha les abrieron la puerta con sus versos.
Ahí, todos apretados, entre vivos y muertos, las poetas coahuilenses presentaron “Sala de espera”, una antología poética llena de ausencias, de perdidas, de heridas viscosas, de cocinas que huelen a canela y de recuerdos del Día de Muertos.
Liliana contreras, escritora y encargada de prologar la antología, fue el hilo conductor entre las intervenciones de las autoras.
Bendición, primer vértice
Melissa Medellín nos invitó a Susana Cepeda, Ángela Reojas y a mí a acompañarla a leer alguno de sus poemas. Todas pertenecemos al Círculo de Mujeres Lectoras. Un espacio que nació a principios de este año.
Inicié yo, leí titubeante “Ofrenda”, asustada por la sala llena, pero con la convicción de que no es sobre mí, de que estoy (estamos) para apoyar y para darle voz a las palabras de Melissa. Lo elegí por hablar de las cicatrices, que también llevo, porque el poema es espejo.
Sigue Ángela con “II” y, mientras la escucho, me estremezco, porque los versos de Melissa son como el pus que brinca de la herida agusanada. Duelen. Pegan, No te dejan tranquila. Sientes sus ausencias como tuyas, porque lo son. La muerte es el idioma universal.
Susana se entrega a “Los días perdidos” y aquí, Melissa nos trae la angustia que viven miles y miles de familias en Coahuila. El dolor de no saber dónde están sus seres queridos. De vivir con la esperanza de que un día aparezcan. Mientras se marchita el cuerpo. Mientras todo pasa, pero uno se queda en el mismo sitio, porque espera, espera.
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Melissa cierra con “Bendición”, dedicado a su abuelo (y yo recuerdo al mío) y entonces estamos unidas. Ella y yo, mi abuelo y el suyo, que ya deben estar en la sala. Viéndola a ella, agradeciendo el pase. Recordando que somos el legado de los que vinieron antes, que existimos gracias a que nos dieron vida.
Desierto, segundo vértice
Alicia Rocha, quien además de poeta, es artesana del Sarape, nos regresa a lo familiar, a la cocina, a lo cotidiano. Lee un breve texto y luego presenta a Zoé Rodríguez, también integrante del Círculo de Mujeres Lectoras.
Zoé, a quien antes no le gustaba la poesía, pero ahora sí, lee dos poemas, “Retorno” y “Desierto” y nos transporta.
Los versos de Alicia nos dejan viajar, son palpables, casi, casi puedes oler el café. Envuelven, abrazan, conjuran como las abuelas, como las madres y crean. Construyen ante ti la escena, la perdida, el dolor, el altar a los hijos que no vuelven.
Y, luego, nos inunda la música del banjo, los Banjoleros se hacen presentes: Ernesto & su banjo, Wild West y Nettoz Ferrel tocan y, en la voz de Ernesto, recita “Infortunio”, el homenaje de Alicia al corrido saltillense, Rosita Alvirez.
“Qué culpa tenía la Rosa / de embellecer el jardín, / de ser fina y orgullosa / de quererse divertir”, se cuestiona Rocha y todas, las que recordamos la violencia cotidiana con la que se vive cuando eres mujer, nos preguntamos lo mismo.
Los Banjoleros, todos acompañados, de una forma u otra, de nuestro sarape (nuestro porque 13 años de vivir en Saltillo ya hacen que también lo sienta mío) concluyen cantando unas líneas del corrido y Alicia nos deja con adioses, con dolores y con memorias revueltas.
Fugaz, tercer vértice
Hilda nos cuenta que este libro nació alrededor del Día de Muertos. También nos dice la verdad: la muerte no hace excepciones, a todos nos ha quitado a alguien.
Invita a Alejandra Puente a leer uno de sus poemas, luego lee ella. Inicia con “Julio no es” y aquí empecé a hacer un esfuerzo para no llorar, porque me quería hacer la fuerte, porque si me lo permitía, los recuerdos de mis muertos me iban a ahogar. Pero no puedo, no soy fuerte. Los siento conmigo.
Hilda nos envuelve, hace sus perdidas colectivas. Todos somos un julio que nos duele. Todos somos una ausencia que corre en las venas.
Entonces, cuando las perdidas se nos acumulan, Teresa D’Olivo y Reggina Quintana, un grupo independiente, comienzan a tocar “La llorona” y el alma corre por los ojos.
Acompañan a Hilda con “Fugaz”, mientras cantan y nos transportan. De pronto es 2 de noviembre. De pronto todos nuestros muertos están presentes. De pronto extrañamos menos, porque extrañamos todos juntos.
Ángela Reojas, quien acompaña en la presentación del libro a Liliana Contreras, e integrante del Círculo de Mujeres Lectoras, cierra la presentación.
Hace un breve recorrido sobre el trabajo poético de las autoras, sobre la importancia de que las mujeres escriban, cita a Sor Juana: “Ellas solo saben hilar y coser, si la poesía es un fuego que arde, ellas como hoguera, en su tintero han de quemarse” y, como dijo Ángela: Melissa, Hilda y Alicia ya se quemaron.