Correo Cervantes

Artes
/ 25 octubre 2020

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío…

Mi alumna Angélica Aguirre –Angie, para nosotros- me envía un correo en el que se disculpa por no haberse podido conectar a la plataforma en la que llevamos el Curso “Siglos de Oro”, en el 5° semestre de la Licenciatura en Letras Hispánicas de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UA de C.

“No quiero desatender la clase -me escribe-, y me quedé con muchas ganas de comentar para el Curso de Siglos de Oro algo que me encantó sobre “El Quijote”.

En el capítulo 6, cuando están el cura, el barbero y la sobrina de Don Quijote en la biblioteca de éste, hay una parte en la que el autor hace un guiño, o algo que yo llamaría un cameo, casi-casi, en el que encuentran “La Galatea”, de Miguel de Cervantes… Me encantó ese detalle. Siento que de cierta forma, el autor se está auto-legendarizando (si es que ésta es una palabra real), o convirtiéndose en parte del mito de su propia obra…

“¡MARAVILLOSO! Increíblemente maravilloso. Se me hace de tremendo ingenio, y de una creatividad y originalidad que no me imagino a nadie más escribiéndolo. ¡Qué gusto el de ponerse como uno de los culpables del padecimiento de su propio personaje! No, no, no, no sabe. Me estoy divirtiendo mucho con este libro, y me dan tantas ganas de no tener otras materias para poder devorármelo completo.

“También, en ese mismo capítulo encontré una frase que me gustó, pero no tanto porque conecte con ella como tal, sino porque estoy en total desacuerdo (lo cual, me fascina, porque me encanta abrir discusión). La frase es la siguiente (dicha por la sobrina de Don Quijote, sobre libros de poesías): "Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen, ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero."

“Estoy en desacuerdo, porque no creo que Don Quijote haya sido víctima de los libros de caballerías únicamente. No sé muy bien cómo expresarlo, pero siento que la cosa con Don Quijote es que él era una persona con una sensibilidad para la literatura que, independientemente del género literario, habría quedado "tocado" de cualquier modo. Y, en cualquier caso, un refuerzo de lo que a Don Quijote inspiró para convertirse en caballero, fue la poesía.

Don Quijote disfrutó de las lecciones de los libros de caballería por las novelas, pero las entendió a partir de la poesía... O eso pienso yo. ¿Qué dice usted?”.

Aquí respondo a la pregunta de Angie:   cierto, sólo hay que repasar las páginas de “El Quijote” para darse cuenta del papel que jugó la poesía en la vida y en el resto de la obra de Cervantes, quien aspiró siempre a ser un buen poeta.

¿Lo fue realmente? Entre sus brillantes contemporáneos acaso no haya sido apreciado como tal y es un hecho que no es considerado un poeta a la altura de un Garcilaso, un Quevedo, un Góngora. Pero en su sentido más amplio, Cervantes es, en su obra cumbre como en otras, un poeta de altura indiscutible.

¿Cómo, si no, pudo ser el creador de un par de personajes tan emblemáticos, tan representativos de los más profundos ideales humanos que ha construido la literatura, y tan célebres como la Celestina, el pícaro Lazarillo o el Don Juan Tenorio, y aún más universales?

La sobrina de Don Quijote dice que “los libros de poesía no hacen el daño que los de caballerías han hecho…” Habría que detenerse un poco en esta afirmación. Si extraemos deliberada y arbitrariamente la frase de su contexto, ¿a qué “daño” se referiría esta sobrina? ¿Qué tipo de “daño” hace o puede hacer la poesía? No sé si tomar esto desde un punto de vista moral, emocional, político, social…

En cuanto a ese juego especular que propone Cervantes citando su propia obra, “La Galatea”, creo que es uno de los mil y un guiños que el autor esboza a lo largo de “El Quijote”, lo mismo para sus contemporáneos que para la posteridad. Pero se trata de un guiño bastante significativo.

En el famoso escrutinio que cita Angie, el cura y el barbero, los amigos del hidalgo manchego, topan, al final, con un volumen. “Pero ¿qué libro es ése…?”, pregunta el clérigo. El barbero responde: “La Galatea de Miguel de Cervantes”. El comentario del cura es delicioso y no tiene desperdicio. Lo transcribo tal cual, con toda la triste ironía y la implacable autocrítica que Cervantes –una de las innumerables voces que narran “El Quijote”- imprime a sus palabras:

“-Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.”

“La Galatea” es una novela “pastoril” que Cervantes publicó en 1585: fue la primera obra que vio la luz del mundo. Prometió siempre una segunda parte, que quizá nunca pudo escribir.

Uno de los rasgos más interesantes de este Capítulo VI de la Primera Parte de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” es su carácter crítico. A través de la mirada del cura y el barbero, Cervantes envía al fuego del olvido a los libros mediocres y salva del mismo a los libros que consideraba valiosos y edificantes por su estilo, su fantasía o su arquitectura literaria.

Pero yerro, por cierto, al hablar de “la Primera Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” (1605): la Primera Parte que conocemos lleva este título; la Segunda, éste: “El Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha” (1615).

Con mi cariño, vayan estos párrafos para ti, Angie, y para todos mis estudiantes de los Siglos de Oro, en estos tiempos aciagos y virtuales.

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