Curioseando la curiosidad

Artes
/ 14 febrero 2020

Los seres humanos somos curiosos y preguntones. Sin embargo, damos por sentada tal curiosidad: generamos preguntas a partir de ella, pero pocas veces nos preguntamos por qué somos curiosos. 

Hace tiempo que mi mente zumba y revolotea alrededor del reduccionismo como abeja en vaso de coca-cola. No se me culpe de ello: la teoría evolutiva es un manjar tan coherente y consistente que es difícil no sucumbir a su dulzura; por eso cuando observo rasgos o comportamientos en los seres vivos tiendo a generar hipótesis fundamentadas en esta suculenta teoría. 

La curiosidad es un rasgo común en muchos animales, entre ellos, el ser humano la manifiesta de manera acusada. El lenguaje nos permite compartir esa curiosidad, llevarla de mente en mente, intercambiarla, satisfacerla y, sobre todo, incrementar las dudas y generar más preguntas. ¿Por qué somos tan curiosos? ¿Por qué tan preguntones? 

Cuando un rasgo físico o de comportamiento está generalizado en todos los individuos “normales” de una especie podemos sospechar que se trata de una adaptación, un derivado de una adaptación o una mezcla de adaptaciones. 

En clave evolutiva, una adaptación es una característica que reporta ventajas de supervivencia y reproducción y que por ello se ha generalizado en la especie. El deseo de beber agua es “evidentemente” una adaptación. Si no tuviéramos sed moriríamos. Todos tenemos sed, nuestros ancestros la tuvieron y todos nuestros parientes animales tienen sed: se trata de una antigua adaptación. El cráneo agrandado del homo sapiens permite alojar un cerebro más grande. Es claro que es una adaptación más moderna que la sed, en primer lugar porque es más útil estar hidratado que razonar de manera eficaz, eso lo sabe muy bien una lombriz; en segundo lugar porque los partos en las hembras homo sapiens son especialmente dolorosos y riesgosos: al parecer el crecimiento del cráneo le ganó la carrera evolutiva al ensanchamiento de la pelvis femenina. ¿Por qué la naturaleza “decidió” hacer seres humanos listos a costa de mucho dolor, riesgo de muerte al nacer y mucho tiempo de crianza? Razonar es una buena herramienta de supervivencia y, por ende, de reproducción, lo cual, a pesar de los costes, redunda en la preservación de la especie. 

Cada ser vivo está constituido por capas de adaptaciones, hay rasgos que son una mezcla de ellas, y también los hay que son un espacio “en blanco” que dejó una adaptación. En los seres humanos la cosa se complica dada nuestra capacidad de actualización social, la cual genera dudas en cuanto a nuestros comportamientos: ¿son instintivos o representan construcciones sociales? 
Descubrir la genealogía de una adaptación es tarea detectivesca para los biólogos. En este descubrimiento colaboran la genética molecular, la psicología evolutiva y otras muchas disciplinas. Esto no quiere decir que los legos y profanos de las ciencias biológicas no podamos ejercitarnos como detectives darwinianos. Hay un sin fin de seres vivos con millares de características al alcance de nuestra observación y nuestra curiosidad. 

Un buen método para desenmascarar adaptaciones es suponer que el rasgo en cuestión está ausente. Si la supervivencia se pone en jaque, hemos descubierto un rasgo adaptativo. 

¿Por qué somos tan curiosos? ¿Es un rasgo adaptativo? ¿Un coctel de adaptaciones? ¿Un constructo social? 

¿Qué sucedería si se extirpara la curiosidad de nuestra especie? Para empezar, tú no estarías leyendo este Ricercare.


RICERCARE
Alejandro Reyes-Valdés

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