¿Qué fue de la obra de arte del robot que luchaba por mantenerse vivo?

Artes
/ 11 junio 2024

‘Can’t help myself’ se convirtió en una obra de arte viral durante la pandemia, al conmover por su, aparentemente, interminable lucha por seguir con vida

Un brazo robótico, que busca infructuosamente controlar el flujo de un líquido rojo que emana de su base, visiblemente cansado y desgastado, tras años de realizar la misma acción una y otra vez. Esta instalación artística conmovió a las redes sociales hace unos años, ¿pero qué fue de ella?

“Can’t help myself” es una obra del dúo de artistas conceptuales chinos Sun Yuan y Peng Yu, que desde hace varias décadas trabajan realizando piezas cinéticas, en movimiento, para cuestionar los sistemas políticos en los que vivimos. “Nació” en 2016 como una comisión del Museo Guggenheim de Nueva York para generar un diálogo entre el desarrollo industrial y la violencia por el control en la frontera.

La instalación se compone un brazo robótica de la marca alemana Kuka, ataviado con un trapeador de goma, enclaustrado en una caja de acrílico transparente y montado sobre una base de madera de la cual emana constantemente un líquido rojo que debe recoger y atraer a su centro todo el tiempo, una acción inútil pues conforme avanza en un lado por el otro ya se está escurriendo.

El robot fue programado para realizar aleatoriamente 32 “danzas” o acciones que pudieran despertar una emoción el espectador y dar la impresión de personalidad y autonomía, mientras continuaba su infinita labor.

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Sin embargo, alrededor de 2022 varios clips de las exhibiciones en las que estuvo esta pieza se viralizaron, con un mensaje muy diferente al que pretendieron sus creadores. Al ver los movimientos cada vez más lentos del brazo y “su jovialidad” decayendo, el público general comenzó a identificar en esta obra una alegoría del tener que “trabajar para vivir”, sobre todo luego de que se esparciera el dato falso de que el fluido era, o representaba, un líquido necesario para poder seguir en movimiento –aunque no se trataba más que de una mezcla de celulosa y agua pintada de rojo–, y que eventualmente “moriría” al ir perdiendo poco a poco la habilidad para recogerlo de manera rápida.

¿Sobrevivió a su inagotable tarea?

Lo curioso del fenómeno que ocurrió en estos últimos años es que para entonces la pieza ya había sido desmantelada y cerró su ciclo en 2019. Su última presentación pública fue en la Bienal de Venecia ese año, culminando en el mes de noviembre.

La viralización de la que fue objeto llegó cuando su vida ya había terminado, aunque no lo hizo porque se le acabara el fluido, sino porque simplemente sus autores la desconectaron. La “vitalidad” de la pieza nunca estuvo sujeta a si podía o no contener su “combustible”, sino a una batería que se recargaba cada noche, cuando dejaba de operar. A la mañana siguiente se reanudaban sus actividades, por lo que su desactivación fue un producto de la agencia de Sun Yuan y Peng Yu.

La diferencia de lecturas que generó también abrió debates sobre la vigencia de los discursos en el arte, con algunas personas considerando “irrespetuoso” el imponer otra lectura, más personal, a una pieza que habla originalmente sobre abuso de poder y violencia sistemática. No obstante, pensar la obra como un mensaje sobre la forma en que el sistema nos obliga a “desangrarnos” mientras la jornada laboral continúa, no se aleja mucho de esta primera intención.

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