‘Romper con la norma, tirar el sistema, subirle el volumen’: Despiden a José Agustín en Bellas Artes

El domingo 25 de febrero se llevó a cabo un homenaje póstumo al escritor mexicano. Pedro Moreno comparte esta crónica que retrata el evento y al autor, cuyo legado es de letras y de rebeldía

Artes
/ 29 febrero 2024
COMPARTIR
Caminamos una milla para verte, ¿no vas siquiera a sonreírnos?
¿Estás cegado por ese brillo? ¿Estás deslumbrado por la luz?
¿Por qué no veo más que vacío en tus ojos fríos y golpeados, que alguna vez fueron brillantes?
Sé que no puedes evitar correr cuando escuchas esa dulce voz que te llama.
Estás muy cerca del cielo, eso es todo.
“Too close to heaven”. Mike Scott (The Waterboys)
para Andrés, Jesús y Tino

El 13 de septiembre de 1968, el entonces joven escritor José Agustín debía dar una conferencia en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes. La cita era significativa porque la lectura formaba parte de una serie denominada Los narradores ante el público, por donde habían desfilado gente de la talla de Carlos Fuentes y Juan Rulfo. Algo de consagratorio tenían esas presentaciones y nuestro joven escritor algún interés tenía en ellas.

Llegado el momento se dio cuenta que en la misma fecha se había convocado a la famosa Manifestación Silenciosa, una de las más emblemáticas del Movimiento del 68, que en esas fechas alcanzaba sus momentos más álgidos. El escritor llegó a Bellas Artes y le espetó a un tal Antonio Acevedo, encargado de literatura del INBA, que pospusiera la fecha de la conferencia porque él en realidad se iba ya a la Silenciosa. Acevedo se negó a aplazar la charla, aduciendo que “... el público ya lo está esperando”. “Pues déjeme los invito a la Marcha”, replicó José Agustín. “Ellos vinieron a oírlo a usted no para ir a una manifestación”, añadió el apurado funcionario. “Pues mire: yo los invito, el que quiera ir que vaya y a los que se queden, ahí usted les cuenta una de vaqueros. ¡Yo me pelo a la Silenciosa!” Lo anterior lo cita muy bien Elena Poniatowska en su mítico libro La noche de Tlatelolco.

$!El homenaje se realizó la tarde de este domingo.

La constelación de los astros que impidió llevar a cabo su conferencia a José Agustín, dejó entrever algo que el escritor cumpliría como destino. Ahí estaba ya el germen de los tres volúmenes de la Tragicomedia Mexicana, una serie de crónicas sobre la vida en el país durante los sexenios administrativos que van de 1940 a 1994. Se trata de crónicas que implican una serie de temas y matices, donde el autor emplea todos los recursos de la narrativa, por lo que se leen sabrosamente como una novela. En ese gesto de rechazo a la conferencia estaba también su amistad con José Revueltas y la reevaluación que tanto JA y algunos de su generación llevaron a cabo sobre la obra del escritor duranguense un tanto subestimada por las letras oficiales.

Por otro lado, la consagración de José Agustín no vendría de las instituciones, sino de su público lector y de la pequeña ayuda de los amigos, verdaderos aliados, como José Emilio Pacheco y la misma Poniatowska, en la primera época; y luego de autores de una generación posterior como Alberto Blanco, Enrique Serna y Juan Villoro, que lo acompañaron siempre en fases posteriores. Por supuesto, hubo mucha más gente afín. Además, siempre existió una hermandad conformada por lectores fidelísimos, escritores, promotores culturales, periodistas, etc., que a falta de mejor nombre se le podría llamar la Cofradía del Hermano Mayor porque, parafraseando un poema de Alejandro Aura: teníamos un hermano mayor que era varios años más grande y más bueno que todos nosotros.

El domingo 25 de febrero, es decir el domingo pasado, José Agustín finalmente llegó a Bellas Artes. Las altas autoridades de la cultura le organizaron un homenaje póstumo que se celebraría en el foyer del recinto. La periodista y narradora Elena Poniatowska, la poeta Elsa Cross, el poeta Alberto Blanco, la Secretaria de Cultura federal Alejandra Fraustro, el grupo de rock La Barranca, y la familia del escritor: Margarita Bermúdez, esposa por 60 años de José Agustín, y sus hijos Andrés, Jesús y José Agustín fueron algunos de los oradores en esta jornada.

Fueron emotivas y devotas las intervenciones de la familia: “Lo amé mucho e intensamente y creo que él a mí también”, dijo Margarita, su viuda. Andrés, el hijo mayor y editor en México de la editorial Random House, recordó que a veces era arduo tener un padre como JA, pues todo lo vivía intensamente y en ocasiones era impresionante ver cómo las fuerzas luminosas y oscuras que todos llevamos dentro se debatían con mayor intensidad en el interior y exterior de su papá: “...vivió de un modo único y nos sedujo con su credo: romper con la norma, tirar el sistema, subirle al volumen, buscar la poesía, ser audaz y consultar el I Ching, fueron algunos de sus preceptos”.

Jesús, neurosiquiatra y autor de varios libros también, recordó un evento de hace casi treinta años, otro homenaje, éste llevado a cabo en la ciudad de Saltillo, Coahuila, para celebrar los cincuenta años del autor de Se está haciendo tarde (final en laguna), donde su padre lo impresionó con su discurso, porque metafóricamente aseveró que estaba ciego, que era como un murciélago, y que circulaba por la vida venciendo los obstáculos de manera intuitiva.

José Agustín, Tino, el menor, que lleva el nombre de su padre, pero también el de su tío abuelo, el compositor guerrerense José Agustín Ramírez, autor de “Por los caminos del sur” y tantas otras, canción con que se abrió la ceremonia del Palacio de Bellas Artes, arrostró a su padre: “Te hablo directamente a ti, jefe: no me voy a rendir; a ver si escribo algún día algo que sea digno de ti”. Tino fue quien más usó el lenguaje coloquial en su participación y levantó su brazo derecho en distintas ocasiones en señal de saludo.

Los escritores Alberto Blanco, Elsa Cross y Elena Poniatowska tienen en común, además de haber sido grandes amigos de José Agustín, el haber tenido siempre una libertad e independencia creativas. Poniatowska, era parte importante del grupo de Carlos Monsiváis, quien siempre fue crítico severo de José Agustín y su generación; “es la primera generación de norteamericanos nacidos en México”, juzgó Monsi alguna vez, acerca de este grupo en donde varios de ellos gustaban del rock. Sin embargo, la Poni, como le decían a Elena, siempre vio a este mismo conjunto de escritores con buenos ojos: “es mi hada madrina”, decía de ella el autor de Pasto verde, Parménides García Saldaña. La escritora de 91 años refirió en su oportunidad que muy probablemente JA estaría sorprendido de estar en el Palacio de Bellas Artes. Señaló que casi seguro les diría a las autoridades “¿qué les pasa?”, pues siempre fue un rebelde y contestatario.

Elsa Cross, quien es poeta y doctora en filosofía, contó cómo eran los días de convivencia entre José Agustín y Margarita y ella y su pareja de entonces, el escritor Juan Tovar, muy amigo de JA y compañero de redacción en varias revistas y suplementos. Elsa Cross fue quien alguna vez soñó que unos sabios ancianos le aconsejaron que fuera a ver a José Agustín a la cárcel (esa es otra historia) y le aconsejara que anotara sus sueños a partir de ya. El autor de De perfil vio en esta recomendación algo proverbial y le hizo caso, a partir de ahí llevó un cuaderno donde anotaba cada uno de sus sueños o al menos aquellos que consideraba más importantes o visionarios.

El poeta Alberto Blanco, quien tiene alrededor de cien libros publicados entre poesía, ensayo, crítica de arte y traducción, además de ser músico y artista visual, manifestó de principio que a José Agustín le hubiera gustado más que se le ofreciera un buen concierto de rock, en lugar de la ceremonia imperante. Único poeta mexicano traducido al inglés por la celebérrima editorial City Lights Books de San Francisco, fundada por uno de los poetas Beats mayores, Lawrence Ferlinghetti, Blanco recordó que los Beats fueron clave en la conformación de la vocación literaria y actitud pública asumida por José Agustín.

$!José Agustín volvió a Bellas artes.

Los Beats comenzaron siendo una pequeña banda literaria que alcanzó luego resonancia mundial. El grupo lo formaban Jack Kerouac, el propio Ferlinghetti, Philip Lamantia, Gary Snyder, Michael McClure, Gregory Corso, entre varios otros, y tenían como mentores a escritores como William S. Burroughs y Kenneth Rexroth, dos pesos pesados, que eran verdaderos avatares del inconformismo y de la contracultura.

“Todos coincidían en una profunda insatisfacción ante el mundo de la posguerra, creían que se debía ver la realidad desde una perspectiva distinta y crear un aire libre, desnudo, confesional, personal, social y generacional, coloquial y culto a la vez, que tocara fondo y rompiera con las camisas de fuerza de los cánones estéticos imperantes”.

Alberto Blanco citó este pasaje de un ensayo de José Agustín, “Los beats y la noche mexicana”, que aparece en su libro Vuelo sobre las profundidades, revelando que el dictamen de nuestro autor sobre los Beats era en realidad una especie de autorretrato, pues siempre le acompañó una profunda insatisfacción, como “(I can´t get no Satisfaction”, de los Rolling Stones), que lo llevó a abrir nuevos caminos para su desarrollo artístico.

TE PUEDE INTERESAR: Eugenia Flores buscará acercar la literatura al público con el taller ‘Poesía para Principiantes’

Después de las oradoras representantes de las dependencias oficiales de cultura se dio paso a las guardias de honor ante las cenizas del escritor que, por cierto, siempre estuvieron ahí, en el centro. La Barranca con su frontman Manuel Aguilera, quizás el mejor grupo de rock en la actualidad en México, interpretaron algunas piezas instrumentales con riffs agudos y celestiales y concluyeron con una versión de “The house of rising sun”, que a José Agustín le gustaba de sobremanera y que alguna vez consideró que fuera interpretada en su funeral.

Este cronista improvisado y sus hijas, Marcela y Mariana, después de la guardia de honor, tocaron al mismo tiempo la urna por demás sencilla que guardaba el polvo (“enamorado”, diría Quevedo) que alguna vez fue su amigo, decidieron ir contra el lugar común de “el último adiós” y resolvieron que José Agustín viviría en cada uno para siempre.

JOSÉ AGUSTÍN EN SALTILLO: A 30 AÑOS

En julio de 1994, el recién creado Instituto Coahuilense de Cultura (ahora Secretaría de Cultura), bajo la dirección general de la escritora Magolo Cárdenas, llevó a cabo un homenaje para celebrar el cincuentenario del escritor José Agustín. La mayoría de las lecturas y ponencias se llevaron a cabo en la entonces sede del instituto, esquina de Hidalgo y Juárez, de la ciudad de Saltillo, específicamente en la, ahora llamada, Sala Indio Fernández. La nómina de participantes incluyó a los escritores Juan Villoro, Enrique Serna, Daniel Sada, José de Jesús Sampedro, Jesús de León, Américo Fernández; los críticos de literatura Donald Schmidt, de la Universidad de Kansas, Emanuel Carballo, Juan Bruce- Novoa y el promotor cultural del entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Saúl Juárez. Los tres días de presentaciones los cerró el grupo de rock Santa Sabina, con un concierto en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler. Los “operativos” de cada uno de los eventos que conformaron este homenaje fueron el gestor cultural Pedro Moreno y el entonces joven escritor Julián Herbert, director de promoción cultural estatal y coordinador de literatura, respectivamente, de la dependencia organizadora.

COMENTARIOS

Selección de los editores