Cultura y Pop: Los no-lugares
Empecé a escribir está columna en una de esas bancas, rodeado por gente durmiendo, y después de vagar por todo el aeropuerto
El jueves pasado tomé un vuelo de Bruselas a Schiphol (el aeropuerto de Ámsterdam) que se retrasó, y perdí mi conexión para un vuelo trasatlántico. Para cuando bajé del avión, la aerolínea ya me había encontrado lugar en otro vuelo — que salía doce horas más tarde.
De todos los aeropuertos donde uno tiene que pasar el día entero, Schiphol es probablemente uno de los mejores. Los baños están limpios, se consigue buen café, y el internet es gratis sin necesidad de dar nuestros datos personales. Además hay estaciones de trabajo, pero también zonas con bancas tipo camastro donde los viajeros que están esperando su vuelo pueden acostarse.
Empecé a escribir está columna en una de esas bancas, rodeado por gente durmiendo, y después de vagar por todo el aeropuerto. La experiencia me hizo recordar las ideas del antropólogo francés Marc Auge.
En los años noventa, Auge se marcó un hitazo al distinguir entre “lugares” y “no-lugares.” Los primeros, observó, son los espacios que deben su existencia a eventos sociales que han creado una historia particular e intransferible, y a la relación que esta historia mantiene con las personas que la habitan. Visto desde el otro lado: la identidad de las personas que viven ahí está influida y definida al menos en parte por la historia y el presente de ese lugar.
Los no-lugares, en cambio, son espacios indistinguibles e intercambiables entre sí, y donde las personas pasan de manera transitoria y anónima, sin relacionarse con ellos ni identificarse en ningún sentido íntimo. En estos no-lugares, los seres humanos no sólo no dejamos huella en un sentido social e histórico, sino literal: los residuos de las prácticas humanas se limpian constantemente.
Los no-lugares son un producto de la modernidad, definida por el capitalismo y la globalización. Las habitaciones de hotel, las estaciones de servicio en las autopistas, y los restaurantes de cadena son algunos ejemplos. Pero el no-lugar por excelencia son los aeropuertos: las cifras de Schiphol, uno de los principales hubs aeroportuarios de Europa, son casi incomprensibles desde la perspectiva de un ser humano: ofrece 305 destinos directos a través de ciento veinte aerolíneas, y recibe 442 mil vuelos y 62 millones de pasajeros al año, de los cuales un tercio hace una conexión. Y además de aeropuerto, Schiphol es un gigantesco centro comercial y de negocios: tiene más de 180 tiendas —de souvenirs, duty free, perfumerías, bestsellers, velas, cremas, shampoos, bolsas, productos electrónicos, ropa, zapatos, tenis, chocolates, delicatessen locales, y artículos de lujo— 800 empresas, 68,000 empleados, y 45,000 lugares de estacionamiento.
Hasta hace unos años, Schiphol también tenía una biblioteca, ofrecía juegos para niños —diseñados y organizados por el museo de ciencia de Ámsterdam— y una sala de exhibición de obras de arte a cargo del Rijskmuseum. Pero de todo esto ya no queda nada — excepto una tienda de souvenirs del museo.
En estas coordenadas, ¿adivina cuáles son los establecimientos más populares en Schiphol? Entrar en cualquiera de los seis Starbucks que ofrece es como entrar en cualquier otro Starbucks, esté en Bruselas, Nueva York, o Saltillo: las mismas bebidas, el mismo menú con el mismo diseño, los mismos accesorios, e incluso la misma decoración. Entrar en cualquiera de los dos McDonald’s de Schiphol es entrar en una cápsula del mundo moderno, donde los lugares tienen carácter no por lo que ha sucedido en ellos, sino por el branding de la marca.
No creo que sea casualidad que el cupón que la aerolínea me dio para comer cubriera exactamente el costo de un McTrio.
TE PUEDE INTERESAR: ¡Una funa más! Acusa ex novia a Memo Aponte de agresión y maltrato animal
Pero a diferencia de otros no-lugares, los aeropuertos ofrecen algo fascinante para la experiencia humana, que tiene que ver precisamente con la identidad de quienes pasan por ellos: los aeropuertos son portales. Representan una transición entre el lugar de donde venimos y lo que ese lugar significa en nuestra vida y rutina cotidiana —la manera en la que el lugar donde vivimos nos define— y el lugar hacia donde vamos, donde lo que se espera de nosotros es diferente y por tanto nuestra identidad cambia.
Pasa uno por un aeropuerto, se sube uno a un avión —otro no-lugar— y doce horas después, ya no estamos preocupados por los pendientes del día con día. No hay que hacer llamadas, resolver asuntos urgentes, tratar con alumnos, ir al gimnasio, preparar la cena, limpiar la cocina, ni planchar la ropa que vamos a usar al día siguiente. Por unos días, vivimos en un lugar que tiene otras expectativas de nosotros, haciendo cosas diferentes, explorando otras facetas de nuestra existencia.