El piteado, una tradición mexicana en riesgo de morir
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Un cinturón con piteado fino puede costar hasta 5,000 pesos (263 dólares) y llevar dos o tres meses de trabajo, desde la concepción del diseño hasta la montura de la hebilla, mientras que una silla para montar a caballo ronda los 50,000 pesos (2,632 dólares).
Los habitantes de Colotlán, uno de los pueblos más rezagados del estado mexicano de Jalisco, luchan por mantener viva la elaboración de artesanías con la técnica del piteado, una actividad que les ha dado fama en el mundo, pero que las nuevas generaciones se niegan a seguir.
Pedro Carrera, de 85 años, uno de los artesanos más celosos de esta técnica, dice a Efe que la tradición que han seguido por décadas en este pueblo, considerada la capital del piteado, puede morir por la falta de interés de los más jóvenes.
"Hay muchos todavía ahorita, pero si seguimos así en 10 o 20 años yo pienso que todo esto va a desmerecer", señala el artesano con tristeza, sentado en medio de su pequeño taller, donde resguarda sus diseños y trazos.
Carrera aprendió el piteado hace 51 años, gracias a su hermano mayor. Ambos han realizado trabajos para personajes como el cantante Vicente Fernández, el expresidente Luis Echeverría e infinidad de aficionados a la charrería.
Don Pedro, como lo saludan sus vecinos, desea que su nieto y otros chiquillos se interesen por dominar el piteado, una técnica de bordado sobre piel ligada a la charrería y cuyos orígenes se desconocen.
"Es una alegría para mí saber que un aprendiz va a seguir mi artesanía. Varios han aprendido conmigo y han salido y tienen su tallercito", asegura orgulloso Carrera, quien se declara un enamorado de este oficio.
Los artesanos elaboran desde el hilo hasta los diseños de los cinturones, sombreros, sillas para montar y, más recientemente, bolsos, zapatos, joyería y murales.
Cada artesano de los 190 talleres que hay en el pueblo, ubicado en los límites de los estados de Jalisco y Zacatecas, se especializa en una parte del proceso: están los torcedores, los dibujantes y diseñadores, quienes "calan" (cortan) la piel y sus relieves, o los que la bordan.
Uno de los elementos más importantes es el hilo. Las hebras se extraen de la fibra de una planta llamada pita, una especie de agave o cactácea que se cultiva solo en el sureño estado de Oaxaca y que da nombre a esta técnica.
Los artesanos colotlenses se encargan de "torcer" o unir las hebras de manera más o menos fina, según el tipo de diseño que se vaya a trabajar. La clave en este trabajo es pasarlas por su propia saliva.
"Para que salga bien una hebra es torcida con saliva (...), agarra un color marfil y es mucho más resistente la hebra que se genera", explica a Efe Alejandro Navarro, quien aprendió el oficio a los ocho años.
Como muchos artesanos, ha soportado los cortes que deja el delgado hilo al pasarlo por la lengua. Por ello, los más jóvenes prefieren usar agua, en vez de saliva, y han modificado el proceso de elaboración.
Los bordadores son los encargados de dar vida a los diseños con puntadas detalladas. Dibujan gallos, siluetas de caballos, grecas, flores y cualquier figura que surja de la imaginación.
Elizabeth de Luna es una de las pocas mujeres dedicadas a este oficio. Además de ser "torcedora" y bordadora, ella se arriesgó a diseñar productos "más novedosos" y "no limitarse al mercado de la charrería”.
Junto con Gustavo Ávila, su esposo, ha creado relojes, forros para botellas de tequila y accesorios para la casa.
Aunque ambos tienen otro trabajo, afirman que continúan con la producción de artesanía como una forma de mantener la tradición del piteado, aunque no deje muchas ganancias.
Los que saben del oficio cuentan que el "auge" del piteado fue en la década de los noventa, cuando algunos talabarteros hicieron cierta fortuna, gracias a que se puso de moda la música del mariachi y la banda, cuyos cantantes suelen usar este tipo de accesorios.
Ahora el mayor mercado está en EU, donde los colotlenses recomiendan el piteado a sus amigos o vuelven al pueblo para comprar algunas piezas.
Los charros de diferentes estados de México también van a la capital del piteado para abastecerse y lucir estas piezas en las charreadas o fiestas mexicanas.
Un cinturón con piteado fino puede costar hasta 5,000 pesos (263 dólares) y llevar dos o tres meses de trabajo, desde la concepción del diseño hasta la montura de la hebilla, mientras que una silla para montar a caballo ronda los 50,000 pesos (2,632 dólares).
A sus 34 años, Alejandro Navarro desarrolló el bordado fino especial, que combina la talabartería con el repujado y el bordado. También es de los pocos que trabaja esta técnica en los sombreros de charro.
Esto le ha permitido ampliar su mercado y darle un valor agregado a este trabajo, "para que se siga difundiendo", afirma.
El municipio colotlense y el gobierno de Jalisco también realizan esfuerzos para mantener viva esta tradición, entre ellos la construcción del Centro de Integración Artesanal, donde los más jóvenes recibirán capacitación.