El problema con el celular no es de los niños, sino de los padres
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La regla más difícil que le impuse a mis hijos fue la de negarles que usaran el teléfono celular hasta la preparatoria
Por: Pamela Paul
Había visto las investigaciones acerca de los efectos negativos de las redes sociales, las pantallas y la vigilancia de los padres en el bienestar mental, físico y cognitivo de los hijos. Me di cuenta de que, si la información resulta errónea, habrán sobrevivido una privación leve en sus vidas relativamente privilegiadas y le habremos provisto un tema de conversación a un futuro terapeuta.
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“¿Cómo lo hiciste?”, preguntaban otros padres, y yo sabía perfectamente a qué se referían. Por mucho que los padres no quieran reconocerlo, necesitamos (o al menos eso parece) que nuestros hijos tengan un teléfono.
Nos decimos a nosotros mismos que estarán más seguros en su camino a la escuela, conscientes de que en caso de que los atropelle un auto o los secuestren, no le enviarán un mensaje de texto a mamá para avisarle. Incluso en un tiroteo escolar, los celulares contribuyen tanto al peligro como a la seguridad.
Tratamos de convencernos de que el teléfono les dará a nuestros hijos una sensación de independencia, aunque los localizadores telefónicos nos permitan saber exactamente dónde están, y les enseñará a ser responsables, aunque nosotros paguemos la factura.
Puede ser que de verdad nos creamos estas mentiritas; puede ser que simplemente nos guste la comodidad. Los teléfonos permiten que los niños consulten el pronóstico del tiempo por sí mismos en lugar de gritar pidiendo el informe meteorológico mientras se visten; les permiten a los niños distraerse en lugar de distraernos a nosotros cuando estamos usando el nuestro.
Por mucho que nos lamentemos de la relación obsesiva, agonizante y necesitada que nuestros hijos tienen con sus teléfonos, es este el que nos permite a los padres despreocuparnos. Si metemos la pata, siempre podemos enviar un mensaje: ¡Recuerda el cumpleaños de tu abuelo! No te olvides del violín. Perdón, no puedo recogerte esta tarde. ¡Se te olvidó el Chromebook!
Por lo tanto, la noticia de que algunos distritos están tomando medidas enérgicas contra los teléfonos móviles es un caso desconcertante de intereses contrapuestos entre niños, administradores, profesores, padres y otros padres. Anula muchas políticas escolares protecnología adoptadas antes del COVID-19 y a las que se recurría durante los confinamientos. También es lo más inteligente que pueden hacer los colegios y ya era hora de que se hiciera.
Hace años, las escuelas se volcaban en la tecnología en aras de inculcar “habilidades del siglo XXI”. Las escuelas se vanagloriaban de tener un Chromebook para cada niño, educación en línea y todo tipo de aplicaciones. Según el Departamento de Educación, a partir de 2020, alrededor del 77 por ciento de las escuelas prohibió el uso no académico del celular. Atención a la salvedad “no académico”; muchas escuelas simplemente habían integrado los teléfonos en su plan de estudios.
Por ejemplo, cuando mis hijos estaban en secundaria, los maestros les decían en varias ocasiones a los niños que tomaran fotografías de las tareas; en la materia de ciencias, la grabación de imágenes en los celulares era parte de la lección. En The Atlantic, Mark Oppenheimer describió un colegio que “no pretendía controlar su uso y, absurdamente, intentaba hacer de su agresividad tecnológica una virtud exigiendo teléfonos para tareas triviales: al principio del curso, había que escanear un código QR para añadir o cancelar una materia”.
No es de extrañar, pues, que un nuevo estudio de Common Sense Media reveló que el 97 por ciento de los adolescentes y preadolescentes encuestados afirman utilizar sus teléfonos durante la jornada escolar, durante un promedio de 43 minutos, principalmente para las redes sociales, los juegos y YouTube. Según los autores, los estudiantes informaron que las políticas sobre el uso del celular en las escuelas varían, a veces de un salón a otro, y no siempre se hacen cumplir.
Ahora llegan los encargados de hacerlas cumplir. Como informó en fechas recientes Natasha Singer en The New York Times, Florida prohibió en todo el estado el uso de teléfonos móviles en los salones de clase, y otros distritos escolares, como los de South Portland, Maine y Charlottesville, Virginia, han tomado medidas similares. Un distrito de Florida, el condado de Orange, llegó a prohibir totalmente el uso de los celulares durante la jornada escolar. El resultado, nada sorprendente: menos acoso escolar, mayor compromiso de los alumnos e incluso contacto visual real entre alumnos y profesores en el pasillo.
Esto ya deberíamos saberlo. En 2018, una escuela secundaria en Irlanda decidió prohibir por completo los teléfonos móviles. El resultado: un aumento significativo en las interacciones sociales frente a frente de los estudiantes. “Es difícil de medir, pero encontramos que el lugar tiene un ambiente más feliz para todos”, le narró un administrador a The Irish Times.
No es tarea de la escuela vigilar los hábitos telefónicos de los niños, algo que no es fácil y los padres lo saben perfectamente, y ahí está el quid del asunto: los padres suelen ser el problema. Cuando un grupo de padres de mi distrito confrontó a la administración acerca de la política laxa en lo que respecta a los celulares, el director, cada vez que mencionaban el tema, señalaba que los padres eran los que se quejaban. ¡¿Cómo iban a contactar a sus hijos?!
No obstante, si esperamos que nuestros hijos cumplan con la política de no usar teléfonos, tenemos que superar la privación. Nuestros propios padres se limitaban a llamar a la oficina en caso de emergencia, no porque quisieran asegurarse de que nos acordáramos de sacar a pasear al perro.
En serio, si queremos enseñarles a los niños a mantenerse a salvo, a ser responsables e independientes, ¿no deberíamos darles margen de maniobra? Los teléfonos no les enseñan a los niños estos valores, sino los padres.
Para que las escuelas puedan poner en práctica lo que demuestran las investigaciones de manera abrumadora, nosotros los padres debemos respaldarlas. Cuando los padres decimos que nuestros hijos son los que tienen problemas con el teléfono celular, nos estamos engañando a nosotros mismos.