LO QUE SE QUEDA: 1989 o la caída de los muros y un terremoto
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Hoy se cumplen 34 años de que el Muro de Berlín fue echado abajo sin necesidad de hacer un solo disparo
“Cuando creí haberlo visto todo...” es una frase que nadie puede decir a los 23 años sin que se trate de un engaño propiciado por la presión autoimpuesta para madurar. Yo lo hice pensando en que si me había tocado vivir el mismo día en que los seres humanos habían pintado por primera vez su huella en la Luna, o cuando Eugenio Garza Sada fue asesinado en Monterrey cuando intentaban secuestrarlo, o la vez en que se conoció la noticia de que un fanático le arrebató la vida a John Lennon en plena calle, o ver en televisión a un presidente jurando a su pueblo que defendería al peso “como un perro” para luego saber en bolsa propia cómo se siente una devaluación, o escuchar por primera vez que del otro lado del mundo hay una ciudad llamada Chernobyl, la cual fue el escenario del peor accidente nuclear de la historia, era una mujer con la experiencia suficiente para que nada me impresionara, o al menos, no tan fácilmente.
Ese 1989 fue un año de grandes decisiones a nivel personal, cuyas consecuencias me pusieron frente a los beneficios y las dificultades que trae la lucha por la independencia: la responsabilidad de dos hijos pequeños (el menor nacido a mediados de año), cambiar de ciudad, encontrar un trabajo y la estabilidad en cada aspecto de mi nueva vida.
Este oficio ha sido noble conmigo y la puerta de un periódico pronto se abrió para mí y mi capital de siete años de aprendizaje en una Redacción. Y ahí inició el desafío para confirmar si mi capacidad de asombro, herramienta básica para el desempeño de un periodista, seguía intacta.
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El tercer partido de la Serie Mundial de 1989 estaba a punto de iniciar; la agenda para el martes 17 de octubre se dispuso desde la junta editorial: cobertura del encuentro entre los Atléticos de Oakland y los Gigantes de San Francisco, resultados, incidencias, estadísticas, notas de color en la sección de Deportes, con nota general y llamados en la portada.
En un segundo toda esa planeación cayó por obra y desgracia de un terremoto que estremeció el suelo de San Francisco unos minutos antes de cantar play ball. Entonces la noticia cambió de sección y de categoría, aceleró los horarios en la Redacción, en Producción y en las prensas; el sonido del teclado en los teletipos pasó de parecerse al de una lluvia serena, a retumbar como el de un batallón de soldados invisibles que con su marcha veloz apuraron el ritmo de trabajo en toda la sala. “Después de esto, ya lo he visto todo”. Tres semanas después comprobé mi error.
“Anote usted la fecha. Hoy cayó el Muro de Berlín. Antes de cumplir 30 años es ya tan viejo como la Muralla China y sirven para lo mismo: para nada. Una ciudad o un país puede ser dividido, pero la libertad, la libertad es indivisible. Esa es la lección aprendida desde que el hombre es hombre. El arco de Brandeburgo justo en el muro construído en una sola noche de 1961, fue esta noche el sitio de la fiesta en Alemania Oriental. Ha muerto el Muro, pero nadie llora su muerte”. Esta fue la noticia principal en el noticiero estelar de Televisa el 9 de noviembre de 1989. La dijo Jacobo Zabludovsky y yo no podía despegar mis ojos del televisor en la Redacción.
Me hipnotizaba la tranquila felicidad de quienes armados con cinceles y martillos tumbaban pedazo a pedazo el símbolo de la opresión más vergonzosa. Me conmovieron los abrazos entre personas que cruzaban una ridícula frontera divisoria de la misma ciudad. Cómo se tocaban la cara, cómo se decían cosas que les sacaban lágrimas de incredulidad. Y más me sorprendió que todo esto sucediera sin la necesidad de disparar una sola bala. Era como ser testigo de un milagro. Y me convencí de que 1989 también trajo a mi vida un terremoto que echó abajo muchos muros para saber que cuando creí haberlo visto todo, siempre me corregirá mi capacidad de asombro.