Lo que se queda: Mi primera vez fue con Chayanne
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El día en que quedó inaugurada mi vida en este oficio, ‘el papá de todo México’ estuvo conmigo; esta es la historia
Tenía apenas 16 años. A esa edad yo no tenía muy clara la responsabilidad que implica desempeñar un trabajo. Para mí era más un juego y la oportunidad de conocer a Los Chicos, la boy band que junto con Menudo y Los Chamos eran la locura de las chavitas de principios de los 80.
Me fui a la oficina del director del periódico a ofrecerle mis intenciones de entrevistar a los cantantes. “Que no se me note que son mis ídolos. Que no se me note. Que no se me note. Que no se me note”, era mi plegaria mental, pero el sofoco al hablar me delató. “Señor, viene a Piedras Negras el grupo Los Chicos. Sí, donde canta Chayanne. Pues el cantante. Sí, los de Puerto Rico. No, Menudo no, los otros. Estaba pensando en que si usted me da permiso de ir a hacer la entrevista al hotel donde están, me llevo una grabadora y una cámara y me lanzo”. Las manos me quedaron adoloridas de tanto retorcerlas. “Pues láncese”, me contestó. Con esas palabras aquel sabio periodista dio por inaugurada mi vida en este oficio hace más de 40 años. Esa fue mi primera entrevista y Chayanne, sin saberlo, mi padrino. Por cierto, no he tenido oportunidad de informárselo.
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Salí de la oficina del director casi casi dando brinquitos. Tenía poco tiempo para llegar al lugar donde se hospedaban. Pedí una cámara en la Redacción pero al saber que se trataba de entrevistar a los artistas, el fotógrafo de guardia me hizo el favor de acompañarme (y de llevarme en su carro), lo que me vino de perlas dadas las enormes dimensiones de la grabadora que llevaba. Una de doble bocina, de las que usaban cuatro pilas tamaño “D” para funcionar. Me cercioré de que llevara puesto un cassette en blanco y de que funcionara el micrófono que le conecté. También cargué con mi libreta de taquigrafía y una pluma. No alcancé a hacer un cuestionario, pero al ser yo una experta en la música del momento, esa era una obligación que podía darme el lujo de dispensar.
Cuando llegamos al hotel ya estaban ahí las 35 jóvenes que Los Chicos habían seleccionado para ser las porristas que actuarían en la presentación planeada para esa misma noche. Había un alboroto bárbaro en el vestíbulo y en los pasillos. Éramos todas más o menos de la misma edad y además teníamos en común ser fans de Chayanne, Migue, Rey, Tony y Alex.
Ahí más o menos empecé a entender la diferencia entre ir a trabajar y asistir a un evento a divertirme. Me tocó correr siguiendo al fotógrafo y aprender a desarrollar el olfato periodístico. Y ahí estaba Chayanne, saliendo de su habitación. Lo vi desde el jardín. Subí corriendo la escalera con la grabadora descomunal en una mano y la libreta en la otra. “Buenas tardes. ¿Me das una entrevista?”. “Sí, claro –me contestó sin dejar de caminar– vamos al salón”, y allá voy otra vez escaleras abajo con mi cargamento.
Atravesamos el vestíbulo lleno de niñas que cantaban a todo pulmón “Puerto Rico, Puerto Rico, son Los Chicos, son Los Chicos”. El resto del grupo ya estaba en el salón atendiendo a los reporteros. Yo acaparé a Chayanne.
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El tema de la entrevista era mi preocupación por el poco tiempo que le quedaría dentro de la agrupación, en vista de que la costumbre en las boy bands era renovar el elenco una vez que llegaban a los 15 años, y a Chayanne ya le faltaba muy poco.
Me dijo que no, que la edad no condicionaba la presencia de los jóvenes en el grupo debido a que su éxito dependía precisamente de quienes lo conformaban.
Habló de la convivencia con fans (entre quienes estaban mis tres hermanas) que él y sus compañeros habían tenido horas antes en la alberca del hotel y lo bien que lo habían pasado; de lo mucho que extrañaba a su país, Puerto Rico; de la maestra que acompañaba al grupo en los viajes para mantenerlos al corriente en sus clases y de que a sus 14 años no tenía novia, pero que en su momento buscaría una muchacha de buenos sentimientos, más allá de su belleza física.
El tiempo de la entrevista se agotó y tocaba regresar a la Redacción, a plantarme frente a la máquina de escribir y esperar a que el fotógrafo saliera del laboratorio con las fotos reveladas. Ese día de mayo de 1983 conocí la tiranía del reloj y supe que los editores no esperan a nadie. También supe por primera vez del ansia por ver los textos propios expuestos al juicio del monstruo de mil cabezas que espera el periódico allá afuera al día siguiente.
Comprobé que Elena Poniatowska tiene razón cuando asegura que el olor a tinta es más adictivo que cualquier droga y que guardar un pedazo de papel siempre me remontará al momento en que fue inaugurada mi vida en este oficio y a que tengo pendiente agradecerle a Chayanne por haberme concedido mi primera entrevista.