Opinión: El hombre tóxico está listo para su primer plano
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EN LAS PELÍCULAS DE SUSPENSO ERÓTICO DE HOY EN DÍA, LOS HOMBRES CONTROLADORES Y SEXUALMENTE ASERTIVOS APARECEN COMO OBJETOS DE FASCINACIÓN SEXUAL.
Por: Matthew Schmitz
Entre la primera campaña presidencial de Donald Trump y la llegada del movimiento #MeToo en 2017, los activistas progresistas y los críticos sociales nos advirtieron cada vez más sobre algo llamado masculinidad tóxica. El término, de naturaleza vagamente académica, se refería a las normas tradicionales de masculinidad (estoicismo emocional, agresividad física) y sus consecuencias potencialmente peligrosas. Ciertamente, había muchos ejemplos de comportamientos masculinos atroces, y estos se tomaban como expresiones de un problema más profundo.
Pero incluso cuando la condena de la masculinidad tóxica obtuvo el apoyo público, hubo signos de incertidumbre. Esto era comprensible, dado que la masculinidad tóxica parecía abarcar una amplia gama de ofensas, desde la violencia sexual hasta los modales irrespetuosos y la mera competitividad. En los años posteriores, la confusión no ha hecho más que intensificarse. Si la segunda victoria electoral de Trump y la rehabilitación de varias figuras masculinas “canceladas” indican algo, mucha gente albergaba dudas sobre si los hombres aparentemente tóxicos podían, o debían, ser desterrados de la sociedad.
Entre los signos de esta ambivalencia se encuentra una reciente avalancha de películas de suspenso erótico en las que hombres controladores, ambiciosos y libidinosos aparecen como objetos de fascinación sexual. Estas películas —entre las que se incluyen “Babygirl: Deseo prohibido” (2024), “Juego Limpio” (2023), “Cat Person” (2023), “Aguas profundas” (2022), “Los voyeristas” (2021) e “Instinto” (2019)— sugieren que la política sexual actual se aleja de las piedades progresistas. Aunque la desaprobación oficial del hombre tóxico persiste en estas películas, coexiste con una atracción no reconocida y a menudo perversa hacia él. Todo ello habla, aunque sea incómodo, del atractivo continuo de la masculinidad tóxica, o quizás de la masculinidad como tal.
Ya hemos visto esto antes en el cine, aunque con los roles de género invertidos. Cuando el cine negro surgió como género en la década de 1940, se centró en el peligroso atractivo de la mujer fatal, una figura a la vez seductora y amenazante, imposible de ignorar pero mortal de aceptar.
La aparición de la mujer fatal fue un reflejo de los trascendentales cambios en la sociedad estadounidense. Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres entraron en masa en el mercado laboral, aceptando trabajos que tradicionalmente realizaban los hombres y desempeñándolos de manera competente. También encontraron una nueva libertad sexual. De 1940 a 1945, la tasa de madres solteras aumentó un 44 por ciento, como reflejo de los cambios en las costumbres y de las consecuencias de la guerra en las relaciones. Desde los tiempos de Cleopatra, la figura de la mujer ambiciosa y sexualmente independiente había representado una amenaza para las normas sociales tradicionales. De repente, esta amenaza parecía estar en todas partes.
Los estadounidenses que tenían sentimientos encontrados sobre este nuevo tipo de mujer vieron su ambivalencia expresada en el cine negro. Actrices carismáticas como Barbara Stanwyck, Joan Bennett y Jane Greer interpretaron personajes sexualmente atrevidos y económicamente ávidos. Se apoderaron de hombres y dinero que no les pertenecían. Pero su transgresión solo aumentó su mística para el héroe negro, que encontraba a la mujer fatal más interesante que a las chicas buenas de su vida. Las convenciones sociales y el Código de Producción Cinematográfica (que buscaba promover el contenido moral) aseguraban que estas mujeres fueran castigadas, pero su atractivo era innegable.
Las normas públicas finalmente alcanzaron la revolución en el comportamiento privado, y una actitud más tolerante hacia estas mujeres surgió décadas después con las películas de suspenso erótico. Películas como “Fuego en el cuerpo” (1981) y “Bajos instintos” (1992) se deleitaban en escenas de sexo y con frecuencia representaban a mujeres formidables que no sufrían ningún castigo por su rechazo a la corrección. Sin embargo, la película de suspenso erótico más famosa de esta época, “Atracción fatal” (1987), siguió viendo a la mujer fatal con una sospecha casi maníaca. Lo que unía al cine negro clásico y al suspenso erótico era una fascinación —en parte atracción, en parte repulsión— por las mujeres que desafiaban el orden existente.
Hoy en día, a juzgar por las películas recientes, la figura cultural que más claramente suscita ambivalencia es el hombre tóxico. Ya sea el becario dominante que encarna Harris Dickinson en “Babygirl”, el resentido hermano financiero interpretado por Alden Ehrenreich en “Juego limpio”, el acosador íncel de Nicholas Braun en “Cat Person” o el despiadado playboy interpretado por Ben Hardy en “Los voyeristas”, este nuevo tipo social se ha convertido en el centro de interés del suspenso erótico. Por supuesto, la idea del chico malo, el rebelde que resulta más atractivo sexualmente que el chico bueno, no es nada nuevo. Lo que distingue al hombre tóxico es la inversión de los roles de género: ahora él es el objeto de deseo (sujeto a lo que los teóricos académicos podrían llamar la mirada femenina), mientras que su contraparte femenina conserva su capacidad de acción.
“Babygirl”, dirigida por Halina Reijn, ejemplifica este cambio. La trama sigue una incipiente aventura entre Romy Mathis, una exitosa ejecutiva interpretada por Nicole Kidman, y su joven becario Samuel. Samuel atrae a Romy precisamente porque está dispuesto a dominarla. “Te gusta que te digan lo que tienes que hacer”, le dice en un primer intercambio. Por el contrario, el considerado marido de Romy es incapaz de satisfacer sus necesidades. Cuando ella le pide que ejecute una de sus fantasías en el dormitorio, él se niega. “No puedo”, dice. “Me hace sentir como un villano”.
El peligroso atractivo de Samuel va en contra de la ideología del lugar de trabajo moderno impuesta por el departamento de recursos humanos. Él y los demás becarios ven un video de capacitación sobre la importancia de “construir una comunidad saludable, segura e inclusiva”. Pero, ¿qué pasa si ciertas cosas sobre la comunidad segura e inclusiva realmente no funcionan, sexual o socialmente?
Del mismo modo, en “Los voyeristas”, Pippa, una joven profesionista interpretada por Sydney Sweeney, ve cómo su atención se desvía de su novio poco exigente sexualmente, Thomas, un músico que compone una canción para un anuncio de disfunción eréctil, hacia un sátiro manipulador que vive enfrente. Thomas le pregunta: “¿No soy suficiente para ti?”. No, no lo es.
El objetivo de tales yuxtaposiciones no es excusar las ofensas del hombre tóxico, como tampoco el cine negro tradicional aprobaba el asesinato y el engaño practicados por la mujer fatal. Estas películas hacen algo más interesante: al representar a un tipo socialmente desfavorecido en términos exagerados y a menudo convincentes, revelan las contradicciones de la moralidad pública. Muestran que no estamos del todo preparados para prescindir de los hombres tóxicos, tal como Estados Unidos en la década de 1940 encontró algo atractivo en las mujeres que desafiaban las nociones tradicionales de feminidad.
Sin duda, la mayoría de estas películas castigan al hombre tóxico, reafirmando una perspectiva progresista tan fielmente como las películas negras se adhirieron una vez al código de producción moralmente conservador. En “Los voyeristas”, el sátiro queda cegado por sus crímenes. En “Juego limpio”, el milénial financiero que socava la carrera de su prometida se ve obligado a pedir disculpas a punta de navaja. En “Cat Person”, el pretendiente resulta ser un acosador violento y es expulsado de la ciudad.
Pero al igual que los clásicos del cine negro que castigaban y romantizaban a sus heroínas, estas películas suspenso revelan una brecha entre lo que se supone que la gente quiere y lo que realmente quiere. San Agustín dijo una vez que para aquellos que carecen de espíritu, “la presencia de la prohibición solo sirve para aumentar el deseo de pecar”. Si eso es cierto, el espíritu del progresismo sexual puede estar desapareciendo, incluso cuando las prohibiciones que impuso permanecen vigentes.