Un demonio, un loco: un niño con epilepsia
En las aldeas, en el campo, incluso en las grandes ciudades, los epilépticos kenianos tienen que lidiar sin apenas recursos médicos con esta enfermedad, pero sobre todo con la marginación y el estigma.
Esta enfermedad neurológica es la cuarta más común en el mundo y la más extendida en países africanos como Kenia, donde sin embargo sigue considerándose una obra de las fuerzas oscuras.
Lejos de lo sobrenatural, el origen de las enfermedades que predisponen al cerebro para generar convulsiones, y que llamamos “epilepsia”, es genético o procede de alguna lesión. “La epilepsia se puede tratar y no es brujería, como mucha gente cree”, afirma el director del Comité de Coordinación Nacional de la Epilepsia (NECC), Paul Kioi.
En las aldeas, en el campo, incluso en las grandes ciudades, los epilépticos kenianos tienen que lidiar sin apenas recursos médicos con esta enfermedad, pero sobre todo con la marginación y el estigma.
Los niños son los más perjudicados por creencias esotéricas que llevan a sus madres a no dejarles ir al colegio o a encerrarlos en casa por vergüenza a que la gente vea su extraño comportamiento, incluso atándolos con cadenas.
Este tipo de conductas termina agravando su daño cerebral, de modo que los enfermos continúan sufriendo ataques que podrían ser fácilmente controlados con medicamentos.
“Tras haber sufrido 3 ó 4 ataques, la mayoría va a rezar, busca a curanderos… Suelen decir que esto son los espíritus”, explica el doctor Eddie Chengo, epileptólogos de Kenia.
Chengo recibe pacientes de todo el país, e incluso de Uganda, que acuden a su consulta sólo cuando han agotado todos los recursos tradicionales. “Piensan que son una maldición, que están locos. Todos han sido estigmatizados. El estigma es uno de los principales problemas de los epilépticos”, asegura.
Cuando se enteran de que tienen epilepsia, “entran en estado de shock”, pero mejoran en cuando comienzan a medicarse, ya que sus ataques disminuyen y aprenden a reconocer los síntomas, muchos no llegan a entender que su condición es crónica y que, por mucho tiempo que hayan estado tomando fármacos, las convulsiones volverán si dejan de tratarse.
“Su concepto de cura es muy diferente, y piensan que si toman las pastillas durante un año entero deberían estar curados”, ilustra.
Un millón de personas sufre epilepsia en Kenia. La prevalencia de otras enfermedades como la malaria, los rasgos genéticos y, sobre todo, la falta de acceso a tratamiento y las actitudes sociales hace que unas regiones presenten más casos que otras. “La mayoría de la gente no entiende este desorden neurológico, piensan que la epilepsia se puede contagiar a través de la saliva o la respiración“.
El sistema sanitario keniano, es incapaz de atender a todas las personas con epilepsia.