90 años de la trágica muerte de Isadora Duncán

Vida
/ 14 septiembre 2017

La iniciadora de la danza moderna estadounidense, nació en San Francisco, California, el 26 de mayo de 1877. 

Luego de una vida llena de éxito pero también de polémicas y excesos, la bailarina Isadora Duncán selló su historia con una trágica muerte, ocurrida hace 90 años, el 14 de septiembre de 1927, cuando su larga chalina se enredó en los radios de una de las ruedas posteriores del automóvil en el que paseaba y acabó estrangulada.

El suceso, que consternó por su dramatismo, ocurrió cuando la vida de Duncan venía en pleno declive, luego de haberse separado del poeta ruso Sergei Esenin, quien tras haber sido ingresado en un manicomio se suicidó; y tras concluir una fracasada gira por Europa.

Pero su historia no siempre fue sinónimo de tragedia, pese a que años antes también había perdido a sus dos hijos en un accidente en el río Sena, pues en sus mejores años se le había considerado poseedora de un concepto estético que reivindicó el culto, el rito y la naturaleza del cuerpo.

La iniciadora de la danza moderna estadounidense, nació en San Francisco, California, el 26 de mayo de 1877.

Cuentan sus biógrafos que su amor por el arte rebasó su propia existencia, pues nunca permitió que la pareja, la familia o las necesidades económicas obstaculizaran sus planes de "hacer la revolución en la danza”.

Se sabe que su padre abandonó la familia cuando Isadora era aun muy pequeña y al cabo del tiempo fue acusado de fraude bancario y encarcelado, lo que creó una difícil situación económica familiar.

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A los 10 años dejó la escuela para dedicarse a su pasión, la danza, y a los 17 se fue a Nueva York, donde se incorporó a la compañía de Agustín Daly, actor y empresario, al que no acabaron de convencer los experimentos e innovaciones que Isadora le proponía, deseosa de practicar un nuevo método de interpretar su danza.

Sólo dos años después, Duncan abandonó la compañía y partió con su familia hacia Inglaterra, donde se propuso estudiar los movimientos de la danza antigua en los jarrones griegos del Museo Británico.

Fue una época de formación, de lecturas entusiastas y de ensayo de nuevas danzas; en busca, sobre todo, de nuevos cauces para la expresión coreográfica y de sendas alternativas para profundizar cada día más en su arte.

Los éxitos comenzaron a llegar de forma inmediata. Con un estilo basado en la danza de la Antigua Grecia, dio una serie de presentaciones en Londres que despertaron el entusiasmo hacia su persona.

Influenciada por los cánones de las estatuas y pinturas de la Grecia clásica, su método coreográfico era una especie de filosofía basada en el convencimiento de que el baile ponía al individuo en comunicación armónica con el ritmo intrínseco de la naturaleza y los cuerpos celestes.

Isadora era plenamente consciente de que su estilo suponía una ruptura radical con la danza clásica, y en este sentido se veía a sí misma como una revolucionaria precursora en un contexto artístico de revisión generalizada de los valores antiguos.

Al mismo tiempo que su estilo se iba consolidando, Isadora estudiaba a profundidad la danza y la literatura antiguas desde museos como el Louvre de Paris, la National Gallery y el Museo Rodin.

Los temas de las danzas que interpretaba eran clásicos, frecuentemente relacionados con la muerte o el dolor, pero en oposición a los asuntos de la danza clásica conocida hasta entonces, que giraban en torno a héroes o duendes.

Aunque varias veces pensó en la muerte, la idea de que otros niños, empezando por los alumnos de la escuela que había creado en 1904, necesitaban de ella, la hicieron desistir.

Comenzó a participar en campañas benéficas y trató de llevar sus enseñanzas a diferentes países, lo que la condujo hasta Moscú en 1921, después de que el gobierno soviético mostrara su interés por recibirla.

Allí conoció a Esenin, poeta y cantor oficial de la Revolución de 1917, y se entusiasmó con el ambiente pletórico de ilusiones que se respiraba en el país y que Sergei encarnaba a la perfección.

Esenin se enamoró locamente de Isadora y consiguió que ésta renunciara a su propósito, repetidamente afirmado, de no contraer matrimonio. Pero la unión resultó catastrófica. Después de viajar por Europa y Estados Unidos, Sergei se hundió en una profunda apatía originada por una fase de infecundidad creativa que achacaba al hecho de vivir lejos de su patria.

Lo cierto es que cuando el matrimonio regresó a Moscú, el poeta continuó en el mismo estado y se sumergió de forma imparable en la misantropía y el alcoholismo. Medio loco, su comportamiento empezó a ser escandaloso hasta para la propia Isadora, quien lo aguantó hasta 1924. Al año siguiente supo por los periódicos que su ex marido se había quitado la vida.

De acuerdo con sus biógrafos, aunque regresó a Europa, el ambiente ya no le fue propicio, y su gira resultó un fracaso, del que quizo refugiarse en Niza, donde terminó su autobiografía y preparaba un libro con la síntesis de sus enseñanzas, sin saber que la esperaba la muerte.

Hoy su recuerdo sigue vivo por lo que aportó a la danza moderna, pero sobre todo por su trágico desenlace.

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