Corrido de Harvey Weinstein
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Corrido de Harvey Weinstein
Harvey Weinstein es un mártir
del Hollywood decadente,
el ritual chivo expiatorio,
los que suelen pagar siempre.
Al cordero millonario
no hay justicia que lo lleve:
él es la mala conciencia
aun de los que no la tienen.
Las cartas están echadas,
actriz que se le atraviese
conocerá, de hoy delante,
buena no, la mala suerte.
Yo pensaba que Sodoma
no ajusticia al que pervierte,
pero la Iglesia da cuenta
de estos casos muchas veces.
Las monjas y monaguillos
que en el dinero se cuecen,
como antaño se bañara
Cleopatra en tinas de leche,
las actrices, digo, víctimas
del próspero delincuente
que les puso las estrellas
para que en ellas tropiecen,
resultaron puritanas
con todo y que obscenamente
con dólares se atragantan
y sobrenadan cual peces
Atlánticos pornográficos,
que Mesalinas parecen,
quieren hoy quemar en leña
a quien el éxito deben.
Fauno del Bosque Sagrado,
que las ninfas se lo lleven
a la prisión monacal
donde purgue, pague y pene.
El Valle de Silicón,
que tantos cuerpos ofrece
para orgías esotéricas,
a otro ermitaño premie.
Que en Sodoma, California
el Preste Juan sea de peltre
y el tentado San Antonio
de prostíbulos gerente,
sin tentar cuerpos de plástico
que al feminismo enfurecen.
Que Harvey, buen puritano
corte su lasciva mano,
besando el azufre, y rece.
A fiestas de rompe y rasga
arriban lascivas huestes,
escuadrones femeninos
que toda fantasía exceden.
Allí sedas y brocados
que tentaleó el viejo verde,
los tacones de diamante
y las perlas en la frente
y en el cristal empotrado
Blanca Nieves de repente
entreabre sus prendas íntimas
y que el sátiro olisquee.
Hoy por orden judicial
un letrero que sorprende
cuelga sobre las orgías:
“No tocar”, allí se lee,
como ocurre en los museos;
para las manos se expenden
condones, porque el saludo
a las estrellas no infecte.
Maniquíes que entre sí
la cocaína se ofrecen,
afirmando que son gays,
que así la ley los protege.
Hollywood, museo de cera
que la asepsia hoy enaltece,
un día lo buscarán,
sacarán a Harvey Weinstein
–si acaso cae en prisión
ese sátiro decente–
para que otra vez instaure
su cátedra de placeres,
en la catedral pagana
de un Hollywood que perece.