El Santo Cristo de la Capilla

Politicón
/ 6 agosto 2017
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Este Cristo de Saltillo, el milagroso Santo Cristo de la Capilla, no es el patrono de la ciudad; pero como si lo fuera. Santiago Apóstol, el verdadero patrono, le comparte su patronazgo. Y es que el Santo Cristo es el santo de la devoción de muchos, de todos los saltillenses. Una devoción transmitida por generaciones, desde hace 409 años. 

La imagen del Santo Cristo tiene siempre una luz que lo hace brillar con opulencia, y muy bellas facciones. Sus ojos conmueven, de tan dulces, y su mansedumbre hace más profunda la devoción y el encantamiento. Su fama de hacedor de milagros atrae a propios y extraños, y sus fieles, venidos de todas partes, le dedican, devotos, fervorosas novenas, ayunos y promesas a cambio de la esperanza de solución a sus penas y tribulaciones. Sus milagros, conocidos y reconocidos en toda la región, se traducen en innumerables piececitas de oro y plata, esas pequeñas obras de arte llamadas exvotos, que representan miembros del cuerpo, especialmente corazones, que sus fieles devotos depositan en su capilla en reconocimiento por haberles concedido sus peticiones. Esos milagros o exvotos, mudos testigos de los muchos favores concedidos por el Santo Cristo de Saltillo, adornan los muros de su Capilla dispuestos en bellísimos monogramas en lo alto y a los lados del altar en el que se le venera. 

La leyenda, con su aura de fantasía y de misterio, contaba que llegó a lomo de mula solitaria, que entró sin dueño y sin rienda, y caminando por las calles de la ciudad, fue directamente a la Plaza de Armas, en donde se echó un día 6 de agosto de 1608, como si trajera la consigna del destino final de su preciada carga. Mula al fin, nadie pudo moverla de ahí, hasta que fue abierto el cajón que contenía el Cristo Crucificado. La Historia decía que había llegado a Veracruz en las flotas marítimas de Castilla, cuyos preciados objetos se vendían en Jalapa, hasta donde viajó Santos Rojo, vecino principal de Saltillo, para adquirir mercaderías varias y efectos de labor. Allí compró la imagen y se la trajo. De esta versión sólo la segunda parte es cierta. El origen europeo de la imagen quedó desmentido por la restauración a la que fue sometido en el año 2004.

Nuestro Cristo es un Cristo mexicano, como lo indica el material de pasta de maíz de que está hecho. Manos anónimas, en lugar desconocido, modelaron su figura y le dieron rostro. Santos o Santo Rojo, la trajo, seguramente a lomo de mula, y en marzo de 1608 él mismo la colocó en el altar del lado norte que había mandado edificar en la que se conocía como la Capilla de las Ánima en la antigua iglesia parroquial. La gente lo llamó entonces el “Señor de la Capilla”. Doña Josefa Báez Treviño y los mineros de La Iguana, una rica mina situada en el Nuevo Reino de León, donaron plata y dinero para la construcción de su capilla, la que lo aloja desde 1762, a la que la ciencia de los artesanos constructores le dio una sobria fachada de estilo plateresco y un campanario de estilo mudéjar, tan diferentes a los barrocos de la Catedral, cuya construcción se inició años después, en 1745. Capilla y Catedral quedaron para siempre unidas en un conjunto armonioso y estético, custodiado desde entonces por los ángeles y las palomas. Las joyas de los saltillenses y las barras de oro y plata de doña Josefa, mezcladas con el cobre, el estaño y el plomo en la fundición, le dieron una sonoridad única a sus campanas. 

En la Catedral recibe este día a miles de fieles. Las danzas de los matachines resuenan todo el día, en su honor. La pólvora estalla en maravillosos juegos pirotécnicos. La devoción y la fe renacen. La plaza y las calles aledañas se vuelven una verbena incontenible.

La ciudad festeja hoy otro año más del Santo Cristo de la Capilla de Saltillo.

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