Feminismo sectario y violento
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Estos grupos de mujeres llevan el rostro embozado para ocultar su identidad. Ellas van armadas con palos y piedras y se infiltran en las protestas de otros colectivos reventando las marchas con actos de violencia, causando destrozos, agrediendo a mujeres policías y vandalizando monumentos públicos. Este es un agrio feminismo, una vil monserga, una sinrazón.
Hay coherencia, por ejemplo, en el anarco feminismo argentino del atentado de la Recoleta, donde pretendieron volar el monumento del coronel Ramón Falcón, un represor.
La sinrazón de nuestras encapuchadas estriba en hechos como el de atentar contra el Ángel de la Independencia, obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado, padre de Antonieta, una de las primeras feministas del siglo pasado, defensora de su género. Y no se entiende el atentado contra un monumento a la libertad por mujeres que dicen buscar la emancipación.
Feminismo cuestionable el de estas encapuchadas o feminismo oportunista y chabacano como el de la activista Jackie Campbell, con clara tendencia a la victimogénesis, casi llegando al vedetismo. Y que conste que vedetismo es en referencia a quien sobreactúa para su lucimiento personal en cualquier actividad.
Y es que la activista Campbell viola un reglamento y al ser notificada como procede, con cualquier vecino, arma un sainete nacional por supuesta persecución. Y qué bueno que esto sea una válida estrategia para llamar la atención en la causa justa contra los feminicidios y la violencia contra las mujeres. Pero mejor sería si doña Jackie incluye en su mural a la raíz ancestral de la misoginia que es la religión del obispo Vera que, al igual que el islam y el judaísmo, discrimina a las mujeres, mantiene una visión androcéntrica de la vida e insiste en la perspectiva patriarcal de la sociedad.
El muralismo de protesta de Jackie Campbell seguirá siendo “mocho” y chabacano si no incluye, por ejemplo, al sacerdote violador de niñas Fernando Martínez Suárez, legionario que se mantiene impune protegido por esa jerarquía clerical a la que es tan afecta la activista de los derechos humanos.
Atentar contra niñas y niños es traspasar ese límite sagrado al que está obligado un sacerdote cualquiera que sea su religión. Torturar y asesinar a una niña inocente es sin duda un hecho inaudito que la mente humana no puede concebir sin llenarse de horror.
Sin embargo, hay activistas que abusan del oportunismo para montarse en el drama y llevar agua a su molino. El caso de la niña Fátima incomoda a las oportunistas porque a la niña la secuestró una mujer.
Y frente al fanatismo violento de las feministas embozadas y el activismo sectario y chabacano de Jackie Campbell, vale hoy recordar a la periodista Oriana Fallaci, la activista que nunca se cubrió el rostro ni como miliciana de la resistencia antinazi, ni como corresponsal de guerra, ni en Tlatelolco donde fue herida de bala en 1968. En Irán se le impuso un velo que cubría su rostro como una condición para entrevistar al ayatolá Jomeni. Cuando el líder religioso se molestó por la insistencia de Fallaci sobre la opresión de las mujeres del islam, la periodista se quitó el velo e hizo huir al supremo líder y clérigo de Irán.
Aquí hay quien usa velos para no ver la misoginia de los clérigos de su propia religión.