Hay que contener la fantasía dentro de los muros del realismo: Mitchell

Vida
/ 29 abril 2016

Su novela "Relojes de hueso" (Random House) llega a las librerías en español tras haber sido finalista, como las anteriores obras del autor, del prestigioso premio Man Booker, y galardonada con el World Fantasy Award 2015.

El escritor británico David Mitchell considera que la fantasía en la literatura es un material "inflamable y explosivo" que hay que manejar con cuidado para no alienar a los lectores y por eso, dice, hay que contenerla dentro de unos "muros consistentes" de realismo.

Y eso es lo que hace en su novela "Relojes de hueso" (Random House), que llega a las librerías en español tras haber sido finalista, como las anteriores obras del autor, del prestigioso premio Man Booker, y galardonada con el World Fantasy Award 2015, además de ser considerado uno de los mejores libros del pasado año por varias publicaciones y asociaciones estadounidenses.

Desde la ciudad irlandesa de Cork, donde vive desde hace varios años, David Mitchell (Southport, 1969) asegura en una entrevista con Efe que la realidad y la fantasía no son tan fáciles de separar y que, pese a lo que pueda parecer, en "Los relojes de hueso" solo una sexta parte es fantástica.

La fusión de géneros literarios, de personajes y de épocas se suceden a ritmo de "thriller" en un libro que comienza en 1984 y llega a un apocalíptico futuro en 2046 con el hilo conductor de Holly, una adolescente inglesa que, tras una pelea con su madre, huye de su hogar.

Al comenzar su viaje, una extraña se cruza en su camino y le solicita "asilo", algo a lo que Holly accede sin ser consciente de su significado. Las visiones y voces que la acechaban de niña vuelven a perseguirla, a lo que se añadirá la desaparición de su hermano pequeño, un niño con una inteligencia inusual. Pasarán muchos años antes de que entienda qué sucedió.

El autor quería seis novelas en una y por eso, explica, la primera parte es realismo de clase obrera "puro y duro"; la segunda, la historia de un chico privilegiado "con malas intenciones"; la tercera, una novela política; la cuarta, un "pastiche de sátira y picaresca"; la quinta de fantasía y la sexta, una distopía futurista.

Con esta mezcla, Mitchell va plantando "pequeñas semillas" de fantasía a lo largo de sus relatos, "que solo florecen" en la quinta parte con cuidado porque, dice, si no tiene credibilidad a la hora de hablar al lector de seres inmortales ¿cómo le va a creer cuando escribe en la novela del conflicto de Irak?"

La combinación más difícil en literatura es la de la fantasía y la política, opina Mitchell para quien hay autores como Gabriel García Márquez o Mijail Bulgakov, que lo hacen con maestría, especialmente el autor ruso cuya novela "El maestro y Margarita" es su lectura preferida.

Por eso, a pesar de tener un "plan arquitectónico" diseñado a la hora de ponerse a escribir, este evoluciona, señala Mitchell, consciente de la posibilidad de que, si se empeña en seguir un camino que debe modificarse, "el edificio se venga abajo".

David Mitchell siempre tiene varios posibles finales y no le gusta comprometerse con uno de ellos hasta que pasa más tiempo con sus personajes.

"Un final adecuado es crucial. Es algo en lo que pienso mucho ya que debe ser al tiempo inesperado y completamente racional para que cuando se vuelva la vista atrás se experimente como real".

En la novela, como en la vida, subyace la idea de lucha de "la fe frente a la evidencia", explica el autor que sitúa a sus personajes en situaciones tan dispares como crisis familiares, entornos universitarios, conflictos bélicos o festivales literarios.

La parte política está protagonizada por un corresponsal de guerra en Irak que acaba confesándose enganchado a los conflictos bélicos y del que el autor se sirve para destacar la complejidad "acaparadora y sobrecogedora" de estas situaciones ante las que, dice, no caben respuestas simples como las de George Bush, Tony Blair o Donald Trump.

El humor que sobrevuela la novela se hace especialmente satírico en la parte que dedica al mundo de los escritores, editores y críticos literarios.

"No nombro a nadie pero no me invento nada", bromea Mitchell que reconoce haber vertido en esa historia "un par de fantasías vengativas".

Por eso, el escritor que retrata en esta parte de la novela es "una especie de aviso de la clase de persona en la que me puedo convertir si no interiorizo las críticas", advierte.

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