La tolerancia y los intolerantes

Politicón
/ 18 agosto 2017
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La tolerancia, es una pequeña virtud imprescindible para la democracia, es el nombre que da título al libro firmado en 1994 por Iring Fetscher, completamente de acuerdo, yo añadiría y para las sociedades de estos tiempos.

Los recientes acontecimientos de Charlottesville y Barcelona, en Estados Unidos y España respectivamente, deben movernos a la reflexión y actualizarlos en nuestro aquí y ahora. Una vez más la supremacía de una raza o de un grupo religioso busca salir a la luz para hacer visibles los fundamentalismos y radicalismos que buscan generar diferencias entre unos y otros usando la fuerza como instrumento hegemónico. Esta realidad sigue creando un clima de incertidumbre mundial, por supuesto de pérdida de referencias que hace que estas ideologías se tornen visibles cobrando la vida de mucha gente inocente que nada tiene que ver con esas prácticas absurdas e incivilizadas. 

Al mismo tiempo, da la impresión de que en esta importante coyuntura histórica de desconcierto cultural, político, religioso y moral, las religiones y las ideologías siguen presentándose como la única posibilidad de dar sentido a la historia de los pueblos.

El tema religioso e ideológico, los fundamentalismos y los radicalismo en ese orden; no sólo preocupan, sino que aún dominan los ánimos, siguen encendiendo las pasiones y continúan llamando a la violencia. Problemas que se consideraban viejos, aparentemente resueltos, se imponen nuevamente demostrando que todas las transformaciones de la vida no han quebrantado su poder.

Las manifestaciones de intolerancia siguen teniendo dos actores, el oriente y el occidente, los pueblos fundamentalistas y lo radicalistas occidentales. Unos y otros ofreciendo un solo modelo de sociedad, la sociedad monista. Sin embargo habrá que puntualizar que justo eso es lo que nos ha complicado hacer realidad la utopía de la sociedad universal. Tampoco se trata de homogenizar la cultura, la religión, las sociedades o el estado. Sino de buscar acuerdos mínimos o lo que decía Hans Kung (1991), en su propuesta Proyecto de una Ética Mundial donde se plantea la necesidad de tomar conciencia de buscar acuerdos globales contrarios a las pugnas religiosas que siguen predominando en la sociedad humana. 

Se trata de establecer bases comunes para buscar un diálogo en el caso presente entre el “pseudo-cristianismo occidental” y el fundamentalismo del Estado Islámico porque en el fondo “God bless America” y “Alá es grande”, algo francamente imposible.

Una referencia obligada en este rubro es la Carta sobre la Tolerancia de John Locke que justo se fundamenta en el contexto en el que el autor vive, aproximadamente en 1687; la muerte de sus amigos que se enmarca en la intolerancia religiosa, la imposición del catolicismo en Inglaterra por Jacobo II, por tanto el regreso de las guerras religiosas llevadas al extremo del fanatismo. El tema central, la búsqueda de un marco normativo que permitiera una convivencia pacífica entre las distintas creencias, en concreto las distintas iglesias.

Para Locke, la tolerancia es la característica esencial de la verdadera Iglesia, en este caso tendríamos que decir lo mismo, debiera ser la característica esencial de la sociedad global donde la disputa se encuentra entre las ideas mal interpretadas del Corán y el radicalismo político del Destino Manifiesto. La idea que presenta posterior a la anterior afirmación es muy ilustrativa pues afirma que “si alguien tiene verdadero derecho a estas cosas, pero se halla desprovisto de caridad, humildad y buena voluntad en general hacia aquellos que no son cristianos, están muy lejos de ser verdaderos cristianos”. Guardando las debidas distancias en tiempos y contextos, cualquier parecido a la realidad actual es mera coincidencia. Aquí lo que se afirma es una distancia muy amplia entre lo que se cree y se vive.

Tolerar es encontrarse y comunicarse en la diversidad de modos de ver, pensar y creer. No un simple tomar en cuenta que deja a las personas distantes y aisladas en sus convicciones, sino un modo de caminar juntos en la confrontación de las respectivas posiciones. Por tanto, no una actividad pasiva que deja convivir individuos y grupos que la ven y piensan de manera diversa, sino una virtud activa que une a las personas en el dialogo, en la superación del error y en lo universal  de la verdad. En un mundo, actualmente multicultural, globalizado y cercano, la tolerancia es una de nuestras grandes riquezas, porque existen tantas voluntades como habitantes hay en cada parte de este mundo y eso obviamente con creencias, puntos de vista y opiniones distintas según los marcos culturales, religiosos y morales que cada uno tiene. 

La intolerancia tiene como origen el fanatismo, la obstinación, los atentados en contra de la dignidad humana y muertes irreparables de seres humanos que su error fue estar donde no debían estar. La irracionalidad, la irreflexión, la ausencia de autonomía, la intransigencia y la nula flexibilidad propia de los intolerantes, son los contravalores que hoy nos hacen estar en la mira de unos y otros que desde sus posturas ideológicas y religiosas se muestran como la antítesis de una sociedad de semejantes que den muestra del avance y la evolución de la racionalidad como seres humanos.

Pareciera ser que lo que vemos por las imágenes de televisión y medios a la lejanía, en nuestro país y en nuestra ciudad en mayor o menor medida lo actualizamos en lo político, en lo cultural, en lo religioso y en las realidades en las que vivimos. Dispongámonos a admitir a quienes nos rodean independientemente de su forma de ser, creer, pensar y actuar, así de simple es la práctica de la tolerancia.

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