Rousseff, otra vez a las trincheras, ahora en el ocaso de su Gobierno
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Es más difícil aventurar un resultado en la Cámara alta, pero se presume que si la derrota en Diputados es por amplio margen, solo un milagro podrá evitar la caída de la política de 68 años.
Más de cuatro décadas después de integrar la guerrilla que luchó contra la dictadura militar brasileña (1964-1985), la presidenta Dilma Rousseff libra una batalla muy diferente a la que le valió años de cárcel y cruentas torturas: mantenerse en el poder pese al ocaso de su Gobierno.
El proceso contra la política del Partido de los Trabajadores (PT), que el 1 de enero de 2011 se convirtió en la primera mujer presidenta de Brasil, avanza de manera casi indefectible hacia un final poco honroso: la destitución.
Dadas las circunstancias, es casi improbable que el domingo 17 la Cámara baja vote para que sea archivado el pedido de apertura de juicio político. Todo indica que será avalado y enviado al Senado.
Es más difícil aventurar un resultado en la Cámara alta, pero se presume que si la derrota en Diputados es por amplio margen, solo un milagro podrá evitar la caída de la política de 68 años.
Aun si se salva, en tanto, Rousseff se convertirá en lo que en Brasil se ha dado en llamar una "Reina de Inglaterra": una figura decorativa al frente del país que no ejerce gobierno ni poder.
De carácter irascible, y fama de mandona, durante su gestión Rousseff borró con el codo lo que supo escribir con la mano.
Nacida en Minas Gerais el 14 de diciembre de 1947, arrancó su primer Gobierno con una "herencia bendita" que le dejó su antecesor Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010): índices inéditos de respaldo popular, una economía pujante y una caída histórica de la legendaria desigualdad social brasileña.
Con el mote de "gerentona" que le imprimió su mentor político, Rousseff se plantó firme sobre el también heredado Gabinete, y de un plumazo despidió a siete ministros denunciados por corrupción ya en los primeros meses de gestión.
La "limpieza ética de Gabinete" le sumó la calidad de honesta a la de "ejecutiva eficiente" con la que sedujo a Lula cuando fue su ministra de Minas y Energía primero y su ex "primera ministra" después.
No obstante, antes de acabar su primer mandato (2011-2015) ambas virtudes dejaron de ser irrefutables.
La gerenta infalible avaló una política económica que hundió al país en la peor recesión de los últimos 25 años. La política honesta convivió durante los siete años en que presidió el Consejo de Administración de Petrobras con la mayor trama de corrupción de la historia del país, que operó bajo sus narices en el seno de la empresa pública símbolo de Brasil.
Al mismo tiempo, su desdén por el diálogo, su impaciencia para negociar y una soberbia proverbial, sumado todo esto a los intereses espurios que contaminan el sistema político del país, conspiraron para que su otrora sólida base de apoyo en el Congreso que también heredó de Lula se esfumara paulatina y sistemáticamente.
Meses antes de que su principal aliado, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) de su vice, Michel Temer, anunciara el "divorcio" con su Gobierno, el presidente de la Cámara baja, Eduardo Cunha, también del PMDB, le declaró la guerra y dio luz verde en diciembre al proceso que hoy la mantiene con la soga al cuello.
Ya la reelección de octubre de 2014, que venció por estrecho margen, dio muestras de que no sería fácil el segundo mandato de la ex revolucionaria. Meses después de asumir, el pueblo le dio la espalda.
A fines de 2015, Rousseff alcanzó el peor índice de aprobación de un Gobierno desde el regreso de la democracia: cerca del nueve por ciento.
De la misma forma se evaporó el apoyo en el Congreso. Al arrancar su segundo Gobierno, el bloque oficialista sumaba 304 diputados, de un total de 513 legisladores. Al día de hoy, en las vísperas de que el plenario de Diputados decida su destino, Rousseff no alcanzó aún los 172 votos que necesita como mínimo para eludir el "impeachment".
Los números revelan el aislamiento al que está confinada la mujer que conoce de "jaulas", como ella misma se refirió una vez a la cárcel en la que estuvo recluida durante tres años, tras ser torturada salvajemente durante 45 días.
Si hay una certeza hoy en Brasilia, es que aun si logra eludir el "impeachment", Rousseff nunca más volverá a gobernar.
Lula, impedido por orden judicial de asumir como "primer ministro", será en ese hipotético caso quien gobierne de facto.
Esto ya ocurre en cierta forma. El ex mandatario habita desde hace semanas un lujoso hotel en Brasilia, desde donde comanda arduas negociaciones para evitar la caída de su sucesora.
Curtida de batallas, incluyendo la que libró con éxito contra un cáncer linfático que en 2009 puso su vida en peligro, la mujer que se autodefine como fuerte, hija de una maestra brasileña y un inmigrante búlgaro, luchará hasta el final, aun cuando su único triunfo sea el no haber desistido.
"Jamás renunciaré", ha reiterado la mujer que, mientras es masacrada públicamente con ofensas innombrables, asegura que duerme bien y se la ve andando en bicicleta por Brasilia cada mañana para vencer la lucha contra la balanza, a la que venció perdiendo 15 kilos.
La no renuncia y su aviso de que resistirá "hasta el último momento" para defender su mandato son sus nuevos gritos de guerra. Pero el ocaso de su Gobierno ya se perfila como irreversible.