Una herida muy profunda
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NUEVA YORK.— A mí me enseñaron que América era un continente, no sólo un país. Qué bonito estar en un lugar que habla de la verdadera América. La única, la real, la inclusiva: la que nos pertenece a todos.
El 19 de septiembre yo estaba dentro de una de las aulas de aluminio de la Universidad Iberoamericana. El terremoto comenzó y las hojas metálicas crujían.
Nuestro profesor, desequilibrado y agarrándose de donde podía, salió de prisa y se puso de rodillas a rezar. Nos pidió a gritos a todos que hiciéramos lo mismo. Este era el año de 1985. Sólo 6 años antes, el terremoto de 1979 había destruido la Universidad Iberoamericana de ladrillo, y este gallinero, como le llamaban, era un espacio improvisado mientras se construía la nueva sede.
Durante las siguientes tres semanas, no recuerdo haber vivido jamás los momentos de unidad y solidaridad que surgieron en México y en especial en la capital.
No creo que exista otro país que tenga tanta empatía y un corazón tan grande ante la tragedia como el de los mexicanos. Nuestra capacidad para responder a lo inmediato con una pasión y generosidad explosiva es quizá la más grande del mundo.
Sin embargo, nuestra capacidad de prevenir, planear y responder al mediano o largo plazo es nula o muy deficiente. Pareciera como si el incendio pasional de nuestra respuesta a lo inmediato consumiera nuestra habilidad de responder, ya no con el corazón, si no con la cabeza, hacia las cosas que exigen no euforia, sino constancia, compromiso, rigor y disciplina. Si no para evitar el terremoto, sí poder evitar las consecuencias tan terribles de este tipo de eventos naturales en nuestras comunidades más pobres.
Gracias a la impresionante y generosa respuesta de la sociedad mexicana, en especial de los jóvenes, muchas personas fueron rescatadas, atendidas y muchos damnificados contaron y contarán con un apoyo invaluable para recuperar parte de lo que perdieron.
Fue inspirador y emocionante ver cómo la sociedad tomó la ciudad de una forma horizontal y se entregó de manera total para proveer ayuda y vigilar que ésta se llevara a cabo de una forma justa y efectiva. La cantidad de asociaciones que se formaron improvisadamente para recaudar fondos y las numerosas ONG que brindaron su experiencia para hacerlo de una mejor manera fue una sinfonía de lo que somos capaces y el dolor trajo, como siempre, una ráfaga de esperanza.
Todo el dinero que la sociedad civil ha donado hasta ahora y el dinero que se recaudara el día de hoy, es magnífico y muy necesario para los más damnificados.
Sin embargo, esto no es ni será suficiente.
Por mejor intencionadas que sean estas acciones, pensar que esta es la solución es tan ingenuo como pensar que una aspirina curara el cáncer de un órgano enfermo. Sin duda aliviara momentáneamente su dolor, pero no su causa.
El pasado terremoto de México ha abierto una grieta que ya conocemos. Al igual que en el 79 o el 85, esta grieta ha expuesto de nuevo una herida muy profunda cuya costra se desmorona cada vez que la Tierra nos sacude. Esta dolorosa herida se ha venido cubriendo y encubriendo con curitas y aliviado temporalmente con aspirinas.
La causa del problema es tan amenazante, que si no la atendemos, no creo que haya muchas más curitas ni aspirinas para mantener vivo a este paciente agotado y moribundo.
Más de 76% de la población de Chiapas vive en la pobreza. En Oaxaca, 67% vive en la miseria. Más de 50% de los jóvenes de toda la República viven en la pobreza total. Más de 85 mil viviendas se desmoronaron o se vieron afectadas en Chiapas y en Oaxaca. Y al decir casas, me refiero a unas chozas de lodo y lámina sin agua, luz o cimentación alguna.
No hay manera que esas casas, habitadas por gente sin trabajo, sin educación, sin oportunidades o seguridad alguna, no sean derrumbadas por un pequeño temblor, un deslave o un huracán como cada año sucede.
El problema no es el terremoto. El problema son las condiciones en las que estas comunidades están expuestas a recibir estos inevitables eventos naturales.
Por más generosas que sean las aportaciones de la sociedad civil, éstas se desvanecen ante la miseria tan grande de estas comunidades. De hecho, si para lo que alcanza es para darles sólo casas de campaña y refugios temporales, se corre el riesgo de que esta ayuda, por mejor intencionada que sea, sólo perpetúe su miseria en una especie de miseria plus.
Si bien estas ayudas son complementarias, la única y verdadera solución a mediano y largo plazo sólo la tiene el gobierno. Porque un verdadero gobierno tiene no sólo la fuerza, los medios y el poder de un cambio verdadero, sino también, lo más importante de todo, la responsabilidad para que esto suceda. Debemos de crear soluciones holísticas, de fondo; comunidades exitosas, lo que no sólo implica dar dinero, sino generar sinergias de trabajo, de seguridad y de comunidad que funcionen.
Desafortunadamente, el estado de corrupción, impunidad y descomposición rampante de nuestro gobierno no lo ha hecho.
México es un país donde no hay reglas. Y si las hay, éstas se rompen o están hechas de tal manera que quien las rompe no paga las consecuencias. Los mexicanos hemos depositado por muchas décadas nuestro dinero y nuestra confianza en gobernantes sin vocación que cada vez más, de una manera vulgar, cínica y abierta, sólo se han servido y beneficiado a ellos mismos y a sus partidos.
Han tenido la oportunidad, el honor y gran privilegio de servir al prójimo y a la comunidad (y ser remunerado por ello) y, a cambio, han traicionado nuestra confianza, robándose a manos llenas lo que tendría que haber ido a la educación, a la salud, a la urbanización y a mil necesidades más.
Las condiciones de vida y de hábitat tan deplorables de los más afectados son inaceptables. Y éstas no son debido a desastres naturales, sino ocasionadas por desastrosos y destructivos seres humanos que han desviado los recursos que se suponía iban hacia la comunidad pero han ido a parar a ranchos, propiedades y cuentas personales.
Si queremos arreglar las cosas de fondo, debemos de extender nuestra pasión no sólo a lo inmediato, sino también al mediano y largo plazo.
Si los jóvenes mexicanos, con la misma pasión con la que se entregaron al rescate de sus hermanos, se entregaran a una pacífica pero rigorosa y constante vigilancia civil de sus gobernantes y de sus acciones, México sería el país que pudiera y debería de ser.
Sólo demandando a los mejores y más preparados y humanistas gobernantes con intachable vocación social y de servicio, sólo exigiendo cuentas y transparencia absoluta, sólo estableciendo leyes y reglas con consecuencias inevitables para quien las rompa, sólo vigilando todos los días que gobiernos y empresarios no se corrompan, sólo haciendo de la corrupción el peor de los delitos sin impunidad alguna, como lo está haciendo ejemplarmente Claudio X. González Guajardo, México será el país que se merecen todos los que salieron a ayudar el pasado 19 de septiembre.
Ese sería el único terremoto cultural capaz de salvarnos, porque no ha habido en la historia de la humanidad una sociedad que haya avanzado o evolucionado sin reglas o leyes que se cumplan para el bien común.
Y desde que soy niño vengo oyendo la promesa de la especie política para el cambio, y nosotros los civiles idiotamente pasando una vida creyendo y permitiendo la mentira en nuestra cara. ¿Hasta cuándo toleraremos que nos roben un país tan rico en recursos naturales, en cultura, diversidad, nobleza y potencial como el nuestro? ¿Hasta cuándo nos la vamos a creer, carajo? ¿Cuándo creeremos por fin en nosotros mismos?
Será una decisión de los jóvenes si quieren seguir viviendo en un país despojado, o en uno reconquistado por ellos mismos.
El día de hoy estoy aquí con ustedes porque, aunque lejos geográficamente, me siento más cerca que nunca de mi país. Sé que cada dólar que esta noche se recaude irá directamente y sin intervención de nadie ni del gobierno, al rescate de las personas más desesperadas y en condiciones de miseria indescriptibles. Como mexicano, les agradezco de corazón su apoyo e invaluable ayuda a los compatriotas más necesitados.
Agradezco también al Fideicomiso Fuerza México y al Comité de los amigos de México por invitarme y poder tener así el privilegio de ayudar, aunque sea con un granito de arena, como ciudadano que soy y seguiré siendo.