Violencia en Charlottesville “no salió de la nada”
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Historiadores y politólogos advirtieron que la política estadounidense se había convertido en una olla a presión, llena de tensiones raciales hasta amenazar con un enfrentamiento mortal como el ocurrido en Charlottesville, Virginia.
Los videos que aparecían en televisión eran estremecedores: estadounidenses pegándose entre sí con palos en las calles de una tranquila ciudad universitaria. Supremacistas blancos con antorchas, antifascistas que les hacían frente. Un lanzallamas improvisado con una lata de aerosol. Botellas de agua congeladas lanzadas como ladrillos contra las cabezas de los rivales.
Kevin Boyle, profesor de historia estadounidense en la Universidad del Noroeste, vio cómo se sucedían los acontecimientos sintiendo horror y una sensación de que, de forma casi inevitable, las tensiones raciales acumuladas durante años estallaban por fin.
“Dado nuestro contexto político, no me sorprende que hayamos llegado a este punto”, dijo. “Estoy terriblemente deprimido de que hayamos llegado a este punto, pero no sorprendido. No salió de la nada”.
Historiadores y politólogos llevaban tiempo advirtiendo que la política estadounidense se había convertido en una olla a presión, llena de tensiones raciales que volvían a acumularse hasta amenazar con un enfrentamiento mortal como el ocurrido el sábado en Charlottesville, Virginia, donde murieron tres personas.
La supremacía blanca siempre ha acechado en la sombra en Estados Unidos, dijo Boyle, cuyas clases se centran en la historia de la violencia racial y los derechos civiles. Después, cree el experto, el presidente Donald Trump fue elegido e hizo que estos grupos se sintieran más reforzados en su odio.
“Donald Trump les dio permiso para salir al mundo real”, dijo. “Era preocupante cuando se mantenían en esa especie de triste y pequeño mundo de sombras en el que sólo hablaban entre ellos, pero no tan profundamente peligroso como cuando sienten que pueden tomar la plaza pública”.
El caos del sábado estalló en torno al que se cree fue el mayor grupo de nacionalistas blancos reunido en una década en el país. Más de 1,000 neonazis, cabezas rapadas y miembros del Ku Klux Klan acudieron a la localidad de Charlottesville para “recuperar Estados Unidos” con una protesta contra los planes de retirar una estatua confederada. Cientos de personas acudieron para protestar contra el racismo. Ambos bandos se enfrentaron en violentos altercados en la calle.
El día se tornó mortal cuando un coche arremetió contra una multitud de manifestantes pacíficos contrarios al racismo, matando a Heather Heyer, de 32 años. Un helicóptero de la policía estatal de Virginia, desplegado en la amplia respuesta policial a la violencia, se estrelló después en un bosque a las afueras de la localidad, y los dos patrulleros que iban a bordo murieron.
La violencia crecía desde hacía meses, con una serie de enfrentamientos entre miembros de la llamada “alt-right”, o “derecha alternativa”, un colectivo diverso de nacionalistas blancos, racistas y populistas antiinmigración y personas que se les oponen. Comenzó el mismo día en que Trump puso su mano sobre una Biblia y juró el cargo. Se produjeron escaramuzas en su acto de investidura entre sus partidarios, algunos de ellos nacionalistas blancos, y opositores. Más de 200 personas fueron detenidas.
Fue ese día cuando Richard Spencer, uno de los nacionalistas blancos más conocidos del país, se dio cuenta de que algo había cambiado de forma fundamental en el discurso político estadounidense. Estaba dando una entrevista a un medio cuando alguien se acercó a él y le pegó un puñetazo en la cabeza que quedó registrado en video.
“Estamos en un mundo totalmente nuevo”, dijo haber pensado entonces. “La violencia política es algo real”.
Unos días más tarde, varios antifascistas lanzaron bombas de humo, rompieron ventanas y encendieron una gran hoguera en la Universidad de California en Berkeley para protestar por los planes de que el polémico comentarista de derechas Milo Yiannopoulos diera un discurso en el centro.
Desde entonces se han sucedido los enfrentamientos violentos: 11 personas fueron detenidas por peleas en la Universidad de Nueva York, donde tenía previsto hablar el fundador de una organización masculina de derechas; ambos bandos cruzaron gritos en Pikeville, Kentucky; hubo choques en Nueva Orleans cuando la ciudad retiró un monumento confederado; la policía empleó granadas aturdidoras y detuvo a más de una docena de personas en conflictos en Portland.
Spencer y otros que apoyan al nacionalismo blanco culpan al otro bando.
“Con la victoria electoral de Trump, la izquierda radical de este país se ha desquiciado”, dijo Kyle Bristow, fundador de una firma de abogados dedicada al activismo de la llamada derecha alternativa.
Sin embargo, ambos bandos están de acuerdo en la idea común de cómo arraigó la creciente división racial e ideológica: algunos blancos estadounidenses empezaron a sentir que el progreso los había dejado atrás. El declive de la clase trabajadora blanca coincidió con cambios culturales drásticos como una demografía que se diversificaba con rapidez y la designación del primer presidente negro de Estados Unidos.
“Con la victoria de Barack Obama, se hablaba mucho de este momento posrracial, y en algunos aspectos fue extraordinario”, dijo Steven Hahn, profesor de historia de la Universidad de Nueva York. “Pero el racismo despiadado no tardó mucho en aparecer. Resultó instigar una enorme cantidad de ira, y creo que Trump lo heredó tanto como lo avivó”.
Trump fue uno de los miembros más destacados del movimiento que cuestionaba la ciudadanía estadounidense de Obama y su legitimidad como presidente. Su campaña se vio tiznada de retórica de tono racial sobre los peligros de los inmigrantes, que se ha mantenido durante su presidencia, indicó Hahn, que vio videos de los choques del sábado y vio semejanzas con el movimiento del Ku Klux Klan en la década de 1920.
Ahora, los grupos supremacistas blancos hacen un esfuerzo activo por salir de los márgenes de la sociedad. The Daily Stormer, un popular sitio web de la “alt-right”, publicó una historia antes del encuentro en Charlottesville pidiendo a sus seguidores que dejaran las caperuzas blancas o trajes nazis en casa y optaran por camisas entalladas y trajes, para atraer reclutas. Tenían que verse atractivos, escribió el autor.
El éxito que tengan a la hora de difundir su mensaje depende mucho de cómo respondan los líderes estadounidenses, dijo Boyle.
Trump no tardó en verse criticado por su reacción. “Condenamos de la manera más enfática esta grotesca muestra de odio, racismo y violencia por parte de muchos bandos, muchos bandos”.
Ese “muchos bandos” recalcado al final atrajo críticas de personas que reprocharon al presidente que no condenara de forma específica el racismo y equiparase a los supremacistas blancos con los que acudieron a protestar contra el odio.
“La conclusión es que si no fuera por un puñado de neonazis marchando por allí, habría sido un día tranquilo habitual en Charlottesville”, dijo Kyle Kondik, del Centro de Política de la Universidad de Virginia. “Le guste o no, se supone que el presidente, la persona que ocupa ese cargo, debe actuar como la persona que pone el baremo moral para el país, y creo que se está quedando bastante corto en ese aspecto”.
Kondik señaló a otros líderes republicanos que adoptaron una postura firme contra los racistas que fueron el sábado a Charlottesville.
El senador Orrin Hatch, por ejemplo, tuiteó: “Debemos llamar al mal por su nombre. Mi hermano no dio su vida luchando contra Hitler para que las ideas nazis quedaran sin oposición aquí en casa”.
Hitler expresó su preocupación por la rapidez con la que las tóxicas divisiones políticas seguirán empezarán a afectar a todas las partes de la vida estadounidense si el presidente no restaura el baremo moral del país.
“Han sido unos días feos, y uno se preocupa si estamos retrocediendo en cuestión de relaciones raciales”, dijo. “Es algo desagradable en lo que pensar, pero algo en lo que debemos pensar como país”.