Zara, Mango y H&M se suman a talla XXL

Vida
/ 23 enero 2018

Las mujeres que usan tallas grandes están obligando a la industria textil a dejar de ignorarlas. Exigen moda y no solo ropa. Gracias a las redes sociales e impulsadas por una nueva generación que se niega a vestirse como sus abuelas, conquistan el lugar que les corresponde

EN LA PLANTA de mujer de unos grandes almacenes, en un rincón al final del pasillo se encuentra la sección de tallas grandes. Abrigos cocoon, vestidos túnica, todo largo, suelto, holgado; excepto unos vaqueros pitillo que lucen sobre un mostrador casi como una extravagancia, el colmo de la modernidad y el atrevimiento en un océano de prendas oscuras y más soporíferas que un wéstern a la hora de la siesta. Entre ellas pasean varias mujeres de mediana edad con un entusiasmo acorde a la oferta. “Así es como nos han enseñado a vestir. De azul marino o negro para disimular. Y nada de bolsos pequeños porque queda desproporcionado. Se trata de ir como una mesa camilla o quedarte directamente en casa”, explica Rebeca Gómez Polo, fundadora junto a Elena Devesa del portal español We Lover Size, “una web de moda y encuentro para mujeres con cuerpos que no responden a los cánones actuales de belleza” y que cuenta con 168.000 seguidores en Instagram y 134.000 en Facebook (el Partido Popular tiene 177.000). Su numerosa y activa comunidad habla de un nicho de mercado históricamente ignorado —el de las plus size, curvys, gordas, mujeres con una talla superior a la 44— y de su deseo de que la industria textil las trate como consumidoras de primera clase. Impulsadas por una nueva generación que se niega a compartir armario con sus abuelas y gracias al poder de las redes sociales, exigen moda y no solo ropa. Igual que si llevasen una 38. Lentamente, pero de forma inexorable, están revolucionando la industria.

 

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“Se trata de conseguir el sitio que merecemos en el sector. Tener acceso a los diseñadores y a las cadenas low cost, sentirnos sexis y llevar lo que nos dé la gana”, explica Tess Holliday, la modelo estadounidense que con 1,60 metros de altura, 120 kilos y 1,5 millones de seguidores en Instagram se ha convertido en abanderada del creciente y poderoso movimiento curvy. Una categoría que, dependiendo de las marcas o asociaciones, comienza en una talla 46 (que corresponde a 88 centímetros de cintura aproximadamente) o 44 (83 centímetros). Son lo que el marketing ha dado en llamar “mujeres reales”, como si las flacas, atléticas o con poco pecho fuesen seres de fantasía o menos mujeres que sus congéneres más voluptuosas.

Gracias a informes como el de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, se calcula que en España casi el 17% de la población mayor de 15 años padece sobrepeso, pero no existen cifras oficiales sobre el mercado de las tallas grandes. Sin embargo, los datos correspondientes a Estados Unidos (con un 38,2% de obesos) o Reino Unido (26,9%) permiten hacerse una idea de la importancia actual del sector.

El año pasado, en Estados Unidos las ventas de prendas de la talla 44 en adelante ascendieron a 17.250 millones de euros. Lo que representa un 17% más que en 2013; un crecimiento dos veces mayor que el segmento de textiles globales, tal y como recoge un estudio de la asesoría NPD Group. Según un informe de la agencia Conlumino, en Reino Unido —donde los compradores de tallas grandes representan casi un cuarto del total— el mercado XL crecerá un 24% durante los dos próximos años hasta alcanzar los 8.745 millones de euros.

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Se trata, por tanto, de un sector relevante, que evoluciona más rápido y donde hay menos competencia. ¿Por qué entonces las marcas no se han volcado en él? Hace apenas un año que Zara amplió su oferta hasta la XXL (una 46), y Violeta, la enseña de Mango con prendas de la 40 a la 52, todavía no ha cumplido cuatro. Son solo dos buenos ejemplos que, junto a H&M, vienen a sumarse a pioneros como Adolfo Domínguez —“cuántas bodas y comuniones me ha salvado”, recuerda Beatriz Romero, autora de We Lover Size— o la italiana Marina Rinaldi, creada en 1980 por el fundador del grupo Max Mara, Achille Maramotti, y que hoy cuenta con 230 tiendas en todo el mundo.

Nada que ver con el mercado del lujo, donde algunas firmas llegan tan solo hasta la 40 en sus diseños. Lo sabe bien la estilista Belén Claver, poseedora de una 44. “He trabajado en las tiendas donde los uniformes de las empleadas no iban más allá de la 42, así que no me quedaba otra que ir con unos pantalones de H&M. Me lo tomaba con sentido del humor, pero si eres una persona insegura, no encajar en una 40 es como no encajar en el mundo”.

Una frustración que no distingue clases. La actriz Melissa McCarthy denunció que hasta seis enseñas se negaron a vestirla para la ceremonia de entrega de los Oscar de 2012, en la que estaba nominada como mejor actriz secundaria. Ni la repercusión mediática de la alfombra roja ni la posibilidad de asociar su imagen a la de una de las estrellas más taquilleras de Hollywood parecieron compensar el gasto extra en tela. Su colega Christina Hendricks confirma que las marcas solo ofrecen vestidos de la talla XXS (sí, existe: 60 centímetros de cintura) a la XS. “Es muy molesto que los diseñadores te digan: ‘Nos encanta Mad Men, nos encantas tú, pero no vamos a hacerte un vestido”, explica.

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Desde un punto de vista puramente empresarial, que marcas que ya trabajan con un target limitado —­personas con alto poder adquisitivo— se autoimpongan otra importante restricción —mujeres con cinturas de menos de 74 centímetros— parece un sinsentido. Pero así funciona la industria del lujo. Un gigante de estructura piramidal en cuya base se sitúan los perfumes, gafas y pañuelos. Precisamente los productos que pueden permitirse todas aquellas mujeres que no cumplen los dos requisitos que definen a su clienta de prêt-à-porter: ser ricas y delgadas; objetos que, en muchas ocasiones, alimentan el sueño de poseer su misma cintura y bolsillo.

“La mayor parte de las firmas de moda todavía siguen ancladas en ese modelo estético definido por tres palabras: joven, delgada y bella”, argumenta vía email Luca Solca, una de las voces más respetadas de la industria y jefe de la división de análisis de bienes de lujo del banco BNP Paribas. Se trata de “un prototipo de mujer en el que la compradora se ha visto obligada a encajar si quería entrar en el mundo de la moda; por lo que millones se han visto excluidas”, coincide Quico Vidal, director de la consultoría de desarrollo y estrategia de marcas Nadie.

El origen de este arquetipo tan constreñido lo apunta Beatriz Romero, de 33 años, coordinadora de We Lover Size y politóloga. “Casi todos los diseñadores son hombres y piensan en la moda en clave artística. Por ejemplo, hay un modista español que ha confesado sin ningún reparo que prefiere vestir a mujeres sin curvas porque su ropa les sienta mejor. Puede que sea verdad, o no, pero refleja el fondo patriarcal y machista que todavía existe. Crean unos estereotipos corporales que nos tienen amarradas de una manera terrorífica”, denuncia.

Atrás quedó la época en la que Rubens celebraba las redondeces. El arte, que siempre ha reflejado los cánones de belleza de cada época, confirma que, desde hace ya varios siglos, la delgadez es el ideal imperante. Los amantes de las tallas grandes, como Botero, son minoría.

También en la moda. Aunque hace décadas que algunas marcas se han dejado seducir por estas mujeres, lo han hecho de una manera anecdótica. Stella Ellis, considerada la primera maniquí de tallas grandes, conquistó la pasarela de Jean Paul Gaultier en 1992 y protagonizó ese mismo año su versallesca campaña de publicidad, más comentada por el glorioso escote de la israelí que por las prendas que lucía.

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Cristina Serrato fue una de las pioneras en España. Hace 24 años abrió Cibeles desfilando junto a mujeres de todas las tallas. A lo largo de su carrera ha trabajado para Marina Rinaldi, Elena Miró… “Cuando me preguntaban por mi profesión y respondía que era modelo de tallas grandes, solían decirme que si eso realmente existía. Me ha pasado hasta hace relativamente poco”, recuerda.

Pero en los últimos cinco años, asegura, la situación ha avanzado. Y lo prueban hechos como que Ashley Graham, usuaria de una XL, protagonizara la portada de Sports Illustrated, la revista estadounidense que sienta cátedra sobre el concepto de buenorra. Sin embargo, esta misma modelo interpretaba el pasado febrero el rol de gordita en el número de Vogue USA dedicado a la diversidad. En él compartía protagonismo con otras seis maniquíes de distintas etnias y mismo abdomen cóncavo. “Incluso cuando se quiere apostar por la diversidad hay discriminación”, critica la estilista Belén Claver. “Una modelo delgada puede tener una cara rara, fea, ser lo que se llama un ‘rostro especial’; pero una gorda tiene que ser un bellezón: ‘Está un poco gorda, pero es muy guapa de cara”.

Si la creciente presencia de modelos XL responde a un ejercicio cosmético o forma parte de un movimiento sincero es discutible, pero, en opinión de Quico Vidal, representa un síntoma innegable de que las plus size están obligando a la industria a dejar de ignorarlas. “Gracias a Internet y las redes sociales, el consumidor cada vez tiene más poder y se ha convertido en el centro de las estrategias de marca”, señala el experto.

“Creo que muchos diseñadores y firmas pensaban que no había un mercado entre las tallas grandes, pero estamos demostrándoles que no es así”, confirma a través de un correo electrónico la bloguera y activista Tess Holliday. “Cuanto más públicamente demandemos lo que queremos, más rápidamente se producirá el cambio. Si a la gente no le importa, tienes que conseguir que lo haga. Haz que se fijen”, sentencia.

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El colectivo estadounidense ­Guerrilleras de la Lencería lo logró, y con creces, cuando el pasado diciembre convirtió Times Square en una improvisada pasarela. Su versión XL del desfile de Victoria’s Secret —­que fue recogido por medios de todo el mundo— reivindicaba una diversidad corporal que, según el analista Luca Solca, es todavía “la excepción a la regla tanto en shows, campañas o líneas de producto”. En su opinión, “la representación de mujeres de distintas etnias, aun siendo deficitaria, es mucho mayor que la de mujeres con distintas tallas”.

“Desgraciadamente, hoy gorda es igual a conflicto”, espeta Elena Devesa, fundadora de We Lover Size junto a Rebeca Gómez. “Hay muchas marcas que siguen teniendo miedo a toda la polémica que puede suponer meter a una mujer grande en sus campañas: que si hacen apología de la obesidad…”.

En la misma línea de acción que su web, donde no solo se dan consejos de moda, sino que se denuncian situaciones discriminatorias, se mueven otras comunidades y activistas como la instagramera Gaby Fresh, que acaba de lanzar su propia marca de bañadores, o Calie Thorpe, que fue la primera columnista en hablar de las venturas y desventuras de las mujeres con tallas grandes en la edición británica de la revista Marie Claire.

No están solas. Iconos de estilo contemporáneos como Beyoncé, Ni­cki Minaj o Beth Ditto —musa de Gaultier— ayudan a ampliar el concepto de belleza y los patrones de los diseñadores. “No me siento ofendida por ver a mujeres delgadas en las campañas de publicidad, pero creo que para que determinadas ideas calen en el imaginario colectivo es importante apoyarlas desde posiciones de poder como la que ostenta la industria de la moda”, argumenta Beatriz Romero.

Y este influyente negocio también está cambiando. “El mercado XL era un tabú, pero ha dejado de serlo. Todas las miradas están puestas hoy en él”, asegura Violeta Andic, responsable de la firma que lleva su nombre e hija del fundador de Mango. Desde 2013, su proyecto, que trasciende el vestido-visillo para ofrecer tendencias, prendas ajustadas y cortes contemporáneos, ha crecido hasta las 100 tiendas —de Madrid a Moscú— y 700 referencias por temporada.

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Todo un éxito que, sin embargo, suscita una pregunta peliaguda y extensible a cualquier gran cadena: ¿por qué crear una nueva firma en vez de llevar simplemente los diseños de Mango hasta la 54? “No funcionaría. Hacer el mismo vestido pero más grande no es la respuesta. El patrón debe ser mucho más complejo para que siente mejor: las sisas son distintas, se suben los talles para que sean más confortables, se escogen tejidos más adaptables”, argumenta Andic.

Romero, que lleva una 56, coincide: “No es solo la ropa. A mí hay collares y pulseras normales que no me cierran”. Sin embargo, su compañera de We Lover Size, Elena Devesa, añade un factor sociológico. “A mucha gente no les gustan las curvys ni compartir tienda con ellas: ‘¿Cómo voy a comprar yo en un sitio de gordas?”, apunta.

Con o sin gordofobia, el negocio prospera. Andic señala orgullosa que Violeta ya es tan importante en términos de facturación como las divisiones de hombre y niño de Mango. Se trata de un negocio en expansión cuya venta a través de Internet representa el 30% del total. Y es que las boutiques online han revolucionado el sector de las tallas grandes: no solo permiten a la consumidora acceder a marcas de todo el mundo, sino que les evitan, tal y como la define Romero, la “infernal” experiencia del probador, a veces equipado con luces que parecen escogidas por sádicos-psiquiatras ávidos de pacientes. “Yo me compro todo online. Hasta las bragas”, confirma Romero.

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Pese al vasto universo que ha abierto la Red, la oferta sigue siendo más limitada que la demanda. “Veo cosas que me gustaría comprar y que si las hiciesen más grandes me quedarían genial y si no lo hacen es porque no les da la gana”, se queja Romero. Mariah Chase, Ceo de la firma de tallas grandes Eloquii, confirmaba a la cadena CNBC que, aunque se ­estima que un 65% de las mujeres estadounidenses llevan más de una 46, este sector solo representa el 18% de las ventas de ropa.

Con un margen de crecimiento tan grande y una sensibilidad global que, en palabras de Quico Vidal, está virando hacia un modelo femenino más libre y diverso, parece que la de las curvys y plus size no será una moda pasajera, sino una corriente que modificará el sector. Aunque sea a medio plazo.
“Vamos en esa dirección. La industria de la moda se adaptará porque no le queda más remedio. La gente se lo va a exigir”, confía Devesa, que, a través de su web, es testigo directo de cómo las generaciones más jóvenes de consumidoras reaccionan duramente cuando una campaña de publicidad solo representa un canon de belleza.

Como advierte Tess Holliday, “el cambio está en marcha. Que todo el mundo esté preparado”.

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