La centenaria hegemonía del PRI en Coahuila

Coahuila
/ 4 junio 2023

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El priísmo coahuilense logrará lo que ninguna fuerza política ha logrado en la historia democrática del mundo: ligar un siglo de gobiernos ininterrumpidos a nivel estatal

El término “partido hegemónico” es definido en la bibliografía política como una organización que tiene “una influencia determinante sobre la política de un Estado, ya sea porque suelen ganar la mayoría de las elecciones, porque ha monopolizado el poder y/o porque obtiene la mayoría de puestos de elección popular, incluyendo los del parlamento y los puestos municipales”.

En ese sentido, el Partido Revolucionario Institucional -que nació en marzo de 1929 con el nombre de Partido Nacional Revolucionario- fue, durante 71 años, el partido hegemónico en México, pues de él surgieron todos los presidentes de la república hasta el año 2000, así como la práctica totalidad de los gobernadores y una amplia mayoría de los legisladores y alcaldes del país en el período citado.

Paulatinamente, sin embargo, desde 1989, cuando Ernesto Ruffo Appel se convirtió en el primer gobernador de oposición en Baja California, el PRI fue perdiendo terreno hasta llegar al momento actual en que solamente conserva los gobiernos de Durango y Coahuila.

En el caso de nuestra entidad, sin embargo, con el triunfo logrado este domingo, Coahuila será el único estado en el cual el partido fundado por Plutarco Elías Calles logrará llegar a la celebración de su centenario gobernando de forma ininterrumpida, lo cual ocurrirá ocho meses antes de que Manolo Jiménez concluya su mandato.

¿Qué dice de Coahuila el hecho de que, en forma consistente, sus habitantes elijan a los representantes de un mismo partido para gobernarles? La respuesta, como ocurre con casi cualquier cuestionamiento que implica retratar el humor de una población entera, no es sencilla.

Por un lado, es necesario tener en cuenta que estamos hablando de resultados electorales, es decir, de competencias en las cuales, sobre todo en las últimas tres décadas, los representantes del resto de las fuerzas políticas han tenido la posibilidad de acceder a financiamiento público y espacio en medios de comunicación, es decir, han podido competir.

Pese a ello, salvo la elección de hace seis años, cuando el Partido Acción Nacional -hoy aliado del PRI- estuvo cerca de alzarse con el triunfo y recreó un largo conflicto post electoral, que en algún momento apuntó a la posibilidad de que los comicios fueran anulados, las fuerzas opositoras no han logrado amenazar realmente la hegemonía tricolor.

Por otro lado, de acuerdo con los datos existentes al cierre de esta edición, la victoria de Manolo Jiménez fue holgada, tal como lo anticiparon todas las encuestas e incluso, de acuerdo con algunos sondeos a boca de urna, la ventaja podría ser aún más amplia a lo proyectado previamente.

Por otro lado, es preciso considerar que en esta ocasión jugó un papel determinante la división de la oposición local, combinada con el rechazo que la marca Morena genera en la entidad. Porque, a diferencia de lo ocurrido en el Estado de México, donde la elección fue convertida en un plebiscito, aquí tuvimos cuatro candidatos y ello impidió que la elección se polarizara.

Esto, además de otros factores de difícil cuantificación -como el uso de recursos públicos para impulsar candidaturas, o la cooptación de opositores-, han construido un priísmo aparentemente invulnerable, capaz de convertirse en el último reducto real de la clase política que conquistó para sus intereses el legado de la Revolución.

No estamos, por supuesto, ante un hecho anecdótico, sino de uno que debe convocar al análisis detenido desde distintas perspectivas, sobre todo porque se trata de un acontecimiento inédito a nivel planetario: la existencia de un partido político capaz de mantenerse un siglo en el poder.

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