El Circo, la magia más barata del mundo
Soñar cuesta sólo 30 pesos, el boleto de entrada a este circo que llegó a vender su magia en el desolado verano en la colonia Guayulera. Esta es la crónica de un fotógrafo que ama los circos.
Texto y fotos: Roberto Armocida
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza
Brian corre de un camper a otro. Abre y cierra puertas, cruza espacios y brinca charcos. Es tarde. Falta poco menos de veinte minutos al inicio del espectáculo de las ocho y media y aún no está listo. Él tiene la tarea de abrir el show con su número, vestido de payaso tendrá que batallar con dos pestíferos Minions, en el centro de la pista. Señoras y señores bienvenidos al mágico mundo del circo, donde la sorpresa y la emoción, la fantasía, el profesionalismo, conviven a diario. En este mundo mágico, niños y adultos dejan de crecer por un par de horas, congelan sus sueños y los miran reflejados justo allí, en el centro de la pista, por debajo de una gran carpa azul y amarilla.
Y esto es el secreto de uno de los espectáculos más antiguos de la humanidad, nacido desde cuando los seres humanos aprendieron a dialogar con los animales y con sus propias limitaciones, desafiando las leyes de la física y de la naturaleza. El circo es asombro y acción, color y sentimiento, risas y miedos, justo así como lo es la vida. Todo en un solo lugar, todo concentrado en dos horas y por el increíble precio de treinta pesos. Pasen señoras y señores, traigan sus niños, el espectáculo está por comenzar.
Brian sale de su casa sobre ruedas, tiene en una mano un espejo, en la otra un lápiz negro para maquillaje. Su rostro de payaso ya casi está listo. Falta poco para el espectáculo y todos tienen más de una tarea que cumplir. Porque un circo sigue siendo un ejemplo de cooperación e interacción, un modelo de simbiosis e integración, donde todas las personas, incluso los niños, son protagonistas y contribuyen para que el espectáculo salga bien, noche tras noche.
“En un circo todos hacen de todo”, sigue repitiendo Jorge Rex Preciado, empresario y dueño del Atayde de Durango, mientras se asegura que todo el “mecanismo humano” este funcionando. Y más en un circo así, remarca, en el que trabajan a diario unas veinte personas entre artistas, hombres de fatiga, choferes y personal de apoyo. Es decir, iniciar la noche ofreciendo papas y palomitas y terminarla brincando por el aire de un trampolín, es algo completamente normal por aquí. Aquí la magia se construye y se desintegra en un dos por tres.
El público espera en fila para entrar. El circo plantó su carpa azul y amarilla en este barrio popular al sur de la ciudad. Por aquí viven obreros y maestros, pequeños comerciantes y empleados del sector privado. Por aquí no se tira el dinero, y menos en cosas fútiles. Pero el circo tiene su encanto y soñar un poco aquí sale barato. Hay niños de todas las edades y tamaños, adultos mayores, familias, madres y padres, jóvenes incluso. Acuden a este lote abandonado y solo, ahora transformado en algo lleno de luces y colores.
Y en los ojos de los niños vive cada vez la magia del circo. La emoción y los colores de un mundo de encantos, equilibrismos y alegría se reflejan en sus ojos y toman forma en sus sonrisas. Entre la maravilla de los más pequeños, en su inocencia y alegría, los personajes del circo realizan sus saltos, cumplen sus acrobacias, dan vida a sus personajes a veces ridículos, a veces llenos de encanto. Boca abierta, nariz hacia arriba. Es el momento de Brian. El que era un payaso medio torpe al inicio del show, es ahora un virtuoso equilibrista, capaz de recorrer el alambre de trepe armado entre las dos torres a bordo de una bicicleta. La música aumenta el suspenso, el presentador declama las dificultades de la acción. ¡Brian se tambalea! Está a punto de caer. Lo logra. Las manos de los presentes desatan un enorme aplauso, y al diablo si se vuelan las palomitas recién compradas.
Los pequeños circos como este, donde viven y actúan familias de artistas, generación tras generación, no se mueren. Y sí que han hecho lo imposible para condenarlos, porque su existencia se considera obsoleta y no complace. Ejemplo de simbiosis humana, organismo complejo y antiguo, quizás el circo ya no representa aquel mundo de ensueños que permeaba la vida cuando no existía ni televisión, ni internet, ni juegos electrónicos o Pokemons virtuales. Pero aun vive. Aquí todos luchan a diario para reafirmar su derecho a existir.
Esto hacen los integrantes del circo Atayde de Durango. Tratar de existir y resistir. Un pequeño manipulo de artistas, niños y hombres de fatiga que recorren el país reafirmando su derecho a sobrevivir. Jorge Rex está parado cerca del carrito de palomitas, mirando el espectáculo que toma cuerpo y forma.
Desde hace un año entró en vigor la ley que prohíbe la utilización de los animales en los espectáculos circenses y los espectadores han disminuido un setenta por ciento, afirma, incapaz de camuflar su preocupación. “Tuvimos que entregarlos todos, teníamos un elefante, caballos y pony, dromedarios y una jirafa. Ni siquiera nos informaron sobre su paradero y ahora muchos medios de prensa dicen que más del ochenta por ciento de los animales confiscados a los circos murieron en el abandono y en la soledad”, me comenta.
Un rayo de tristeza cruza por su mirada. El estrecho vínculo entre humanos y animales ha cesado de existir por la ceguera de unos políticos y por la insensibilidad de una clase dirigente que solo tomó decisiones, sin crear las condiciones adecuadas y consecuentes vueltas a la protección, mantenimiento y cuidado de las criaturas confiscadas. “Nos hubieran dado la posibilidad de seguir cuidando de ellos. Se han dado casos de maltrato y violencia en contra de los animales en algún circo, yo no lo cuestiono, pero ¿por qué castigarnos a todos y condenar a una muerte tan triste y solitaria a los animales que se pretendía proteger?”, dice Jorge Rex.
Por aquí, bajo la carpa azul y amarilla, afirman que los tiempos han cambiado y con ellos las modas. Y con las nuevas modas todos parecen tener la solución adecuada para cada cosa, sin pensar a las implicaciones y consecuencias. Escucho y me convenzo que por debajo de esta gran carpa, el mundo se aprecia con más sabiduría y claridad.
Recorro el lote ocupado por el circo. Por debajo de la carpa el espectáculo continúa. A esta altura del show hubieran salido a la pista los caballos y los ponies, sin embargo es el momento de los saltos y evoluciones que cumplen los más jóvenes y pequeños de la comunidad. Los perros que por la mañana deseaban morder mis tobillos, brincando ellos también de sus escondites por debajo de las casas rodantes, ahora están encerrados en sus jaulas, para que no provoquen problemas. En su casa rodante Lucy Gisela está terminando de arreglarse y en breve se colgará de un gran aro de acero puesto a diez metros de altura. Vestida de azul y blanco, con una gran corona dorada entre su cabello, la princesa del aire está lista para librarse. “No quiero me vea así, mi traje es muy bonito y mi número muy espectacular, mientras ahora estoy toda desarreglada”, me dijo Lucy cuando por la mañana me metí en su camper para conocer un poco más de su vida.
El público se divierte, los niños corren hacia el borde de la pista para saludar a la Peppa Pig, un famoso personaje de los cartones en televisión. Las luces coloradas crean dibujos en el tapiz viola y amarillo, y los hombres de fatiga aprovechan el momento y la distracción general para preparar el número de Lucy Gisela y tensar los cables. Todo saldrá perfectamente, como en un mecanismo rodado tras años de experiencia y de fatiga, tras errores y sacrificios, el número de alto equilibrismo de Lucy mantendrá ojos y narices hacia arriba.
Miro a mí alrededor, a los espectadores aquí reunidos, niños y adultos. Quizás no son muchos, quizás no tengan mucho dinero por gastar, pero me convenzo que gracias a ellos el circo está vivo, a pesar de todo. Aquí como en cualquier otro lado del mundo donde viva un circo, siempre habrá alguien que deseará y necesitará emocionarse, compartir las habilidades y destrezas de estos artistas, gritar y aplaudir tras detener el respiro, reír por las locuras y bromas de un par de payasos.
Todos nos quedamos a boca abierta. Una hada vestida de azul y blanco cumple sus increíbles saltos. Y el tiempo se detiene, soñar aquí cuesta solo treinta pesos.
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